Aulas equitativas, el desafío pendiente

Este Día Internacional de la Mujer, estoy pensando en mis alumnas, como profesora y exalumna (y mujer) he tenido un punto de vista único, aunque privilegiado, de la experiencia de las mujeres en el mundo académico, y una cosa está clara: hasta que podamos crear aulas equitativas, nunca seremos capaces de abordar la desigualdad de las mujeres en general.

Un aula equitativa toma en cuenta los diferentes desafíos y circunstancias que enfrentan sus estudiantes y profesores antes de llegar al campus, y asigna recursos y cambios de políticas en consecuencia, y para las mujeres jóvenes, las normas de género son obstáculos para recibir una educación. Diversas investigaciones muestran que, a partir de una edad muy temprana, las tareas asignadas a niños y niñas son diferentes, considerándose la educación de los niños como un uso más eficiente de los recursos, mientras que a las niñas generalmente se les asignan tareas domésticas. Existe evidencia que demuestra que el plan de estudios de educación temprana puede reforzar los estereotipos sobre el trabajo de la mujer.

Cuando una joven lucha por superar estos desafíos para llegar al ámbito de la educación superior, se enfrenta a un nuevo conjunto de obstáculos: a menudo trabaja y se ocupa de las responsabilidades domésticas mientras toma clases, se enfrentan al acoso sexual dentro o fuera del campus o se les presenta una plana docente que, en su mayor parte, no se parece a ellas. Las mujeres de esta facultad son juzgadas con más dureza en evaluaciones de los estudiantes y se les asignan más responsabilidades extracadémicas que sus homólogos masculinos.

Como resultado, es menos probable que las mujeres jóvenes se gradúen o avancen a títulos superiores y permanezcan infrarrepresentadas en los campos STEM. Estos obstáculos tienen enormes implicancias para la brecha laboral y salarial.

El primer paso hacia la igualdad de género es la equidad de género en el aula, tanto para los que están detrás del podio como para los que están en los escritorios del salón. Asumir que el campus universitario es el gran igualador—que el proceso de admisión es un modelo de meritocracia—o que las meritocracias son la forma máxima de “justicia” es una narrativa falsa. Las mujeres, especialmente aquellas pertenecientes a minorías e indígenas, han llegado a sus puestos a pesar de generaciones de desafíos. La universidad tiene que imaginarse un lugar que puede dar cuenta de estas profundas desventajas y tomar acciones para crear aulas equitativas.