Los microplásticos sirven de vehículo para que los patógenos terrestres lleguen al océano, un tipo de ‘autostop’ que tiene consecuencias para la salud humana y la vida silvestre, según un estudio de la Universidad de California, Davis.
El estudio, publicado este martes en la revista Scientific Reports, ha constatado que los microplásticos ayudan a los patógenos a dispersarse y llegar a lugares en los que normalmente no tendrían que estar.
Los plásticos no son solo un problema para las tortugas marinas, explica Karen Shapiro, experta en enfermedades infecciosas y profesora asociada en la Escuela de Medicina Veterinaria de UC Davis, “los microplásticos pueden mover gérmenes y estos gérmenes terminan en nuestra agua y nuestra comida”.
Los microplásticos son pequeñas partículas de plástico de menos de cinco milímetros (como un grano de arroz) que han llegado ya hasta la Antártida.
El estudio ha analizado los patógenos Toxoplasma gondii, Cryptosporidium ( Crypto ) y Giardia, capaces de infectar a humanos y animales.
T. gondii se encuentra solo en las heces de los gastos pero ha infectado a muchas especies oceánicas con la enfermedad toxoplasmosis. Los investigadores de UC Davis sostienen que este parásito provoca la muerte de las nutrias marinas y también de especies en peligro crítico de extinción, como los delfines Héctor y las focas monje de Hawái.
En las personas, la toxoplasmosis puede causar enfermedades de por vida, así como trastornos reproductivos y del desarrollo.
Crypto y Giardia causan enfermedades gastrointestinales y pueden ser mortales en niños pequeños y personas inmunodeprimidas.
“Este problema afecta tanto a humanos como a animales”, subraya la primera autora Emma Zhang, de la Escuela de Medicina Veterinaria de UC Davis, quien avisa de la importancia de “un enfoque de One Health con la colaboración de especialistas en disciplinas humanas, de vida silvestre y ambientales porque todos dependemos del entorno oceánico”.
Para el estudio, los autores hicieron experimentos para probar si los patógenos seleccionados pueden asociarse con plásticos en el agua de mar.
Utilizaron dos tipos diferentes de microplásticos: las microperlas de polietileno, que se encuentran a menudo en cosméticos, como exfoliantes y limpiadores, y los de las microfibras de la ropa y de las redes de pesca.
Los científicos encontraron que más parásitos se adhirieron a las microfibras que a las microesferas, aunque ambos tipos de plástico eran capaces de transportar patógenos terrestres.
El estudio apunta que el plástico facilita que los patógenos lleguen a la vida marina de distintas maneras, según si este material se hunde o flota.
Los microplásticos que flotan pueden viajar largas distancias y propagar patógenos más lejos, y los que se hunden pueden concentrar patógenos en el fondo marino, donde viven los animales que se alimentan por filtración como el zooplancton, las almejas, los mejillones, las ostras, y otros mariscos, lo que aumenta la probabilidad de que ingieran tanto plástico como patógenos.
“Al arrojar plásticos, engañamos a los invertebrados” y “alteramos las redes alimenticias naturales”, lamenta Shapiro.
Los humanos podemos reducir este impacto controlando las microfibras que salen de las lavadoras y de las industrias y que pueden llegar a las vías fluviales a través de las aguas residuales, asegura Chelsea Rochman, experta en contaminación plástica y profesora en la Universidad de Toronto.