Gustavo Petro, el primer presidente izquierdista de Colombia, asumirá en agosto con un ambicioso programa para combatir la deforestación de la selva amazónica. Petro prometió limitar la expansión del sector agrícola en esa región y crear reservas donde los indígenas y otras comunidades podrán cultivar caucho, acaí y otros productos que no implican la tala de árboles.
Dijo, asimismo, que financiará el sembrado con los ingresos derivados de créditos de carbono.
“Desde Colombia, le entregamos a la humanidad una recompensa, un remedio, una solución: no quemar más la selva amazónica, recuperarla hasta su frontera natural, entregarle a la humanidad desde Leticia la posibilidad de la vida planetaria”, declaró Petro, luciendo un arreglo indígena en la cabeza, ante una muchedumbre en la ciudad amazónica de Leticia durante su campaña.
Primero, sin embargo, deberá imponer el orden en una enorme región donde no impera la ley.
La tarea de frenar la deforestación parece más dura que nunca. En el 2021, la Amazonía colombiana perdió 98,000 hectáreas de selva impoluta debido a la deforestación y otras 9,000 hectáreas a causa de incendios forestales.
Esos niveles están por debajo de los del 2020, pero de todos modos son los cuartos más altos de que se tiene registros, según el Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (conocido por sus siglas en inglés, MAAP), una iniciativa de la Asociación para la Conservación de la Cuenca Amazónica, una organización sin fines de lucro.
Más del 40% del territorio colombiano (un área comparable a la de España) se encuentra en la Amazonía. El país tiene la biodiversidad de aves más grande del mundo, sobre todo porque incluye zonas de transición entre los Andes y las tierras bajas de la Amazonía. El 15% de la Amazonía colombiana ha sido deforestado, de acuerdo con la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
La destrucción de la selva ha aumentado desde el 2016, año en el que Colombia firmó un acuerdo de paz con la guerrilla FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) que puso fin a décadas de un conflicto armado.
“El proceso de paz permitió a la gente volver a zonas rurales donde había conflictos. Quienes regresaron explotaron los recursos naturales y contribuyeron a la deforestación y a un aumento en los incendios forestales, sobre todo en la Amazonía y en la zona de transición entre las regiones de los Andes y la Amazonía”, dice un artículo publicado en la revista “Environmental Science and Policy”.
En la Amazonía colombiana casi no se siente la presencia del estado. “Había control territorial por parte de estos actores armados, que, una vez desmovilizados, dejaron el campo libre para la minería ilegal, para la ganadería y narcotráfico”, señaló Ruth Consuelo Chaparro, directora de Fundación Caminos de Identidad, en una entrevista telefónica. “Son vacíos de Estado que no se han llenado”.
La principal fuente de deforestación es la expansión de la ganadería. Desde el 2016, la cantidad de cabezas de ganado se duplicó en la Amazonía, hasta llegar a 2.2 millones. En el mismo período, se perdieron unas 500,000 hectáreas de bosques, según la FCDS.
La expansión ganadera va de la mano de la apropiación ilegal de tierras, indicó el director de esa fundación Rodrigo Botero.
“El gran negocio es la tierra. Las vacas son solamiente el vehículo para consolidar esas tierras”, manifestó Botero.
Expertos afirman que las tierras ocupadas ilegalmente generalmente son vendidas a otros ganaderos, que las explotan sin restricciones, como las asociadas con el tamaño de la propiedad. La mayor parte de la destrucción se produce en un “arco de deforestación” en el noroccidente de la región amazónica colombiana, incluso en zonas protegidas como la de Chiribiquete, el parque nacional protector de una selva tropical más grande del mundo, que ha perdido unas 6,000 hectáreas desde el 2018, de acuerdo con MAAP.
Durante la campaña presidencial, Botero organizó visitas individuales de un día de los candidatos a la región amazónica. Sobrevolaron haciendas ganaderas, parques nacionales y territorios indígenas.
“Una cosa interesantísima es que Petro y otros candidatos dijeron fue que nunca imaginaron que la magnitud de la destrucción fuera la que estaban viendo”, dijo Botero. Añadió que a todos les impresionó la sensación de ingobernabilidad.
Casi el 60% de las emisiones de gases con efecto invernadero de Colombia provienen de la agricultura, la deforestación y otros usos de la tierra, según al Instituto de Recursos Mundiales.
En el 2020, acatando las disposiciones del Acuerdo Climático de París, el gobierno de Iván Duque se comprometió a reducir un 51% las emisiones para el 2030 y a alcanzar una deforestación neta igual a cero para ese año.
La Amazonía es la selva tropical más grande del mundo y un gigantesco sumidero de carbono. Se teme que su destrucción no solo libere grandes cantidades de carbono, complicando los esfuerzos por contener el cambio climático, sino que también se genere un proceso irreversible de degradación, que convierta la selva en una sabana tropical.
Pese a abarcar casi la mitad del territorio colombiano, la región amazónica es la parte menos pobladas del país, históricamente ignorada durante las campañas presidenciales.
La campana de este año no fue la excepción, aunque por primera vez hubo un debate presidencial dedicado exclusivamente a temas ambientales antes de la primera vuelta. Petro, quien encabezaba las encuestas por entonces, se negó a participar.
En su programa de gobierno, Petro promete dar prioridad a los títulos de tierra colectivos, como los de reservas indígenas y los campesinos sin tierras. También se compromete a controlar la migración hacia la Amazonía y a combatir las actividades ilegales, como la toma de tierras, el tráfico de drogas y el lavado de dinero mediante la compra de tierras.
El jefe de prensa de Petro no respondió a pedidos de comentarios.
“Petro ha estudiado y entiende la deforestación”, declaró Consuelo Chaparro, cuya organización trabaja con tribus indígenas amazónicas.
Pero agregó que el presidente no puede hacerlo todo solo. Su esperanza es que escuche a los indígenas y avance en la dirección indicada. “No esperamos que sea un Mesías”, indicó.