El potencial de un voluntariado bien aprovechado
Las circunstancias que ha venido y viene atravesando nuestro país podrían ser mucho mejor llevadas si se lograra organizar estratégicamente el apoyo generoso de las miles de personas que, a lo largo y ancho del país, han tomado la decisión de involucrarse personalmente, en calidad de voluntarios, para ser parte de la solución.
Hemos visto, durante los últimos dos meses, un número extraordinario de voluntarios acercándose con entusiasmo a los lugares de acopio designados por el Gobierno, así como de diversas instituciones, con muchas ganas de ayudar. Pero el no saber organizarlos puede terminar generando problemas en lugar de soluciones, o puede significar dejar de contar con apoyo que es sumamente necesario.
Las mejores experiencias a nivel global muestran la existencia de Centros de Recepción de Voluntarios, que pueden tomar distintos formatos, pero son instancias que registran e identifican perfiles de voluntarios y sus posibilidades de apoyo preventivo, de atención de crisis y de reconstrucción. Esta gestión incluye el involucramiento y capacitación previa de los participantes, a fin de potenciar su aporte.
La experiencia de EEUU luego de los huracanes Katrina y Rita muestra la importancia de realizar este tipo de prácticas. Por ejemplo, se identificaron voluntarios por localidades y, de acuerdo al riesgo de cada localidad, entrenaban a los voluntarios en las acciones que serían más requeridas: en zonas con tendencia a inundarse capacitaban a voluntarios para armar sacos de arena y proteger las partes más vulnerables.
Otras experiencias muestran alianzas directas entre el estado, ONG, iglesias e instituciones que cuentan con capacidad de organización de voluntarios, y se permite que éstas lideren los despliegues logísticos con mayor efectividad. Algo parecido sucedió hace poco en un caso en el que participé, en que el Estado convocó a algunas empresas con programas maduros de voluntariado para que éstas coordinen a los participantes civiles y construyan manuales para manejo logístico de donaciones en puntos de acopio. De la misma manera, para que contribuyan en la preparación de una estrategia nacional de captación y organización de voluntarios.
Este rol estratégico es fundamental y puede tener impactos mucho mayores. Un ejemplo exitoso es el del apoyo de voluntarios profesionales australianos a Filipinas luego del tifón Haiyan en 2013, el cual se llevó más de 6 mil vidas. Este grupo selecto participó en la reconstrucción de Filipinas y elaboró por varios meses, de la mano de funcionarios locales un manual de reconstrucción resiliente a este tipo de desastres climáticos, que ya ha sido empleado en varias zonas del país.
Pero existe otra veta del voluntariado. Es la que ayuda a construir algo tan o más importante que lo ya mencionado y sobre todo muy necesitado en nuestro país: autoestima. Las personas que asumen conscientemente el rol de ser voluntarios comienzan a sentirse capaces de generar un cambio en su comunidad y eso fortalece su sentido de pertenencia, de compromiso con los demás. Se genera así mayor identidad comunitaria, de compartir un destino común y con ello, un círculo virtuoso de compromiso y solidaridad. También fortalece el tejido social porque los lleva a organizarse comunalmente y a relacionarse de una mejor manera con las autoridades, lo cual puede impactar otros procesos de vinculación ciudadano-autoridad.
Todo esto robustece la capacidad de resiliencia de una comunidad, devuelve la fe en las personas y en lo que pueden lograr cuando hay voluntad y se pone fuerzas. Es un insumo tan importante y necesario que, a veces, basta con esto, en zonas donde no llega el Estado, para que los afectados salga adelante por sus propios medios. Por eso, a los voluntarios hay que motivarlos, reconocerlos y celebrarlos. Siempre.