Periodista
Mucho se habló de una reforma política que –según nos decían– permitiría ir el 2021 a unas elecciones con reglas de juego renovadas, que iban a “adecentar” y “transparentar” la política, y garantizarían a los peruanos tener mejores formas de representación.
Pero –como lo dijimos antes en esta misma columna–, ya hemos visto que luego de muchos discursos, referéndum, discusiones, reformas constitucionales aprobadas y leyes promulgadas en las presentaciones presidenciales del mediodía, vamos a unas elecciones que nada tienen de renovadas. Son más de lo mismo, y en algunos temas, hasta peor.
Otra de las promesas que se ofrecía con esa famosa reforma política fue la de la institucionalización de la política, y concretamente de los partidos políticos.
Se señaló que no habría más “vientres de alquiler”. Y lo que más hay en esta temporada son justamente grandes ofertas: i) “franquicias”, que se hacen llamar partidos, que ponen a disposición los espacios para candidatos en las planchas y en las listas, sin condiciones o con algunas; y, ii) candidatos que salen a escoger qué partidos quieren, los toman y los transforman a su conveniencia y gusto. Quizás esta temporada haya sido la más activa y “rentable” si la comparamos con todas las anteriores.
Pero adicionalmente a ello, es muy probable también que la crisis de los partidos, la ausencia de cuadros, las disputas internas, la desconexión (ideológica, programática, organizativa, y hasta personal) entre los partidos y los candidatos, sean en esta oportunidad más amplios, graves y notorios, que en otros procesos electorales.
No necesitamos abundar en el hecho de que varios candidatos no han tenido vida partidaria ni dirigencial con sus nuevas “casas”. Es más, se sabe de algunos partidos donde los candidatos vienen trabajando con sus equipos, y los dirigentes del partido siguen su vida en paralelo.
Otros partidos tienen varias facciones en disputa por las candidaturas, y en otros casos luchan y cuestionan permanentemente las decisiones internas, y no dudan en ventilarlas y usarlas públicamente para tratar de destruirse entre sí.
Hoy son muy pocos los partidos (dos o tres) que tienen una estructura relativamente sólida, y un liderazgo único aceptado por casi todos los militantes y/o simpatizantes. Por el contrario, son muchos más los partidos o agrupaciones donde la desconfianza y la confrontación están fuertemente instaladas. No se ha avanzado nada en la institucionalización de los partidos. Quizás estemos peor que antes.
Todo esto nos lleva a una gran preocupación: ¿qué va a pasar los próximos cinco años –y obviamente con el país– si alguna de estas “franquicias”, partidos “vientres de alquiler”, organización en crisis o con facciones en permanente disputa, llega al poder?
El Ejecutivo no son solo tres nombres en una plancha y otros 130 para una lista congresal. Un gobierno debe tener un norte definido, un plan debidamente estructurado y miles de puestos que cubrir con personas de alta calificación o mucha experiencia que vayan –en la medida de lo posible– en la misma dirección.