Cambio de rumbo (Parte 1)
Hoy leí en un libro que me regaló una persona muy especial -gracias, Joaquín Leguía- una profecía de los indios Cree, nativos de Canadá, que me dejó pensando un buen rato: “Sólo después de que se haya talado el último árbol, que se haya envenenado el último río, que se haya pescado el último pez, sólo entonces se darán cuenta que el dinero no puede comerse”.
En alguna parte del camino al progreso se perdió el propósito y el equilibrio entre las distintas formas de vida del planeta; y el dinero, que era un medio, se convirtió en un fin. Ahora, en pleno 2017, muchos de nosotros somos conscientes de que con el objeto de hacer dinero estamos consumiendo los recursos naturales mucho más rápido que la capacidad que tiene la Tierra de reponerlos, es decir, estamos atentando contra nuestra propia fuente de vida y alimentación, y en el camino estamos generando demasiada basura. (MAN, por Steve Cutts)
Tenemos la responsabilidad, y digo “responsabilidad” porque ya no es una “opción” a estas alturas, de modificar este curso y hacer del desarrollo económico un desarrollo sostenible, es decir, equilibrado entre las personas y la naturaleza. La firma del Acuerdo de París y los objetivos de desarrollo sostenible ODS , suscritos por más de 190 países, respaldan el compromiso por hacer ese cambio de rumbo.
En paralelo a esto, hace unos días se publicó el Carbon Majors Report que devela que tan sólo 100 empresas son responsables por más del 70% de las emisiones globales. Se menciona que si la velocidad de extracción de combustibles fósiles se mantiene al nivel de los años 1988-2017, hacia fin de siglo –o sea, dentro de muy poco- la temperatura global subiría 4 grados.
Si los científicos indican que con un aumento de 2 grados las consecuencias serían catastróficas e irreversibles para el clima, ecosistemas, sobrevivencia de especies y la oferta de alimentos, imagínense 4 grados. Revertir esta situación implica un cambio en nuestro modelo de producción y consumo, en nuestra concepción del progreso, reinsertando el balance y el propósito en todo lo que hacemos. Implica vivir de manera diferente, hacer negocios de manera diferente, consumir de manera diferente, educar de manera diferente. Implica actuar con empatía, considerando nuestro impacto en otras personas, especies y la naturaleza, implica incorporar los ODS y hacerlos nuestros, tan nuestros como lograr que nuestros hijos se conviertan en personas buenas y felices. Y en esto, todos jugamos un rol y esos roles son interdependientes: inversionistas, empresas, consumidores y organizaciones civiles, sistema educativo y academia, gobiernos, etc.
Toca asumir nuestra responsabilidad en este cambio urgente y ser consistentes en todos los roles que jugamos. Voy a dedicar 4 notas para compartir mi punto de vista y planteamiento acerca de lo que cada uno de estos actores puede hacer en este proceso, empezando por los inversionistas.
Una de las medidas que puede tener mayor impacto es la de desviar las inversiones desde las empresas que producen combustibles fósiles hacia otras que produzcan energías renovables a través del mercado de capitales. Las empresas que cotizan en bolsa son responsables por un quinto de las emisiones mundiales. Ya existen fondos de inversión europeos que están retirando de su portafolio las acciones de empresas que extraen combustibles fósiles, y algunos están apostando por invertir en energías renovables, como solar y eólica, las cuales están bajando de precio considerablemente dados los avances tecnológicos y escala productiva.
Los Principios para la Inversión Responsable (PRI) de las Naciones Unidas buscan que los aspectos ambientales, sociales y de buen gobierno sean incorporados en la toma de decisiones de inversión y reconocer sus impactos en el desempeño de las mismas. El PRI tiene más de 10 años, más de 1500 entidades suscritas, pero ello todavía es muy poco para generar el cambio que se necesita desde este frente. En Perú son todavía pocas las organizaciones que están contemplando estos principios como alternativa, y aquí viene el reto para los inversionistas y para todos los que leen esto: retemos a nuestras AFP a invertir responsablemente, retemos a nuestros proveedores de servicios financieros a estructurar portafolios sostenibles, retemos a nuestros empleadores a ser más transparentes en mostrar su gestión de la sostenibilidad, retemos al Estado a crear el entorno correcto para la proliferación de inversiones responsables.