Una reflexión sobre cómo la economía ha domesticado la creatividad que antes consideraba su motor
Por: José Ignacio Pineda. Profesor de ESAN Graduate School of Business
Quizá una de las preguntas que más ha inquietado a los economistas a lo largo de los años ha sido: ¿cómo crecen las naciones? Aunque en los últimos años esta pregunta había quedado algo relegada, cuando la economía se enfocó en el impacto de la psicología en las decisiones económicas o en la construcción de los mercados laborales, los debates académicos recientes la han traído nuevamente al centro de la discusión.
No es casualidad que ahora la discusión se centre en el rol de las innovaciones tecnológicas en el crecimiento económico. Mientras Acemoglu se ha centrado en advertir sobre los riesgos de adoptar la IA sin marcos institucionales adecuados, Aghion y Howitt introdujeron un modelo de destrucción creativa, por el cual fueron reconocidos con el Premio Nobel de Economía. En este comentario me propongo analizar críticamente el pensamiento de Aghion y Howitt, con especial atención a sus implicancias para las estrategias de desarrollo en economías en transformación.
Visión crítica de Schumpeter
Fueron varios los motivos por los que Schumpeter nunca pudo formalizar sus ideas en una teoría económica. Precisamente aquello que las hacía únicas evitaba que pudieran traducirse en modelos matemáticos. Para él, el crecimiento económico se articulaba en torno a la incertidumbre, a la figura del emprendedor innovador que rompía secuencias lógicas establecidas y que, mediante la recombinación de recursos existentes, introducía al mercado innovaciones que transformaban economías enteras, creando nuevas industrias y destruyendo otra
Esta concepción del desarrollo contrastaba con la economía dominante de su tiempo, que prefería algo distinto: mantener el equilibrio apoyado en un agente representativo que busca, a toda costa, la maximización y la eficiencia. El crecimiento era una progresión del presente, no una ruptura. Un enfoque que invisibiliza la resistencia y los procesos de competencia que acompañan toda innovación.
Deus ex machina ocurre cuando un relato se enreda tanto que solo puede resolverse con la entrada de un personaje extraño a la historia, que introduce una solución inesperada. De manera similar, modelos como el de Solow veían la tecnología como algo que llega desde fuera para multiplicar la productividad, sin preguntar de dónde vino ni quién la hizo posible. Mostraban los resultados, no la historia. Así, al eliminar el conflicto del modelo, el crecimiento terminaba reducido a una curva predecible.
La innovación desde adentro
Con el tiempo, aparecieron modelos de crecimiento que sí explicaron cómo dinámicas intrínsecas al sistema generan procesos de crecimiento económico. Estos nuevos marcos permitieron formalizar, hasta cierto punto, las teorías de Schumpeter. Aprovechando estos avances, Aghion y Howitt introdujeron el concepto de destrucción creativa como un mecanismo que explica el crecimiento económico desde adentro. La innovación no proviene de un actor aislado, sino de un sector robusto de I+D, que responde a la rivalidad en los mercados, a los incentivos para crear y a los monopolios temporales.
Por ejemplo, mientras el modelo de Romer asume que el conocimiento se acumula de manera continua y fluida en el tiempo, Aghion y Howitt resaltan que las innovaciones pueden volver obsoleto al conocimiento previo. Además, ellos enfatizan el rol de la competencia entre empresas como motor de innovación y crecimiento, mientras que otros economistas, como Acemoglu y Robinson, subrayan la importancia de las reglas de juego que permiten la integración de los actores desplazados, por ejemplo, por los cambios tecnológicos. Para Aghion y Howitt, la rivalidad en los mercados gatilla los procesos de innovación. Las empresas compiten por posicionar y difundir sus ideas, que surgen de procesos de investigación y desarrollo. Así, se distancian del equilibrio fijo para dar paso a uno que admite rupturas.
Estos argumentos permiten comprender la acción del Estado desde nuevas perspectivas. Por un lado, debe facilitar la competencia y la entrada de ideas nuevas y frescas que tengan el potencial de desplazar a las ideas viejas, ya consolidadas. Las políticas públicas deben fomentar la competencia, porque cuando fallan se enquistan monopolios que inhiben procesos de innovación. Esta visión del Estado no solo se limita a una regulación que promueva la competencia, sino que también le asigna el rol de cubrir fallas de mercado, como el financiamiento de la investigación científica básica, que las empresas no están dispuestas a asumir porque buscan ganancias de corto plazo. Por otro lado, el Estado debe ocuparse de establecer mecanismos que permitan la reinserción laboral de los trabajadores afectados por los cambios tecnológicos.
¿Una destrucción creativa domesticada?
Aunque el emprendedor no desaparece del modelo de Aghion y Howitt, su rol se transforma. Ya no es la figura creativa que Schumpeter describió: su capacidad de romper con el pasado es reemplazada por una lógica de optimización; se convierte en parte del colectivo dentro del proceso de innovación.
Se pierde al emprendedor transgresor e inconforme que Schumpeter veía en los pioneros de los ferrocarriles. La creatividad, antes asociada con la intuición y el riesgo, se convierte en un componente que responde a incentivos institucionales. Con la formalización de la visión schumpeteriana, vino la domesticación de la innovación: la incertidumbre deja de ser abierta, el emprendedor ya no es verdaderamente creativo (en el sentido de generar novedad que rompe con lógicas a nivel del sistema) y la innovación se entiende como una fuerza de optimización.
Esta domesticación ha sido señalada críticamente por varios economistas de la economía evolucionista. Stan Metcalfe, por ejemplo, advirtió que la innovación no se puede controlar, que la competencia es un proceso de descubrimiento abierto y que el cambio económico es históricamente irrepetible. Nelson y Winter argumentan que los procesos de innovación no buscan ser maximizadores, sino que están guiados por rutinas y aprendizajes locales, dimensiones del cambio que tienden a ser invisibilizadas por los modelos formales, los cuales filtran los procesos históricos fuera del análisis.
Quizá quienes vivimos en países en desarrollo comprendamos mejor que la incertidumbre no es una anomalía del sistema, sino su condición viva. Frente a ella, la creatividad es una estrategia de supervivencia. Pensar el crecimiento desde esta perspectiva exige ir más allá de la optimización. Debemos pensar también en el diseño de reglas de juego que incluyan a más emprendedores creativos, que rompan con las lógicas dominantes que perpetúan estructuras de corrupción y pobreza, y que protejan la competencia en lugar de sofocarla.

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