Cuando estallaron las protestas de Stonewall, en junio de 1969, Oliver Hummel tenía 16 años y Stanley Reed 12. Ya se asumían como gays, aunque en ese momento no podían imaginar a qué punto esos eventos contribuirían a cambiar su existencia.
Cincuenta años más tarde, a pesar de los derechos adquiridos tras duras batallas, estos dos neoyorquinos, en pareja desde hace casi 25 años y legalmente casados desde 2012, estiman que muchos gays en las grandes ciudades occidentales se complacen con "un falso sentimiento de seguridad".
"Podemos pensar que estamos seguros aquí, pero desde el momento en que viajas a cualquier otro sitio, es otro mundo. Hay que informarse antes de abandonar nuestra pequeña zona de confort, es inquietante", subraya Reed, de 62 años, sentado en un banco de Greenwich Village, cerca del bar Stonewall Inn, en el corazón histórico del Nueva York gay.
"Nos paseamos pensando que estamos seguros y luego de repente, cuando alguien intenta golpearte con una botella porque te ven besándote, y su rabia explota, te atacan. Eso pasa todo el tiempo", dice este empleado de una empresa de seguros de salud, cuyos padres negros lucharon por los derechos cívicos.
Reed cita la reciente agresión de una pareja de mujeres en un bus de Londres, o los ataques a veces mortales contra personas transgénero, particularmente expuestas.
La pareja reside en Queens, lejos de los turistas de Manhattan, y asegura que en muchos lugares más vale no mostrar que son homosexuales.
"Estamos seguros cuando estamos en grupo", destaca Hummel, en shock luego del reciente incendio de banderas con el arco iris en Harlem y otros lugares.
"Cuando estamos solos, en una calle oscura, seguimos siendo una presa fácil", dice este especialista en terapia a través del arte.
Consideran que el presidente estadounidense, Donald Trump, abrió la puerta a todo tipo de discriminación, incluida la homofobia, al no denunciar claramente a los grupos de extrema derecha tras las protestas de Charlottesville que dejaron a una joven muerta en agosto del 2017.
"Dio a los retrógrados el derecho de pasar al acto", dice Reed. "Al no denunciar el odio de alguna manera lo tolera".
En ese clima, esta pareja que a veces sirve de mentora a jóvenes LGBTQ les aconseja permanecer prudentes, y no ventilar a viva voz su orientación sexual.
¿Jóvenes inocentes?
"Alentamos a los jóvenes a ser más abiertos: es una gran diferencia con mi época, y pienso que es a la vez algo bueno y algo malo: al salir temprano del armario, suponemos que estamos seguros, y no siempre es el caso", dice Hummel.
"Muchos no piensan en eso ni un segundo, son inocentes", afirma.
"Yo les digo: 'Si aún viven con sus padres, si ellos ahorraron para enviarlos a la universidad, recuperen primero ese dinero, vayan a la universidad, y recién después les contarán'. Tantos jóvenes son echados de sus casas (cuando los padres se enteran de que son gay), y les dejan de dar dinero", reflexiona.
Hummel se acuerda de cómo "salió del armario" a los 16 años: dejó una nota sobre la mesa del salón, y agregó "cobardemente" -en sus propias palabras-: "No quiero hablar del tema".
"Ya hace más de 50 años y seguimos dando vueltas alrededor de eso aún", dice. "Así que me digo que no fue la manera apropiada de hacer las cosas".
Reed, que reveló su homosexualidad a su familia cuando tenía 22 años, dijo haber sido aceptado más fácilmente, aunque nadie en su casa estuvo feliz de la vida.
"Mi madre me dijo a mí y a mis amigos: 'Si ustedes quieren derechos, van a tener que luchar para obtenerlos, no van a dárselos así porque sí'".
Un consejo que aún es válido.
"Cincuenta años después de Stonewall, hubo muchos avances, pero en muchos lugares todavía hay un estancamiento, es una batalla sin fin", señala Reed.