Los libros y yo
“Dime qué lees y te diré quién eres” podría ser un buen título para esta entrada, pero no, no es tan bueno, porque uno lee según las circunstancias. Si ahora estás en “Tinny Habits”, puede significar que estás buscando ordenar tu vida o ser más productivo. Si, dos meses después, estás leyendo “El imperio del dolor” podría ser porque te lo recomendaron, o porque te interesa la historia de un imperio farmacéutico. Podría ser, como hacemos algunos, que estemos en varios a la vez, por ejemplo “Cuatro Cuartetos”, “Los detectives salvajes” y “Hacia la estación de Finlandia”, lo que no significaría más que lecturas variadas de diferentes temas y en diferentes registros.
La lectura es una buena aliada para ir depurando los gustos, la exigencia, la atención, la escritura, la estructura del pensamiento, la capacidad de asombro y la creatividad.
Leer una buena biografía de Joseph Schumpeter puede servir no solo para entender sus virtudes, sino sus limitaciones. Leer “Sumisión” serviría para imaginar una Francia bajo un gobierno musulmán elegido democráticamente.
Hay veces que sentimos que el mundo nos queda grande, que es imposible asirlo. Aquí es cuando creemos que se vuelve perentorio visitar los fundamentos, ir a la filosofía, a la ciencia y a la historia. Quizás no estemos preparados para los autores originales y sea una buena opción consultar a muy buenos curadores y sus obras como “La Historia de las Religiones”, “Las Máscaras de Dios”, “Ideas”, “La estructura de la realidad”, “Crisis y reconstrucción de la filosofía”, “Sobre el poder” o “En la mente de los justos”, entre muchos más.
Una biblioteca es fundamental. Un gran amigo me dijo que una biblioteca propia representa la forma en la que cada uno estructura su pensamiento y en la que clasifica su conocimiento. Durante mucho tiempo consideré que era una gran verdad hasta que alguien en mi casa hizo orden y, en su afán por la limpieza, sacó todos los libros para dejar como nuevas las repisas, y los reubicó según su criterio. Dejando de lado mi indignación inicial, debo reconocer que la dificultad que supuso encontrar mis libros de consulta habitual permitió reencontrarme con otros que habían pasado al olvido. Después de mucho tiempo regresé a Hans Jonas, a Guillermo Blanco, a George Simmel y a otros, en un proceso de serendipia muy similar al que experimento cuando voy a una librería. Gracias al desorden en mi nuevo universo releí Crónica de una muerte anunciada y la Fiesta del Chivo, La profecía, La casa infernal y Salem´s Lot.
Es que uno regresa siempre a los mismos y sin el azar estaríamos condenados a un hábito y a una dictadura del gusto similar a los algoritmos de las redes sociales. Regresaría siempre a Chejov, a Conrad, a Vonnegut, a Nabokov, a Steiner, a Bloom, a Parra, a de Rokha, a Shakespeare, a Lihn, a Sloterdijk, a Asimov o a Herbert, todos autores fantásticos pero que me encierran en una estética y temática con fronteras muy claras.
Otra fuente para ampliar la biblioteca (y la mente, la consciencia y los gustos), son las referencias, las recomendaciones, los expertos, los cursos. Así descubrí a Perec, a Barnes, a Horacio Quiroga y a Tom Franklin. Me permitió releer a Maquiavelo, a Hirschmann y a Bulgakov, a Tolstoi y a Poe.
¡Y qué decir de los amigos lectores! ¡Tan pocos y tan valiosos! Con ellos se puede conversar e intercambiar. Uno de mis libros favoritos, de los que más me han entretenido es “La leyenda de los Pendragon”, lo tenía duplicado y se lo regalé a uno de ellos y conversamos largo y tendido sobre su trama y también sobre los rosacruces y las leyendas artúricas. Esto me permitió regresar a “El Péndulo de Foucault” y reírme a carcajadas por el humor negro del autor y a los temas ocultistas y esotéricos que no parecen tener fin. Ahora leo con interés “Guerra Mundial Z”, uno sugerido por lectores amigos cultos y aficionados a la ciencia ficción.
Tengo muchos pendientes que esperan en mi biblioteca: “En busca del tiempo perdido”, “La montaña mágica” por ejemplo. Los clásicos son los clásicos, eso me demostraron El Gatopardo, Madame Bovary, Novela de Ajedrez y Sostiene Pereira que requieren de tiempo, reflexión, capacidad de asombro y capas de cultura que exigen un poco más.
Nuestra existencia es un proceso dinámico de creación, los libros que leemos inyectan ideas, inspiraciones, emociones y conocimientos que enriquecen ese proceso. Quien no lee o deja de leer pierde la posibilidad de imaginar, limitando su capacidad de abrirse paso de forma creativa en el mundo.
Les dejo los títulos y autores de los libros mencionados en este texto, por si alguno se interesa en ellos.
- Tinny habits, BJ Fogg
- El imperio del dolor, Patrick Radden
- Cuatro Cuartetos, T.S. Eliot
- Los Detectives Salvajes, Roberto Bolaños
- Joseph Schumpeter, Thomas K. McCrow
- Sumisión, Michel Houellebecq
- Historia de las religiones, Mircea Eliade
- Las máscaras de dios, Joseph Campbell
- Ideas, Peter Watson
- La estructura de la realidad, David Deutsch
- Crisis y reconstrucción de la filosofía, Mario Bunge
- Sobre el poder, Byung-Chul Han
- En la mente de los justos, Jonathan Haidt
- El principio vida, Hans Jonas
- Revolución en Chile, Guillermo Blanco
- La filosofía del dinero, George Simmel
- Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez
- La fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa
- La profecía, David Seltzer
- La casa infernal, Richard Matheson
- Salem´s Lot, Stephen King
- Nací, George Perec
- El ruido del tiempo, Julian Barnes
- La gallina degollada, Horacio Quiroga
- Smonk, Tom Franklin
- El maestro y Margarita, Mijail Bulgakov
- La pasión y los intereses, Albert Hirschmann
- Ana Karenina, Lev Tolstoi
- La caída de la casa Usher, Edgar Allan Poe
- La leyenda de los Pendragon, Antal Szerb
- El péndulo de Foucault, Umberto Eco
- Guerra mundial Z, Max Brooks
- El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
- La dama del perrito, Antón Chejov
- Barbazul, Kurt Vonnegut
- Una belleza rusa, Vladimir Nabokov
- La gramática de la creación, George Steiner
- Antipoemas, Nicanor Parra
- Epopeya de las comidas y bebidas de Chile, Pablo de Rokha
- La pieza oscura, Enrique Lihn
- Estrés y libertad, Peter Sloterdijk
- Fundación, Isaac Asimov
- Duna, Frank Herbert