Por Julián Cubero, economista líder del Área de Modelización Económica y Análisis de Largo Plazo de BBVA Research
Estados Unidos volvió a subir sus aranceles a 200,000 millones de dólares en importaciones de bienes procedentes de China, algo más de un tercio del total, elevando la tarifa del 10% al 25%. La medida es parte de una estrategia de presión cuando parecía que Estados Unidos y China estaban a punto de cerrar un acuerdo que aumentaría las compras de bienes norteamericanos, reduciría los subsidios a las exportaciones chinas y fortalecería la presencia de empresas americanas en el mercado doméstico del país asiático, además, y, sobre todo, de proteger de modo más efectivo la propiedad intelectual empresarial, eliminando las transferencias forzosas de tecnología.
Estados Unidos considera que China estaría dando marcha atrás en asuntos ya cerrados en la negociación. Mientras tanto, parece que va continuar el calendario de encuentros, con la delegación china en Washington y el anuncio de que el país asiático tomará medidas de represalia.
Nada nuevo en cuanto a que Estados Unidos se equivoca con alguno de sus objetivos (reducir el déficit comercial bilateral con China) y con los instrumentos (subidas de aranceles), que además de inútiles (el déficit norteamericano subirá mientras no eleve su ahorro o reduzca su inversión) son contraproducentes.
Las tarifas indiscriminadas son una estrategia arriesgada, destruye la confianza y debilita cadenas globales de valor que aumentan la disponibilidad de productos a precios más atractivos. No se trata de que la política comercial de China, en la que el libre mercado tiene un papel acotado, no tenga que ser confrontada para asegurar la existencia de un marco global equilibrado para todos. Son muchos los asuntos a reclamar a China, algunos de ellos apuntados por Estados Unidos, pero sin poner en riesgo todo lo avanzado, construyendo alianzas en foros multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, que debería reforzarse para ser más resolutiva y eficaz.
Con todo, la economía global está un paso más cerca de la guerra comercial total si tras la subida y las medidas de represalia anunciadas por China, Estados Unidos implementa su amenaza de poner aranceles al resto de importaciones desde el país asiático. La toma de posición de los mercados financieros, con caídas de la renta variable, flujos a activos libres de riesgo y aumentos de la volatilidad, de continuar, tendrá efectos reales en la actividad por el aumento de costes de financiación y el deterioro de la confianza. Unos efectos que se añadirían a los debidos directamente al aumento de aranceles, una subida de precios que reduce la cantidad demandada de bienes dada la menor capacidad de compra real de hogares y empresas.
La estimación cuantitativa del impacto de estas medidas es muy incierta. Primero, por la falta de evidencia reciente de medidas similares. Los costes del comercio internacional, y en particular los aranceles de bienes, mantienen una tendencia de caídas continuadas que les sitúan en mínimos no vistos en varias generaciones.
Además, los modelos econométricos disponibles no permiten precisar el impacto de un fenómeno muy complejo, que involucra multitud de geografías, productos y tipos de barreras a los flujos comerciales, sin establecer hipótesis fuertes en múltiples frentes (por ejemplo, las elasticidades-precio de exportaciones e importaciones para cada economía o su capacidad para sustituir rápidamente importaciones por producción doméstica).
En BBVA Research estimamos que la subida de aranceles al 25% podría reducir el PIB chino 0.5 puntos porcentuales respecto a un escenario base en el que China crecería cerca del 6% en 2019. Los impactos en los otros dos grandes bloques comerciales serían inferiores, en torno a 0.2 pp en Estados Unidos y 0.1 pp en el área del euro. En el caso de ir más allá, un riesgo que consideramos en estos momentos no descartable pero de cola, con aranceles a todas las importaciones desde China y represalias, los impactos, groso modo, se podrían doblar, con incertidumbre sesgada hacia efectos más intensos por la combinación de canales reales y financieros en un escenario global vulnerable y con poco margen de actuación de políticas económicas de demanda, y menos de modo coordinado. El escenario económico global sería entonces de intenso ajuste, el más intenso desde la crisis financiera de 2008-09.