Periodista
Se ha hablado tanto de la reforma política y electoral; se hizo un referéndum para que la población se pronuncie sobre los temas que el presidente quiso poner en agenda; se han aprobado y promulgado leyes que se supone iban a permitirnos un próximo proceso electoral en mejores condiciones, y tal parece que vamos a una campaña que nada tendrá de reformada ni de institucional.
Se dijo que la reforma política permitiría la institucionalización y el fortalecimiento de los partidos políticos, la profesionalización de la política, la eliminación del caudillismo, del manejo de las cúpulas y de los vientres de alquiler.
Sin embargo, por lo que vemos y escuchamos a diario, las cosas no solo no han mejorado.
Una primera clarinada de alerta nos la dio la última elección congresal. Se supone que se cerró el Congreso elegido el 2016 para tener un Parlamento mejor. Lo único que se logró fue la improvisación y la mayor presencia de “invitados”, porque los partidos no tenían, ni tienen, los cuadros como para llenar -con cuotas o sin ellas, con paridad o sin ella- una lista de 130 congresistas con militantes propios. Los resultados están a la vista.
Si a esto le agregamos el tema de la no reelección inmediata, el horizonte no es muy prometedor.
Hasta el último proceso electoral los partidos o alianzas buscaban a los candidatos o “confirmaban” a sus candidatos “naturales”. Se seguía manteniendo el caudillismo, y el manejo de las cúpulas, y los acuerdos y las diferencias se manejaban al interior del partido. Si la cosa pasaba a mayores, se llegaba hasta la escisión.
Hoy, las personas que quieren postular a la Presidencia buscan a los partidos, toman el control de ellos, imponen sus condiciones, trazan las rutas, negocian las alianzas o asociaciones, y determinan las candidaturas en la lista de postulantes al Congreso. Es decir, se ha constituido una nueva forma de caudillismo, que llega de afuera y no emerge de la cúpula. Hoy, los vientres de alquiler han cobrado mayor vigencia y tienen mayor demanda que antes.
Antes el postulante a la Presidencia debía tener cierta afinidad con el partido al que iba a representar, y necesitaba contar con la simpatía de la militancia, poca o mucha. Hoy basta con que se inscriba dos meses antes de integrar la plancha presidencial, aunque nunca se haya acercado o conocido a quienes va a representar.
Las cosas no han cambiado para la conformación de las listas al Congreso. Quedarán conformadas luego de “negociaciones de cuotas” en las conversaciones que se vienen sosteniendo en los partidos, y entre quienes plantean la posibilidad de las alianzas.
Si hoy fueran las elecciones y gana alguno de los que están primeros en las encuestas, nos gobernaría un presidente sin partido, sin estructura real, sin cuadros preparados, sin soporte, sin estabilidad interna, con una bancada improvisada y llena de invitados para cumplir con las cuotas y paridades. Tendría que improvisar, que reclutar de inmediato a quien sea y de donde sea. Un caudillo en toda regla.
¿Algo ha cambiado?, parece que nada.