En los previos a la clausura de los , los japoneses lucían especialmente entusiamados, ya que serán los próximos anfitriones en la edición de la cita del deporte mundial. Ellos prometen unas Olimpiadas seguras, fiables y tranquilas… alejadas de las peripecias brasileñas.

La prensa japonesa no se privó de destacar la serie de robos y agresiones que enturbiaron un poco la gran fiesta en una ciudad que enfrenta niveles crónicos de inseguridad y violencia urbana, alimentados por el narcotráfico y la pobreza, los temores ligados al virus del Zika o los problemas en las instalaciones de la Villa Olímpica.

"No hay calma en el frente de los robos", escribió la agencia de prensa Jiji, haciendo un balance de víctimas japonesas: nueve durante la primera semana.

Capital de la tercera economía mundial, la dinámica megalópolis asiática de 35 millones de habitantes garantiza (o casi) calles sin rateros, trenes puntuales, limpieza impecable y una hospitalidad a toda prueba ("omotenashi").

puede también presumir de la ausencia de huelgas y manifestaciones y de sus raros escándalos políticos, una estabilidad que contrasta con la telenovela gubernamental brasileña.

Los japoneses recuerdan todavía los Juegos de 1964, que marcaron el regreso del archipiélago al concierto de naciones y apoyaron su reconstrucción tras la derrota de 1945. Esta vez muchos ven la oportunidad de dar juventud y vigor a un país en declive, tanto demográfica como económicamente.