Para el analista, la campaña, si bien era necesaria para “alarmar” a la ciudadanía y que esta se comprometa a tomar medidas, ha fallado al apuntar más hacia “la estigmatización de los cómplices, los antisociales y los irresponsables”. (Foto: Fernando Sangama / GEC)
Para el analista, la campaña, si bien era necesaria para “alarmar” a la ciudadanía y que esta se comprometa a tomar medidas, ha fallado al apuntar más hacia “la estigmatización de los cómplices, los antisociales y los irresponsables”. (Foto: Fernando Sangama / GEC)

Persuadir a muchos peruanos de que no sean necios ante el COVID-19 es la difícil tarea en la que se ha embarcado el Gobierno con una agresiva campaña para despertar la conciencia de quienes restan importancia al riesgo de la enfermedad en el país con la mayor mortalidad por coronavirus en el mundo.

Bajo el nombre “El COVID no mata solo. No seamos cómplices”, el Ejecutivo de Martín Vizcarra se ha lanzado en bloque tras una campaña que tiene como fin “sensibilizar y generar conciencia” entre los “irresponsables” que, a juicio del Gobierno y de muchísimos peruanos, son los responsables del crecimiento incontrolable de los contagios y de que Perú esté en el grupo que encabeza todas las estadísticas globales sobre el embate de la enfermedad.

“Esta campaña de comunicación está dirigida a las personas irresponsables, que siguen sin acatar las disposiciones del Gobierno, que siguen concurriendo a discotecas, a cumpleaños, a las pichanguitas de fútbol, o aquellas que siguen sin respetar el distanciamiento, sin llevar mascarillas”, afirmó durante el fin de semana el presidente Vizcarra al explicar el objetivo de este esfuerzo.

Evidentes desacatos

El Ejecutivo reaccionó así tras una semana en la que tuvo que dar cuenta de los evidentes incumplimientos ciudadanos de las más mínimas medidas de protección y distanciamiento social ante el avance de la enfermedad.

La tragedia que sacudió el país el pasado 24 de agosto, cuando trece jóvenes murieron en una estampida provocada durante una redada policial en una discoteca que celebraba una fiesta ilegal con más de 120 personas en pleno estado de emergencia, ha sido el detonante de esta toma de conciencia.

Doce de los trece muertos dieron positivo en los análisis de COVID-19, así como la gran mayoría de los asistentes a esa reunión que no cumplía ninguna medida de protección.

Imágenes posteriores de amigos de las víctimas despidiéndose de las mismas en cementerios, bailando, bebiendo e interactuando sin protección ni medidas de distanciamiento, activaron también un fuerte rechazo social de quienes los señalan como responsables de que el país no logre bajar sus índices de contagio.

Necesario, mal enfocado

Sin embargo, apenas horas después de haber lanzado la campaña y con los ministros explicando públicamente sus objetivos, las críticas a la misma no han dejado de arreciar, sobre todo por su incapacidad para poder calar en el imaginario colectivo peruano.

En Perú pasan varias cosas para explicar lo que sucede en este campo, desde cosas estructurales a las conductas ciudadanas. Ésta es una sociedad donde predomina la informalidad, no sólo en sentido económico, sino que todos los grupos sociales tienen muy poca disciplina en la forma de hacer las cosas”, apuntó el sociólogo y experto en comunicación peruano Sandro Venturo.

Para el analista, la campaña, si bien era necesaria para “alarmar” a la ciudadanía y que esta se comprometa a tomar medidas, ha fallado al apuntar más hacia “la estigmatización de los cómplices, los antisociales y los irresponsables”.

Así, al estigmatizar a un grupo, la campaña va a hacer que todos piensen que eso no es para mí, que va para otros ‘antisociales’...Trata a la población como irresponsable o asesina, y así, lejos de ponernos en guardia, refuerza acusaciones que la gente no va a aceptar”, resumió.

Los primeros anuncios que han salido muestran a un grupo de jóvenes charlando en una esquina de barrio, una niña visitando a su abuela y un grupo de jugadores de fútbol, todos actuando sin la precaución debida y luego lamentando en el hospital cómo sus actos irresponsables causaron que un adulto mayor termine en cuidados intensivos.

Lejos de ponernos en guardia, nos pone a la defensiva. Nos tenían que decir, no subestimes, no te confíes. En lugar de acusar hay que tener un tono de urgencia”, razonó.

Generalizado

Para el sociólogo, la situación de Perú en la que grandes sectores de la población, de toda la escala social incumplen medidas no es exclusiva del país y se ve también, por ejemplo, en fiestas o actividades irresponsables que se dan en España, Alemania o Estados Unidos, donde se celebra “la libertad ante el confinamiento”.

“En la población se ha dado un choque al ver esto, es cierto, pero es el mismo choque que producen los ‘punks’, el nihilismo, la vocación suicida, el enfrentarse al sistema de forma frontal y agresiva...No es cosa solo de aquí, y son cosas transversales, aunque la transgresión es fácil de achacar a los sectores sociales más amplios, que en Perú son los pobres”, razonó.

En ese sentido recordó la experiencia, que Efe pudo comprobar, que en los sectores pudientes de Lima también son constantes las fiestas y reuniones que, además de ser ilegales, muestran un desprecio absoluto a las medidas de prevención ante el COVID-19.

Comunicación fallida

El esfuerzo del Gobierno se da igualmente ante la conciencia de que su comunicación no ha sido lo suficientemente efectiva para afrontar la pandemia y que sus mensajes no han calado en la ciudadanía.

Un problema fue la falta de estrategia. No se ve una estrategia de objetivos definidos”, indicó Venturo.

A su juicio, en un primer momento el Gobierno transmitió a los ciudadanos la noción “paternalista” de que se haría cargo de todo. Luego, cuando se vio que era imposible mantener el aislamiento social y económico, pasó a “un sálvese quien pueda”.

No tenemos entonces algo positivo para contar, y eso es algo que se debería haber establecido como estrategia antes de comunicar. Y no se tiene, por eso hay un mensaje castigador.

Cifras de miedo

Más allá del debate sobre la comunicación, lo cierto es que Perú ostenta, desde la semana pasada, el récord mundial de mortalidad per cápita a causa de la enfermedad, con más de 28,000 decesos y unas 650,000 personas infectadas, según datos oficiales.

La curva de la enfermedad peruana nunca dio un respiro desde que se declaró la emergencia sanitaria en el país el pasado mes de marzo.

Sólo en las últimas semanas parece haber un leve descenso en la mortalidad y en el número de ingresos hospitalarios.

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