El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cumple este 1 de enero tres años en el poder, pero comienza el 2022 desgastado y con las elecciones de octubre en un horizonte para el cual se perfila como favorito el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva.
Brasil volverá a las urnas el 2 de octubre y las encuestas dicen en forma unánime que el primer presidente que la ultraderecha le ha dado al país tiene una intención de voto de entre 20 y 25%, frente al casi 50% que le llegan a atribuir al progresista Lula, su mayor antagonista en la política.
El agudo desgaste sufrido por el líder conservador desde que ganó las elecciones de 2018 con un 55% de los votos es considerado por los analistas como un resultado directo de su firme negacionismo frente a la pandemia de COVID-19, que ya ha matado a casi 620,000 brasileños, y de las crecientes dificultades económicas del país.
“Gripecita”, una economía estancada y un liberalismo abandonado
Desde que el coronavirus llegó a Brasil, en marzo de 2020, el mandatario se opuso a todo tipo de medida preventiva, censuró el uso de máscaras, minimizó la crisis sanitaria, se burló de los enfermos y hasta hoy reniega de las vacunas, que califica de “experimentales” y cuya eficacia pone en duda.
La relación entre el apoyo que le atribuyen las encuestas y las vacunas parece casi directa. Cerca del 80% de los electores se las han aplicado, frente a un 20% que aún se mantiene como el propio Bolsonaro, quien suele ufanarse de no haberse inmunizado.
Más allá de su negacionismo ante el COVID-19, que llegó a tildar de “gripecita”, Bolsonaro inicia su cuarto año en el Gobierno con una economía estancada, que se calcula que creció en torno al 4% en 2021, tras caer en una proporción similar en 2020, como consecuencia de la crisis sanitaria.
Las proyecciones para 2022 son inciertas, pero en el mejor de los casos se espera un insuficiente crecimiento del 0.5%, con una tasa de inflación en torno al 10%, un desempleo cercano al 12% y unas 50 millones de personas, que representan poco menos de un cuarto de la población brasileña, en situación de inseguridad alimentaria.
Ese escenario ha despertado recelos en los sectores privados, que en 2018 se ilusionaron con el liberalismo que proclamaba Bolsonaro, quien finalmente dejó atrás esas ideas y apeló al dinero público para financiar programas sociales de claro tinte populista apuntando a las próximas elecciones.
Desbandada en la derecha y problemas con la justicia
Bolsonaro también enfrenta tormentas en sus propias filas y ya muchos conservadores más moderados se han distanciado, en parte por las radicales posiciones de minoritarios grupos de la ultraderecha que forman la base de apoyo al Gobierno.
Esas células ultras, alentadas en parte por el propio Bolsonaro, mantuvieron en 2021 bajo amenaza a las instituciones democráticas y convocaron numerosos actos en los que exigieron una “intervención militar” para “suprimir” el Parlamento y la Corte Suprema.
La Justicia tomó cartas en el asunto y tanto Bolsonaro como dos de sus hijos y muchos activistas de su entorno están investigados por la Corte Suprema, que también tiene pendiente analizar otras acusaciones contra el mandatario.
Una de las más graves fue formulada por una comisión del Senado que investigó las posibles omisiones del Gobierno frente a la crisis de COVID-19 y acusó a Bolsonaro, entre otros delitos, de “crímenes contra la humanidad”.
Con ese escenario, el líder de la ultraderecha intentará renovar su mandato y, aunque Lula no termina de confirmar su candidatura, nadie duda de que su nombre estará en las urnas en octubre.
“Vamos a trabajar en 2022 para que todos los brasileños puedan tener una vida digna y volver a ser un país que se llene de orgullo. Jamás desistiré de batallar por un mañana mejor”, escribió Lula en sus redes sociales en su último mensaje de 2021.