Redacción Gestión

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Latinoamérica. Tras la euforia inicial y la sensación de que el cambio llegaría rápido en Argentina y Venezuela, lo que se temía está comenzando a ocurrir: los derrotados en las elecciones celebradas en esos países no piensan dar tregua a los ganadores, mientras que Brasil está atravesando una de sus peores crisis políticas, acompañada de recesión y descontento de su población.

A Mauricio Macri, , le espera un Congreso hostil comandado por el Frente Para la Victoria (FPV), la coalición de orientación peronista de los Kirchner. Aunque se anticipan pugnas de poder dentro de la agrupación, Cristina Fernández ha dado señales de que no piensa claudicar ni dejar de lado su estilo autoritario y altanero: boicoteó la ceremonia de investidura de su sucesor –porque no se hizo como ella quería– y hasta se quedó con la cuenta de Twitter de la Casa Rosada.

Si en esos detalles el kirchnerismo se luce con su mezquindad, habrá que ver cómo reaccionará cuando Macri intente emprender las urgentes reformas económicas que su país necesita para salir a flote, entre ellas, devaluar el peso, sincerar las estadísticas oficiales, desmontar las trabas al comercio exterior e impulsar el PBI.

En Venezuela . Nicolás Maduro ha endurecido su discurso desde que se vio obligado a reconocer el triunfo abrumador de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que tendrá mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Ya ha anunciado que vetará la amnistía que el próximo Legislativo dictará para los presos políticos –aunque él no los llama así, lógicamente– y sería iluso pensar que dará luz verde a cualquier iniciativa orientada a aplicar ajustes a la economía, que está mucho más endeble que la argentina.

El objetivo de kirchneristas y chavistas será recuperar los votos perdidos y lo harán entorpeciendo la labor de quienes les vencieron en las urnas. Quien tendrá poco margen para recobrarse es Dilma Rousseff, pues hasta su vicepresidente le ha dado la espalda. Sin embargo, el respiro que le ha otorgado la Corte Suprema y el respaldo que ha recibido de su antecesor indicarían que su destitución no será un proceso fácil. Por lo visto, el "socialismo del siglo XXI" no está dispuesto a morir sin dar pelea.

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