Alfombra. (Foto referencial: Getty)
Alfombra. (Foto referencial: Getty)

Buscando las últimas alfombras antiguas de , Shari Allahqul ha soportado tormentas de nieve, ha recibido palizas de ladrones y ha tenido que aprender a esconderse de los talibanes.

A caballo y con mulas ensilladas para transportar el botín, este hombre recorre las tierras escarpadas y rocosas del norte de Afganistán para comprar a las tribus nómadas sus preciadas alfombras hechas a mano.

“Los caminos son peligrosos, habitados por lobos y enemigos. Tenemos que pasar noches en bosques o desiertos”, cuenta Shari, quien confía en su perro pastor para que le proteja mientras duerme.

Durante semanas o meses, los buscadores de alfombras avanzan por los senderos de las caravanas de antaño, deteniéndose en cada aldea por si hubiera alguna pieza extraordinaria que pudieran adquirir a cambio de dinero o de bienes de consumo modernos.

Las venderán en los mercados, a coleccionistas. Una alfombra de calidad (lo cual depende de su antigüedad, estado y tamaño) les puede costar cien o doscientos dólares en una aldea y sacan casi otro tanto de ganancia.

Pero es una vida peligrosa. Shari, que la lleva desde niño, ha vivido muchas desventuras. Una vez unos bandidos le pegaron con las culatas de sus rifles. Estaban tan obsesionados con sacarle el dinero que no se dieron cuenta del valor de las alfombras. “Me dijeron: ‘Tira esas viejas alfombras’”.

Son gajes del oficio. Recuerda que su padre le solía contar la historia, hace mucho tiempo, de un amigo que fue a buscar alfombras y acabó devorado vivo por los lobos al quedar atrapado en una nevada.

“Lo único que encontraron fueron sus zapatos y alfombras”, dice el hombre, quien aprendió el oficio de su padre y este a su vez del suyo.

Debido a los peligros, acentuados con la retirada de las tropas internacionales de Afganistán, Shari viaja en grupo y prefiere las montañas a las carreteras para evitar los combates y los talibanes.

Miles de dólares

La comarca, donde durante siglos las tribus nómadas han tejido las alfombras más delicadas de Afganistán, se extiende desde la ciudad de Kunduz, en el norte, hacia el oeste a lo largo de las fronteras con Uzbekistán y Turkmenistán, y hasta el sur, en el límite de Irán.

Shari va de pueblo en pueblo, siguiendo las indicaciones de su red. Regatea durante horas por alfombras muchas veces tejidas por la familia de una futura esposa como dote.

Las más preciadas tienen décadas de antigüedad y están adornadas con motivos tribales. Son de lana hilada a mano y teñida con tintes naturales extraídos de raíces o pétalos de flores.

Antes de venderlas en las grandes ciudades, tiene que lavarlas y deben secar durante meses en los tejados para que el sol reavive los colores, o incluso repararlas minuciosamente.

“Reparar o vender una alfombra es como criar a un hijo. Es mucho trabajo”, dice Shari.

Se necesitan entre seis meses y dos años para hacer una alfombra. Al final de la cadena pueden venderse por miles de dólares en el mercado internacional.

“Nada de afgano”

Abdul Wahab es uno de los principales coleccionistas de alfombras de Kabul. Su colección se la debe a los cazadores de alfombras. “Dependemos en un 99.9% de esta gente”, reconoce.

Pero décadas de conflicto, migraciones y urbanización han cambiado el comercio.

Las tribus nómadas se han sedentarizado y muchos telares familiares se han abandonado, aseguran los comerciantes de la capital.

Porque sus alfombras compiten con productos más baratos, fabricados en masa en talleres industriales con lana importada y colorantes sintéticos.

“Es muy triste”, lamenta Wahab, quien también tiene un comercio en Canadá. “Lana belga, tinturas de otro país. No queda nada de afgano”.

Las copias de gama baja abundan en Afganistán, Pakistán e India, se queja. Esto complica la venta de alfombras de calidad a los clientes.

Algunos comerciantes sin escrúpulos no dudan en tratar con productos químicos las piezas de fabricación común o lavarlas con té, para recrear el efecto desgastado y descolorido de las alfombras viejas. Otros incluso pasan con el coche por encima de ellas para que parezcan usadas, porque así suben los precios.

Un arte que se pierde

Solo un examen minucioso por parte de un experto puede determinar el valor de una alfombra. “Los tintes, el estilo, el estado, la forma, todo ello define el valor de una pieza”, detalla Wahid Abdulá, propietario de Herat Carpets en Kabul.

Las alfombras viejas no siempre son de mejor calidad, dice. Pero la originalidad de los motivos, una característica o un defecto dejado intencionadamente por el tejedor puede distinguirlas de los productos en masa. “Es todo un arte. Es difícil de explicar”.

Un arte que se pierde porque las piezas antiguas, tejidas a mano, son cada vez más raras.

Los coleccionistas están preocupados por la posible desaparición de esta parte del patrimonio nacional. Pero las autoridades tienen otras prioridades, como la guerra.

“Las alfombras hechas en fábrica han dañado la industria de las piezas hechas a mano”, lamenta un investigador sobre las alfombras de Herat (oeste), Zalmai Ahmadi.

Durante sus dos últimas expediciones, solo pudo traer dos alfombras, cuando hace años hubiera regresado con decenas.

“Los viajes son muy, muy difíciles. Te cruzas con los talibanes, las fuerzas gubernamentales y los ladrones. O te piden dinero o te matan”, asegura. Antes “podías conseguir lo que quisieras. Ahora ya no”.

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