En la era de la inteligencia artificial, ¿dónde queda la inteligencia espiritual?
Por: Dr. Enrique Louffat. Profesor Principal de ESAN Gaduate School of Business
En la actualidad, la Inteligencia Artificial (IA) se ha convertido en uno de los temas centrales a nivel global. Sin lugar a dudas, su impacto abarca todos los campos y actividades humanas, como la educación, la medicina, el derecho, la comunicación y la economía, entre otros. Su evolución en la última década ha sido vertiginosa: lo que antes parecía exclusivo de películas futuristas del siglo pasado se ha transformado en realidades que, en muchos casos, superan la ficción.
El aporte de la Inteligencia Artificial (IA) al desarrollo humano es inmenso e incalculable, ya que, en esencia, representa un apoyo y soporte que facilita la vida de las personas. En este contexto, han surgido diversas tecnologías, como el Internet de las Cosas, la realidad virtual y aumentada, la robótica, el blockchain y la computación en la nube, que contribuyen significativamente a este propósito.
El mundo empresarial, por supuesto, valora enormemente estas innovaciones, ya que permiten reducir costos, aumentar la productividad, mejorar la rentabilidad, desarrollar productos y servicios de mayor calidad, y ser más ágiles e innovadores.
No está de más señalar que, aunque la Inteligencia Artificial (IA) está generando aportes trascendentales, también es fundamental reflexionar sobre los desafíos y peligros que conlleva si no se regula adecuada y oportunamente desde un enfoque legal y ético por parte de las autoridades globales. Así como estas herramientas pueden ser utilizadas para el bienestar de la humanidad, también existe el riesgo de que sean empleadas de manera indebida, lo que podría ocasionar desastres y desolación.
Por ejemplo, un uso inapropiado de la IA en el sector nuclear podría desencadenar una guerra mundial; su aplicación en cibercrímenes financieros podría colapsar el sistema económico global. Si bien es cierto que la IA se concibió originalmente como un apoyo para el ser humano, quien la crea, utiliza y programa algorítmicamente, también es verdad que ya existen voces y prácticas científicas orientadas a desarrollar tecnologías capaces de auto-programarse y actuar de forma autónoma, prescindiendo de la intervención humana.
El contexto planteado nos invita a reflexionar sobre el riesgo de una posible “deshumanización total” si la Inteligencia Artificial (IA) continúa desarrollándose sin límites ni regulaciones apropiadas. En este sentido, se hace imprescindible preservar y fortalecer la inteligencia espiritual como un contrapeso esencial, capaz de equilibrar los excesos que podrían derivarse del uso desmedido de la IA.
La evolución de la inteligencia humana ha atravesado diversos hitos históricos. En primer lugar, destacó la inteligencia racional, centrada en el uso de argumentos lógicos y objetivos. Posteriormente, emergió la inteligencia emocional, que pone énfasis en los aspectos cualitativos, subjetivos y sentimentales de la experiencia humana. Más tarde, se consolidó la inteligencia espiritual, fundamentada en valores, creencias y principios intangibles de carácter dogmático. Finalmente, en la actualidad, nos encontramos frente al desarrollo de la inteligencia artificial, un desafío completamente nuevo en esta trayectoria evolutiva.
Según Gallegos, la inteligencia espiritual abarca tanto el nivel emocional, relacionado con sensaciones, percepciones y sentimientos, como el nivel intelectual o racional, vinculado a los aspectos cognitivos, como el pensamiento y la memoria. Además, señala que esta inteligencia es exclusiva del ser humano.
Pero ¿qué es exactamente la inteligencia espiritual (IE)? También conocida como sabiduría espiritual, conciencia espiritual, inteligencia trascendental o inteligencia esencial, se define como la capacidad del ser humano para trascender existencialmente a través de la meditación, la reflexión y la acción, fundamentadas en su filosofía de vida. Esto incluye sus valores, principios, propósito existencial y la relación consigo mismo y con el mundo que lo rodea.
La inteligencia espiritual le permite al individuo dar sentido a su vida y orientar su comportamiento en consonancia con principios de convivencia armónica con los demás, promoviendo la salud, la paz y el bienestar tanto personal como colectivo.
Según Zohar y Marshall, algunas de las características clave de la inteligencia espiritual son: la capacidad de ser flexible, poseer un alto nivel de autoconciencia, enfrentar y aprender del sufrimiento, y afrontar y trascender el dolor. También incluyen la capacidad de inspirarse por visiones y valores, la renuencia a causar daño, y la conciencia de que el sufrimiento generado traerá consigo sufrimiento. Además, destaca la tendencia a ver las relaciones entre las cosas, en lugar de considerarlas de manera aislada, la búsqueda de respuestas a los “porqués” y la disposición a mantener una opinión impopular si se cree firmemente en ella.
En este contexto, resulta fundamental equilibrar la gestión de la Inteligencia Artificial con la Inteligencia Espiritual, de manera que el desarrollo de estas nuevas tecnologías cibernéticas no se limite solo a lo mecánico, racional y lógico, sino que también contemple valores, principios, sentimientos, conciencia y propósitos humanos.