¿El hardware vuelve al trono?: la Inteligencia Artificial (IA) y la revancha de los data centers
Por: Luis Mendiola, Profesor de Finanzas de ESAN Graduate School of Business.
Durante décadas, los centros de datos fueron el motor invisible de la economía digital. Hoy son una de las clases de activos más deseadas por los inversionistas institucionales. No por su glamur tecnológico, sino por una sencilla ecuación: la IA necesita de un cuerpo físico. Cada modelo de IA requiere miles de chips en paralelo, millones de líneas de código moviendo datos y megavatios de potencia para mantenerlo funcionando. El resultado ha sido la mayor expansión en la historia del mercado mundial de centros de datos y, por tanto, un nuevo ciclo de inversión que está redefiniendo la infraestructura económica del siglo XXI.
Goldman Sachs espera que la inversión mundial en centros de datos de IA supere los 1,3 billones de dólares en esta década, gracias a la demanda de cómputo y servicios en la nube. Solo China invertirá 70 000 millones de dólares en nuevas instalaciones de IA en los próximos años, en proyectos público-privados. Microsoft, por ejemplo, ya ejecuta lo que llama “el supercentro de datos más poderoso del mundo” para alimentar modelos de lenguaje y procesamiento a escala global. Cada una de estas infraestructuras requiere miles de kilómetros de cableado, sistemas de refrigeración líquida y consumos eléctricos comparables a los de ciudades enteras.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) advierte que el consumo eléctrico de los centros de datos podría duplicarse de aquí a 2026, debido al crecimiento de la IA generativa. Solo en Irlanda y los Países Bajos ya consumen más del 15 % de la electricidad nacional. Este aumento no solo presiona la infraestructura energética, sino que también eleva el costo de oportunidad para otras industrias que compiten por los mismos recursos. En mercados donde la generación aún depende de combustibles fósiles, esta carrera tecnológica amenaza con socavar los objetivos climáticos.
El fenómeno llegó hasta Sudamérica. En el Perú, GTD (hoy filial del Grupo Romero) va a expandir agresivamente su capacidad de data centers. La apuesta no es menor: transformar al país en un centro regional para abastecer la demanda de almacenamiento e inferencia de modelos de IA. Mientras tanto, los grandes proveedores de nube están barajando alianzas locales ante la presión por reducir la latencia y cumplir con las leyes de soberanía de datos. “Chile y Brasil encabezan la expansión de nuevos centros con políticas de infraestructura verde y compromisos con empresas eléctricas para priorizar energía renovable”.
Pero detrás de este auge se esconde un problema estructural. “La concentración de la inversión en IA está reorientando el capital en el panorama tecnológico”. Los servicios digitales sin IA (desde streaming hasta e-commerce tradicional) están pagando más por espacio, ancho de banda y energía. Los inversionistas están acudiendo en masa a la AI compute y alejándose de proyectos menos tecnológicos. En otras palabras, la promesa de productividad de la IA está inflando todo el resto del ecosistema digital.
La otra cara de la moneda es la deuda. The Guardian informa que el auge de la inversión está siendo impulsado en gran medida por el apalancamiento. “Los fondos de infraestructura y private equity, seducidos por los rendimientos a largo plazo, han aumentado su exposición a la deuda para financiar centros de datos, incluso con los mayores costes del crédito a nivel mundial”. El riesgo sistémico todavía se percibe bajo, pero no olvidemos cómo terminó la carrera por las telecomunicaciones en los años 2000: una carrera por capacidad que dejó un exceso de oferta y rentabilidades marginales en muchos mercados.
El caso peruano crea un escenario particular, puesto que la transición energética nacional no está avanzando al mismo paso que su digitalización. Si los data centers siguen creciendo a este ritmo sin una matriz más limpia y confiable, el impacto sobre el sistema eléctrico será insostenible. La IEA estima que el consumo de energía de la IA podría superar el 4 % de la demanda mundial de electricidad antes de 2030. En economías emergentes con poca capacidad de reserva, eso significa sacrificar una porción del desarrollo industrial.
La pregunta puede ser simple, la respuesta no tanto: ¿deseamos ser simples consumidores de cómputo global o creadores de infraestructura crítica? Si el Perú quiere atraer inversión tecnológica, tiene dos batallas que librar. La primera, asegurar energía competitiva y sostenible. La segunda, formar talento experto en mantenimiento, ciberseguridad y gestión de centros de datos. De lo contrario, la promesa de la IA quedará en manos de los ya tecnológicamente y energéticamente poderosos.
El crecimiento de los centros de datos no es una tendencia, es el signo de un cambio estructural. Pero no bastará con teraflops y petabytes para triunfar; deberá integrarse en una estrategia energética coherente. Y en eso, mis conclusiones no han cambiado desde aquel estudio de escenarios energéticos para el Perú: sin planificación eléctrica, la digitalización es un espejismo. La IA es el futuro, pero solo si el país evita que la energía sea su cuello de botella.

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