(Foto: Freepik)
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Por Víctor Shiguiyama

La suerte en la lucha sanitaria contra el virus, al menos en este primer round, ya está jugada. Toca preocuparnos por el reinicio de las Parece que hay consensos globales, que la respuesta inmediata de los gobiernos debe ser la de inyectar enormes cantidades de dinero, para asegurar y preservar la salud de las familias y las empresas.

En estas circunstancias, hay al menos tres razones para explicar porqué aplicar más impuestos no sería aconsejable: i) El problema no es de ingresos fiscales. Y si en algún momento lo fuera, podría optarse por deuda. La reciente colocación de bonos soberanos demuestra que la deuda pública es mucho más barata que sacrificar la de los empresarios. ii) Se requiere generar , hay muchos puestos de trabajo que se están destruyendo por la dinámica de la crisis (turismo y relacionados, por ejemplo). iii) El Gobierno en sus tres niveles está demostrando ser mal gestor. Es poco probable que cada sol de impuesto adicional lo capitalice en generar mayor valor público.

El reto debe estar centrado en asegurar, desde el gobierno y las empresas, la salud de las familias que son las unidades fundamentales que crean el mercado desde el lado más importante: la demanda, donde se está desencadenando la crisis. Tal vez, en vez de poner impuestos, pensemos en poner incentivos a la reinversión, e incluso subir temporalmente las tasas de dividendos, para promover que generen empleo.

Para tener una formula equilibrada y ganadora, debemos mantener la rueda girando, donde aseguraremos un balance justo en el reparto de las ganancias: para el Estado, para las empresas y para las familias. Y debemos hacerlo rápido, porque una vez apagada la máquina, su encendido puede tardar hasta un par de años.

La capacidad de gestión de los diferentes niveles de gobierno está bajo cuestionamiento. En los últimos años, las inversiones públicas no alcanzan ni el 70% de ejecución del presupuesto asignado, aunque la situación es más crítica aún, si evaluamos calidad y pertinencia. Lo concreto es que debemos comprender que tener más dinero de impuestos no resuelve el problema. Lo que es fundamental, es transformar ese dinero en valor público, en servicios que la gente necesita y valora: que un hospital atienda y cure al enfermo, que la policía garantice que se puede caminar sin sobresaltos, que tengamos buenas pistas. Y por el momento, dinero no es paradójicamente el cuello de botella que impide alcanzar esas metas.

Los impuestos, vistos desde una perspectiva más integral y moderna, pueden ayudarnos a cambiar la dinámica de nuestra economía. Siete de cada diez peruanos viven en la informalidad, millones de personas trabajan en condiciones precarias, porque carecen de seguros de salud o de pensiones. Esta crisis nos ha martillado violentamente contra esa realidad: la informalidad ha sido muchas veces salvadora en el corto plazo, pero esta vez nos ha mostrado su peor rostro: la marginalidad.

Es momento de re-inventar el sistema. Considerando que todo peruano tiene un número de DNI, permitamos que tenga también una billetera electrónica asociada, y que cada compra que realice (alimentos, agua, electricidad, alquileres, comunicaciones, entretenimiento, etc) le genere un beneficio tangible. Por ejemplo, del IGV usemos unos puntos para un descuento o una devolución de dinero, un seguro de salud y hasta un fondo de pensiones. En muy poco tiempo tendremos otra crisis similar, y todo peruano debe saber que tener un registro formal le garantizará acceso rápido y ayuda social del gobierno y de las empresas. Seamos generosos con las familias. Las empresas y el gobierno deben compartir sus ganancias con los que compran formal, porque todos ganaremos.

Los resultados para el año serán malos para todos: para el estado, las empresas y las familias. Seamos audaces y atrevámonos a cambiar el escenario. Incorporemos a millones a la economía moderna y usemos el sistema financiero y tributario para generar un cambio en el comportamiento de los ciudadanos, que hemos clamado por décadas.