Domingris Montano hizo sus cálculos mientras esperaba bajo la lluvia a la mitad de una cola fuera de un banco en Caracas. Necesitaba comprar comestibles. Un paquete de arroz costaría 3.500 bolívares, más de la mitad del límite diario de retirada, y el cajero automático podría estar vacío para cuando llegara su turno. ¿Le daría tiempo a acercarse a algunos más antes de que anocheciera?

"He tenido que ir a seis cajeros diferentes solo para conseguir 6.000 bolívares", contaba Montano, una estilista y peluquera de 36 años, asomando la cabeza bajo su paraguas para ver si la gente delante de ella en la sucursal de Banesco Banco Universal CA avanzaba. No era así.

Las colas no son una novedad en Venezuela, donde la economía está hecha trizas, la inflación es galopante y la divisa ha caído un pasmoso 67 por ciento frente al dólar estadounidense en el mercado negro solo durante el mes pasado, haciendo que 6.000 bolívares valgan apenas US$1,30. Ahora hay que añadir a las humillaciones de la vida diaria en un país en el que escasea casi todo, menos el crimen, la crisis de los cajeros, en un momento en el que los bancos limitan lo que los clientes pueden sacar, fijando máximos míseros.

Los ingeniosos habitantes emplean una variedad de tácticas, que incluyen la maniobra de las diferentes tarjetas de débito: si de alguna forma se consigue más de una, se puede vaciar el dispensador, para el horror de quienes esperan detrás. Los bancos lo han establecido de tal manera que la gente tiene que retirar su dinero en hasta siete transacciones, tal vez con la esperanza de que se aburran y se rindan; y cualquiera que pueda ver lo que pasa ante la pantalla, cuenta. Al llegar la séptima, hay un suspiro de alivio al ver la liberación un paso más cerca. Si aparece una segunda tarjeta, y todo el proceso vuelve a empezar, hay maldiciones masculladas y rezos para que la persona no saque una tercera.

Horas para US$6

Algunos bloques más allá del cajero donde hacía cola Montano, en el Banco Del Caribe, la espera para utilizar la máquina que no estaba rota era de unos 15 minutos. No demasiado, teniendo en cuenta que esta sucursal permite sacar 24.500 diarios, una suma que cubriría, por ejemplo, una comida sencilla para una familia de cuatro. Tarda unos seis minutos en escupir 3.500 bolívares de una vez, y el vencedor se marcha con un fajo de casi ocho centímetros que equivale a US$5,32.

Este es el equivalente del dólar en el mercado negro; el mercado que importa, según la experiencia de la mayoría. El Gobierno tiene dos tasas de cambio legales, pero eso no importa. Según la tasa de cambio ilegal, el billete más grande, de 100 bolívares, equivale a poco más de dos centavos de dólar estadounidense. Un billete de 2 bolívares carece prácticamente de valor.

La búsqueda de dinero en papel es necesaria porque los pobres y muchos trabajadores no tienen cuentas bancarias, así que hace falta efectivo para los taxis y para vendedores que comercian con rarezas como huevos, harina de maíz o café. De todos modos, las tarjetas de crédito son azarosas: aunque algunos mercados las aceptan, por ejemplo, las transacciones no siempre se pueden completar. Así que el cajero es el rey. Incluso cuando una máquina está vacía, la gente espera delante, a la espera de furgonetas blindadas que vengan a reponer el suministro.