Con la clausura de Memorial, considerado un pilar de los derechos humanos y de la investigación sobre la represión en la era soviética, el Kremlin tendrá las manos libres para controlar no solamente el presente de Rusia, sino también su pasado.
La decisión tomada la semana pasada por parte del Tribunal supremo de cerrar Memorial, de manera oficial porque viola la polémica ley sobre el estatuto de “agente extranjero”, provocó conmoción tanto en la propia Rusia como en el exterior.
Se trata de la estocada final de la represión a la oposición, que llevó en particular a encarcelar a su principal figura, Alexéi Navalni, a los medios de comunicación independientes y a toda la sociedad civil. También ilustra el esfuerzo del presidente Vladimir Putin por glorificar a la URSS, subrayando sus logros y minimizando sus crímenes.
A pesar de que Memorial estaba bajo presión de las autoridades desde hace años, su cierre era hasta ahora algo inimaginable.
Esto, puesto que Memorial era más que una simple oenegé defensora de las libertades. Desde 1989, ha realizado de manera implacable la crónica del terror soviético, identificando tanto a víctimas como a sus verdugos, en un país donde esta herencia aún divide claramente a la sociedad
Los historiadores temen que en lo sucesivo el discurso histórico en Rusia finalice en manos de los herederos del KGB y, sobre todos, de los poderosos servicios de seguridad actuales, el FSB.
“Están intentando recrear una sola historia: la suya”, destaca el historiador Nikita Sokolov, subrayando que Memorial fue “portador de otra versión en la memoria del pueblo”.
“¿Por qué arrepentirnos?”
Durante el juicio a puertas cerradas, los fiscales acusaron de manera clara a la oenegé de denigrar la memoria de la URSS.
“¿Por qué deberíamos nosotros, descendientes de los vencedores, avergonzarnos y arrepentirnos en lugar de estar orgullosos de nuestro glorioso pasado?”, señaló el magistrado Alexéi Jafiarov el día de la sentencia.
A los jóvenes rusos, toda una generación que ha crecido bajo los sucesivos gobiernos de Putin, les ha sido inculcada una versión de la historia en la cual los crímenes de Stalin son apenas un detalle.
“Se trata una versión ‘más light’ de la historia soviética, en la cual el Estado no es culpable” de nada, explica el experto Alexéi Makarkin.
En la versión que defienden las autoridades actuales, Iósif Stalin es presentado como un líder eficaz, que industrializó al país y derrotó a Hitler, y no como un dictador que envió a millones de sus compatriotas ya fuera a la muerte o al Gulag.
Es el haber refutado esta doctrina oficial por parte de Memorial, y la revelación sobre quiénes fueron los verdugos, lo que desató la cólera del poder.
Su director, Ian Rachinski, señala que el Kremlin no pone en tela de juicio que existiera la represión, pero tiene una “interpretación” distinta de ésta.
Así, el Estado intenta convencer de que son “ciertas malas personas quienes hicieron esto o lo otro, como si hubiera víctimas, pero no así victimarios”, prosigue.
En cuanto a Memorial, por su parte, “demostró de manera clara que se trataba de una política de Estado y que la URSS practicaba el terrorismo”, añadió Rachinski.
Stalin “revive”
La misma semana en que se conoció el fallo del Tribunal supremo, uno de los historiadores de Memorial Gulag, Iuri Dmitriev, vio incrementarse su condena a prisión en 15 años.
Los partidarios de Dmitriev, quien pasó varios años buscando fosas comunes en el norte de Rusia, afirman que su condena, a causa de un polémico caso de “violencia sexual”, fue un invento.
Un adolescente fue condenado el mes pasado a cuatro años de prisión por haber orinado sobre una placa con el retrato de un veterano de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque Vladimir Putin, exagente del KGB soviético, considera la caída de la URSS como la “mayor catástrofe (geopolítica) del siglo XX”, nunca coqueteó con los nostálgicos del estalinismo.
Inclusive, en el 2017, inauguró un monumento en Moscú dedicado a las víctimas de la represión política y, más recientemente, apoyó la idea de erigir una estatua de Andréi Sájarov, el más famoso disidente soviético y fundador de Memorial.
Su voluntad, según expertos, es preservar la memoria de la represión pero sin convertirla en piedra angular en la historia soviética, ni culpar al Estado por ella.
Con la glorificación de Stalin en los libros de texto de historia y en la televisión pública, más del 50% de los rusos tienen actualmente una imagen positiva del dictador, de acuerdo a un reciente sondeo del Centro Levada.
“Puesto que los crímenes no se denuncian como lo que fueron, el cuerpo (de Stalin) revive”, señala Rachinski, haciendo una metáfora.