Periodista
Durante toda la emergencia, hemos pasado de una primera etapa en la que el Presidente hablaba todos los días y trataba de mostrar que ordenaba, disponía y controlaba todo; a un momento en el que se dirige a la población una vez a la semana, y cuando lo hace, ya son muy pocas las cosas nuevas que dice, se justifica mucho, y es muy poca la atención que la ciudadanía le presta.
En esa primera etapa la población asumió el sacrificio porque tenía la seguridad de que –según decía el Presidente– las medidas que se estaban tomando eran las más adecuadas, oportunas, seguras y necesarias para alcanzar los objetivos, y que al término de la cuarentena el virus sería derrotado. Hoy, luego de varias prolongaciones del confinamiento, la situación no ha mejorado, las cifras de contagiados y de fallecidos no deja de crecer, el virus no ha sido derrotado, la economía está en crisis, y la credibilidad del Presidente se ha visto muy golpeada.
Los problemas para controlar el cumplimiento de la cuarentena, los bonos, la tardía y todavía inconclusa atención en hospitales y a médicos y personal asistencial, la negativa a convocar a otros sectores y quizás a compartir el liderazgo, los Reactiva que no reactivan, la ausencia de una estrategia para el mundo informal y para los más pobres, la demora en reconocer los errores y enmendarlos, el vía crucis de los protocolos y las mesetas que nunca fueron mesetas, le han pasado la factura a la comunicación presidencial y a ese liderazgo que empezó reconocido y que hoy parece ausente.
Es verdad que se enfrentó una situación inédita y desconocida que ha puesto de vuelta y media al mundo entero. Es verdad que hemos pagado las consecuencias del permanente abandono del sector Salud. Es verdad que si no se hubieran tomado las medidas iniciales habría muchos más contagiados y muchos más muertos.
Pero también es verdad que el discurso y la actitud presidencial y la del Gobierno –conforme pasaban los primeros días y se conocían las encuestas– fue bastante individualista y en varios momentos hasta soberbia. No hubo humildad para aceptar los errores y las críticas, y se prefirió etiquetar pública y despectivamente a los que buscaban que se corrigieran las cosas que no estaban bien hechas. No hubo voluntad para convocar a sectores que hubieran aportado o que habrían ayudado. Con todo el control del país en la mano, en lugar de liderar se prefirió decretar.
Poner todo sobre sus espaldas y bajo la única responsabilidad de un equipo que para muchos no ofrece la garantía de una buena gestión en época regular y menos en una tan crítica como esta, ha hecho que el Gobierno dé muchos pasos en falso, y, aun ahora, no pueda ofrecer un discurso coherente.
Curiosamente, desde el Gobierno salen, todavía hoy, las más grandes dudas: si se levanta la cuarentena general dominical o no; si el confinamiento termina o no; si se focaliza o no la cuarentena; si habrá más bonos o no.
Quizás sea bueno que el Gobierno recapacite y se reinvente, como se lo han pedido al país.