China aspira a convertirse en una potencia dominante en los próximos años y ve en el cine un gran escaparate para su poder blando, pero la propaganda y las particularidades del mercado chino se interponen en ocasiones en su camino hacia una mayor acogida internacional.
La taquilla china desbancó en el 2020 a la de Estados Unidos gracias a que los cines del gigante asiático están teniendo un mejor desempeño durante la pandemia, si bien los mayores éxitos los han protagonizado producciones dirigidas a un público doméstico.
Entre ellas destacan epopeyas como “La batalla del lago Changjin” -narra la intervención de los soldados chinos en la Guerra de Corea-, que es ya la cinta más taquillera en la historia del país tras recaudar 6,000 millones de yuanes (unos US$ 900 millones o 800 millones de euros).
Las autoridades pretenden que el cine represente “los valores socialistas”, con lo que estas películas llegan a proyectarse hasta en las escuelas y se las protege de críticas como las de un antiguo periodista que este año acabó arrestado por “atentar contra el honor” de los soldados caídos en aquella batalla.
“Las películas más taquilleras de los últimos años han tratado ‘temas rojos’ o eran muy generalistas como la comedia ‘Hi mum’. Todas se ajustan a la corrección política”, comenta a Efe el experto Sun Yao, gerente de una sala de proyecciones.
Incluso reputados cineastas como Zhang Yimou -premiado en los festivales de Cannes y Berlín- se ha apuntado a esta “moda”, con el reciente estreno de “Cliff Walkers”, un ‘thriller’ ambientado en la ocupación japonesa, y próximamente el de “The Coldest Gun”, centrada en un francotirador chino que, durante la misma Guerra de Corea, mató o hirió a 214 soldados estadounidenses.
Censura y falta de creatividad
Para Sun, las películas chinas más comerciales no triunfan fuera del país por motivos políticos y culturales, dado que están destinadas a conmover a los espectadores chinos con elementos difícilmente traducibles a un público internacional.
“China no produce un ‘Juego del calamar’ -serie de la vecina Corea del Sur- por la censura y por falta de creatividad y de experiencia. Pero el arte no tiene fronteras y los artistas chinos no tienen necesariamente obstáculos para triunfar en el extranjero, como atestigua el último Óscar a la cineasta Chloe Zhao”, apunta.
Directoras como Wang Zhe opinan que los creadores no deberían culpar a las restricciones de sus fracasos: “En el pasado, se han hecho grandes obras de arte bajo censura”, opina, y achaca la limitada proyección a la “falta de madurez” de la industria, que debe “abandonar las producciones vacías”.
En China se apuesta por comedias familiares y enredos románticos que se limitan a cumplir con meras expectativas comerciales, lo que provoca, según Sun, que la calidad descienda “sin parar”.
Pero esto no siempre fue así: en los noventa, una época de mayor libertad creativa, los cineastas chinos lograron notables éxitos internacionales con películas como “¡Vivir!”, “Héroe” o “La linterna roja” del mencionado Zhang Yimou.
Y en 1993, “Adiós a mi concubina”, de Chen Kaige, se convirtió en la primera película china en conseguir la Palma de Oro en Cannes.
Después apareció uno de los directores aún hoy más destacados, Jia Zhangke, que narra las peripecias de mineros, trabajadores de fábricas o carteristas que han de lidiar con el frenético desarrollo del país en cintas como “Naturaleza muerta” (2006) o “Un toque de violencia” (2013), exhibidas en Cannes o en Venecia.
Más recientemente, en el 2019, la película de ciencia ficción “La Tierra errante”, basada en la novela homónima de Liu Cixin, fue uno de los títulos chinos con mayor proyección gracias a que se exhibió en Netflix, así como uno de los mejores exponentes de este género que Pekín apoya para promover la innovación.
Otros cineastas han apostado por estilos más arriesgados, como ejemplifica la monumental “Un elefante sentado y quieto” (234 minutos), del director Hu Bo, que se suicidó después de terminar el rodaje, o la onírica “Largo viaje hacia la noche”, de Bi Gan, cuyo realismo mágico se comparó con la obra de Gabriel García Márquez.
Pero las restricciones temáticas siempre están presentes: Wang Bing, que produjo un documental de nueve horas sobre la desindustrialización en el 2001, tuvo que colaborar con productoras europeas en el 2018 para sacar adelante “Dead Souls”, cinta sobre los campos de reeducación chinos que también se proyectó en Cannes.
Industrias en paralelo
Las barreras existentes entre la industria del celuloide local y el internacional tampoco ayudan a que espectadores de otros países descubran “joyas ocultas” entre las producciones chinas o a que un fenómeno mundial como “El juego del Calamar” surja de China.
Es difícil encontrar películas chinas en plataformas como Netflix, que a su vez no está disponible en el país asiático, donde los portales locales compiten sin apenas competencia extranjera.
Esta ausencia se debe a las trabas gubernamentales, pero también al competitivo mercado local, dominado por plataformas como Bilibili o iQiyi -respaldadas por gigantes digitales como Tencent-, que ofrecen contenidos a precios muy bajos.
Producciones de Netflix como “House of Cards” han llegado a China a través de terceros como iQiyi, que canceló un acuerdo con la firma estadounidense argumentando que sus contenidos “no funcionaban bien”.
Y en las salas comerciales, el Gobierno chino solo permite un máximo de 34 estrenos foráneos al año, pese a lo cual el mercado sigue siendo tentador para Hollywood, que ha visto cómo algunos de sus ‘blockbusters’ han tenido más éxito en China que en cualquier otra parte, como sucedió con la saga “Transformers” o con el reestreno de “Avatar”.
Pero esto también provoca que algunos ejerzan la autocensura, según la prensa del país: “Tengo que alabar las películas de James Bond. Nunca se meten con China porque el mercado chino es enorme. El poder del consumo chino es nuestra fortaleza”, ironizaba el diario Global Times tras el estreno de “Sin tiempo para morir”.