¿Y ahora qué? La pregunta inevitable tras transformarte digitalmente
Por: Jhonnatan Horna. Profesor del área de Operaciones y Tecnologías de la Información de ESAN Graduate School of Business.
La frase “la transformación digital no es un proyecto, sino un viaje” se ha repetido tanto que ya parece eslogan de consultoría. Pero, si uno lo piensa bien, todo viaje debería tener un destino, ¿no? Lo que ocurre es que muchos se quedaron atrapados en la etapa del “cómo digitalizarnos” y olvidaron preguntarse lo más importante: “¿para qué?”
He tenido varias conversaciones con equipos que lograron digitalizar procesos, automatizar tareas e incluso migrar a la nube con éxito. Pero, después del aplauso y las notas internas de felicitación, apareció una pregunta que pocos habían anticipado: ¿y ahora qué? Y no, la respuesta no es “más tecnología”. Esa es, precisamente, la trampa en la que caen muchas organizaciones: pensar que el paso siguiente a una transformación digital es otra transformación digital.
Del hito tecnológico a la reinvención organizacional
Lo que viene después no es una nueva app ni la implementación del último algoritmo de IA. Lo que sigue —y aquí está el verdadero reto— es reestructurar la organización para que funcione naturalmente en modo digital. Es decir, pasar de haber hecho transformación digital a ser un negocio digital.
La historia nos lo recuerda: cada revolución tecnológica ha traído consigo una transformación organizacional. Con la máquina de vapor llegaron las fábricas. Con la electricidad, la descentralización productiva. Con la informática, la automatización de oficina. Pero hoy, muchas empresas siguen operando como en los 60, con jerarquías rígidas y silos que frenan cualquier intento de agilidad.
Superar eso implica cambiar la forma en que lideramos, decidimos, colaboramos y medimos. Se trata de hacer de lo digital una práctica cotidiana, casi invisible. Cuando una empresa no necesita una “estrategia digital” separada, es porque ya lo logró.
El mindset digital es el ingrediente que aún falta
Este punto es clave: la tecnología avanza rápido, pero las organizaciones no tanto. Y no es por falta de herramientas, sino por falta de mentalidad. Una mentalidad digital no es tener presencia en redes sociales ni usar dashboards bonitos. Es adoptar un enfoque basado en datos, experimentar sin miedo, colaborar más allá de los organigramas y resolver desde la tecnología, no contra ella.
Las organizaciones que están más cerca de ese “estado digital” comparten ciertos rasgos, tales como decisiones basadas en evidencia, estructuras más horizontales, autonomía distribuida y una cultura donde cuestionar el status quo es bienvenido. Y no, no se trata solo de ser “ágil”. Es algo más profundo: es la habilidad de reconfigurarse continuamente sin perder el foco.
Pero llegar ahí no es automático: requiere liderazgo. Y no me refiero a grandes discursos, sino a líderes que modelen con el ejemplo, que promuevan la colaboración entre las diversas áreas, que tomen decisiones con datos y que entiendan que no pueden imponer una cultura, pero sí crear las condiciones para que florezca.
Digital por diseño y no por imitación
El verdadero objetivo de la transformación no debería ser lucir como una startup. De hecho, ese consejo de “actúa como Uber” o “piensa como Silicon Valley” pierde sentido cuando estás al frente de una organización grande, con procesos complejos y realidades muy distintas.
La clave no está en copiar, sino en diseñar tu versión de organización digital. Eso implica entender tu cultura, tu modelo de negocio y tu contexto. No hay un único camino, pero sí señales claras de progreso: cuando las decisiones se toman con base en datos, cuando el aprendizaje supera al control, cuando ya no se necesita una “unidad digital” porque todo el negocio piensa digitalmente.
Y, ojo, esto no significa que dejaremos de transformarnos. El cambio es constante, sí, pero la diferencia está en que ya no será una reacción forzada, sino una capacidad instalada. El día que una empresa pueda decir “cambiamos todo sin necesidad de anunciarlo como transformación digital”, ese día habrá llegado.
Menos tecnología y más organización
Después de todo lo vivido, estoy convencido de que lo que sigue no es más tecnología, sino mejor organización. Muchos creen que la transformación digital termina cuando se implementa una herramienta nueva, pero la realidad es que, si la lógica de funcionamiento sigue siendo la misma, nada cambia realmente.
He visto empresas que invierten millones en plataformas, migran a la nube, automatizan procesos y, sin embargo, siguen tomando decisiones entre cuatro personas en una sala cerrada, con base en percepciones y no en datos. Cambian el sistema, pero mantienen la lógica de siempre. Y eso, seamos honestos, no es transformación. Es maquillaje digital. Y ahí está el verdadero cuello de botella: la tecnología es un habilitador, no una solución mágica.
Lo que hace falta es rediseñar cómo fluye la información, cómo se conectan las personas y cómo se distribuyen las decisiones. Eso requiere soltar estructuras obsoletas, revisar procesos de poder y generar una cultura donde el aprendizaje sea parte del día a día, no una excepción. Transformar la organización no implica destruir todo lo que existe, pero sí tener la valentía de cuestionar lo que ya no funciona. No se trata de parecerse a una startup, sino de moverse con la flexibilidad de una sin perder la escala de una grande.
Si logramos eso, si dejamos de pensar que el próximo software nos va a salvar y empezamos a reorganizarnos con criterio y propósito, entonces sí estaremos listos para lo que viene. Porque el cambio no se gestiona solo con tecnología, se lidera con diseño organizacional y visión a largo plazo. Y ahí sí podremos decir que llegamos a destino. Aunque, seamos honestos, el viaje siempre continúa.

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