La migración sigue siendo una lacerante herida en muchos países de América Latina, donde este año 14 millones de personas han visto cómo sus sueños se estrellaban contra un muro de discriminación, marginalidad y, en algunos casos, incluso la muerte de quienes en medio de la desesperación se lanzaron a la aventura de buscar un futuro más prometedor.
Aunque el flujo migratorio en América, uno de los más grandes del mundo, se remonta a hace seis décadas y ha supuesto hasta ahora la movilización de unos 40 millones de personas, ha sido más recientemente cuando el fenómeno se ha transformado en una realidad masiva y mediática, pasando a ocupar un lugar en la agenda política, económica y social de la región.
“En los últimos años la migración en América ha empezado a dejar de ser invisible para convertirse en un escenario similar al que tienen los migrantes africanos o sirios en Europa”, explica a Efe Germán Casas, presidente de Médicos Sin Fronteras (MSF) para América Latina.
Sin embargo, las diferencias con esas zonas del planeta son abismales, porque en África y Oriente Medio, los migrantes salen de países de ingresos bajos y llegan a otros de rentas altas, en Europa. Por el contrario, en América Latina el viaje consiste en transitar de un escenario de pobreza a otro más o menos similar, porque sólo unos pocos logran llegar a Estados Unidos o Canadá.
Casas, que conoce de cerca el problema que viven las comunidades en Haití, Honduras, México y Colombia, asegura que “Latinoamérica se ha convertido en un inmenso corredor lleno de migrantes cuyo común denominador es que huyen de la violencia”.
Aquí los migrantes escapan de las amenazas de la guerrilla o los paramilitares en Colombia, de la delincuencia común en Venezuela, de las pandillas en Centroamérica o del narcotráfico en México, pero también dejan atrás su país para escapar de un enemigo en común: la miseria.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el mundo hay actualmente 281 millones de migrantes internacionales, lo que equivale al 3.6 % de la población. De esos, 59 millones (21 % del total) están en América del Norte y 14.8 millones (5 %) en América Latina y el Caribe.
En busca del sueño americano
Las restricciones de movilidad derivadas de la pandemia en 2020 y gran parte de 2021 alteraron estos flujos migratorios, principalmente en lo relativo a la emisión de visas y las condiciones laborales de los trabajadores latinoamericano
Este año, con la vacunación en marcha y la consecuente reactivación económica, el flujo de migrantes hacia Estados Unidos volvió a dispararse, especialmente tras el anuncio del Departamento de Trabajo en agosto pasado de que hacían falta diez millones de empleados.
La declaración puso en marcha nuevamente las caravanas de migrantes a lo largo del triángulo norte de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras) en dirección a México para desde allí dar el salto y hacer realidad el “sueño americano”.
Las cifras así lo evidencian: entre enero y octubre de 2021 México detuvo a 228,115 migrantes y deportó a otros 82,627, cifras que no se registraban desde hace quince años. Además, 123,000 personas solicitaron refugio en los primeros once meses de 2021, muy por encima de las 40,000 peticiones que se presentaban habitualmente cada año.
La reciente reanudación del programa “Quédate en México”, que obliga a los extranjeros a esperar mientras un tribunal estadounidense evalúa la solicitud de asilo, ha generado una honda preocupación debido a que esta iniciativa, impulsada en su día por el presidente Donald Trump, ha dejado varadas durante meses a más de 70,000 personas en la peligrosa franja fronteriza.
El sentimiento de frustración se extendió entre los 95,000 nicaragüenses que abandonaron su país para escapar de la crisis política y la miseria, y 49.000 hondureños deportados desde México, Estados Unidos y otros lugares de Centroamérica.
El sueño también quedó truncado para las 9,000 personas procedentes de Honduras en dirección a Estados Unidos que en enero pasado ingresaron irregularmente en Guatemala, donde fueron reprimidas por la policía y detenidas.
El drama de la migración haitiana y venezolana
“Un dolor similar viven los haitianos que, angustiados por las pocas oportunidades económicas que ofrece su nación, han optado por desplazarse a Brasil o Chile, en donde, sin embargo, no se han sentido bienvenidos”, comenta a Efe Donna Cabrera, especialista en migración de la Pontificia Universidad Javeriana, en Colombia.
Con la mirada puesta en Estados Unidos, miles de migrantes suramericanos transitan por la región hasta que llegan al Tapón del Darién, un inhóspito enclave fronterizo entre Colombia y Panamá donde se concentra un gran número de venezolanos, cubanos, africanos, ecuatorianos y colombianos en ruta hacia Estados Unidos.
Y a pesar del peligro de una zona donde abundan los animales salvajes y las crecidas de los ríos, las lanchas se adentran a medianoche en el mar, atestadas de personas a las que les sobran sueños y les faltan chalecos salvavidas, expuestas a los caprichos y la crueldad de los traficantes de personas que les sacan el poco dinero que llevan encima y las someten a todo tipo de abusos y vejaciones. Los números dan cuenta de este drama: las autoridades colombianas calculan que en los diez primeros meses de este año, unas 90,000 personas intentaron atravesar esta selva, y al menos medio centenar de ellas murió.
Junto con Haití, Venezuela es el país que proporcionalmente registra el mayor número de migrantes. La Encuesta de Condiciones de Vida 2021 de la Universidad Católica Andrés Bello calcula que la población “se redujo a 28,7 millones”, porque “poco más de cuatro millones” se marcharon del país entre 2015 y 2020. La aparente mejora económica provocada por la dolarización de facto no ha detenido este flujo, si bien el Gobierno asegura que en 2021 muchos migrantes han regresado, después de haber perdido el trabajo en los países donde residían, a causa de la pandemia.
A falta de estadísticas oficiales, la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), dependiente de Naciones Unidas, tiene registrados 6.038.937 migrantes venezolanos en todo el mundo, de los cuales, 4.992,664 están en Latinoamérica y el Caribe, en tanto que la Organización de Estados Americanos (OEA) advierte de que la migración venezolana puede llegar a los siete millones de personas a inicios de 2022, superando así el éxodo de Siria, considerado el mayor del mundo, con 6.7 millones de refugiados.
A pesar de los esfuerzos de República Dominicana, Curazao, Colombia, Perú, Chile y EE.UU. por regularizar o conceder un estatus temporal a estas personas, “un asunto pendiente de los países de América y de los organismos de cooperación regional es poder garantizarles los derechos a los venezolanos”, sostiene la especialista Donna Cabrera.
Una verdad incómoda
Los migrantes son personas abandonadas, víctimas de la estigmatización, traumatizadas porque han sufrido violaciones, persecuciones, amenazas, extorsiones, robos o secuestros, y que en ocasiones pierden la vida durante su viaje, como le sucedió el pasado día 9 a más de medio centenar de migrantes centroamericanos que viajaban hacinados en un camión que volcó en una carretera del sureste de México.
“Es triste saber que muchas de estas personas en sus países tenían una casa, un trabajo, una familia, pero ahora llegan a otro lugar y son señalados y catalogados como usurpadores”, señala Germán Casas.
A la sociedad le cuesta entender que la crisis migratoria ha sido constante en América, y que si ahora son los centroamericanos, venezolanos y haitianos, tiempo atrás fueron los mexicanos, colombianos, ecuatorianos y peruanos los que intentaron atravesar la frontera que separaba la miseria de la prosperidad.
“Es imposible dejar de pensar que uno podría estar en la situación de un migrante, pasar de una vida tranquila a tener que huir y dejarlo todo para convertirse en una persona errante, sin patria, sin familia, sin nada”, reflexiona el presidente de Médicos Sin Fronteras.