Al igual que sus vecinos del Golfo, Kuwait depende en gran medida de la mano de obra extranjera barata procedente de Medio Oriente y de Asia y que ejerce oficios manuales desdeñados por los kuwaitíes, que optan por el empleo del sector público. ( Foto: YASSER AL-ZAYYAT / AFP)
Al igual que sus vecinos del Golfo, Kuwait depende en gran medida de la mano de obra extranjera barata procedente de Medio Oriente y de Asia y que ejerce oficios manuales desdeñados por los kuwaitíes, que optan por el empleo del sector público. ( Foto: YASSER AL-ZAYYAT / AFP)

Después de haber pasado su vida lavando automóviles en Kuwait, Marzuq Mohammed, de 65 años y oriundo de Egipto, va a ser expulsado de un país que desde hace 45 años considera su patria.

Este hombre, de 65 años, forma parte de las 68,000 personas que se verán obligadas a abandonar el rico emirato en virtud de nuevas leyes dictadas por el marasmo económico y la de COVID-19 que alimentaron la xenofobia.

A partir de enero, no se renovarán los permisos de trabajo de los inmigrantes mayores de 60 años que no tengan título universitario.

“¡Irse cuando hemos pasado toda la vida aquí!”, una posibilidad apenas concebible para Mohammed.

Al igual que sus vecinos del Golfo, Kuwait depende en gran medida de la mano de obra extranjera barata procedente de Medio Oriente y de Asia y que ejerce oficios manuales desdeñados por los kuwaitíes, que optan por el empleo del sector público.

Pero la crisis económica trastornó la situación y el primer ministro, Sabah al Jaled Al Sabah, dijo en noviembre que quería “resolver el desequilibrio demográfico”, reduciendo el número de extranjeros al 30% de los 4.8 millones de habitantes, frente al 70% actual.

Pero para el iraní Hasan Alí, de 67 años, abandonar su “segundo país”, donde vive desde hace 37 años, será un desgarro. “Me casé aquí, tuve mis hijos aquí, viví mi vida aquí”, dijo este vendedor de frutas y verduras en el mercado de Al Mubarakiya.

Abandonarlos en el desierto

El nuevo coronavirus, que afecta sobre todo a los trabajadores inmigrantes que viven en la promiscuidad, ha puesto de manifiesto la presencia de una comunidad cada vez más considerada como una carga.

Una actriz kuwaití apareció en los titulares de la prensa en abril y dijo que los extranjeros debían ser expulsados para que los pudieran tener una cama de hospital si se infectaban. “Deberíamos dejarlos en el desierto. No soy inhumana, pero ya basta”, comentó Hayat al Fahad en una televisión local, provocando una protesta en las redes sociales.

Si bien la decisión del gobierno fue acogida con beneplácito por algunos, otros consideran que pondrá al sector privado en dificultades.

El sindicato de los restaurantes se pronunció en contra de la decisión, a pesar de que sus establecimientos sufren después de varios meses de cierre para luchar contra el virus.

Según M.R. Raghu, director de investigación del Kuwait Financial Centre (Markaz), “al reducir el número de los que no aportan valor añadido a la economía, pueden liberarse puestos de trabajo en beneficio de los kuwaitíes”.

Sin embargo, a pesar de una campaña para alentarlos a trabajar en el sector privado, sólo alrededor de 72,000 lo han hecho, lo que representa apenas el 5% de los 1.4 millones de kuwaitíes.

La economía de Kuwait se vio particularmente afectada por la pandemia y la caída de los precios del petróleo.

El ministro de Finanzas, Barak al Sheetan, advirtió que no habría suficiente liquidez para pagar los salarios después de octubre si el gobierno no puede movilizar nuevos recursos.

El país tiene uno de los mayores fondos soberanos del mundo, el Fondo para las Generaciones Futuras, con activos estimados en US$ 550,000 millones, previstos para el período posterior al petróleo.

Los retiros de este fondo deben ser aprobadas por el parlamento, que se niega a hacerlo y acusa al gobierno de mala gestión.

Los salarios y las subvenciones absorben las tres cuartas partes del gasto público en este país petrolero, que aboga por la política del bienestar.