Vergüenza, rabia y dolor es lo que sienten muchos jóvenes rusos, que solo han conocido a Vladimir Putin como presidente, al hablar de la invasión de Ucrania por Rusia.
Estos jóvenes, que afirman que están horrorizados, que no pueden expresarse y no son escuchados, optaron por razones de seguridad no mencionar su apellido al hablar.
El mundo de Maria, de 21 años, se vino abajo como un castillo de naipes en la mañana del 24 de febrero, cuando se enteró de que su país lanzó una supuesta “operación especial” en Ucrania destinada a proteger a Rusia de la amenaza occidental y a los rusoparlantes de un “genocidio”.
Desde ese día, Maria se esfuerza en “encontrar una lógica” a todo lo que está pasando, pero sin éxito: “Mi sistema de valores se ha hundido”, cuenta.
Como cientos de moscovitas, esta joven se manifiesta todos los días contra la guerra, sin pancartas ni eslóganes para evitar ser detenida.
“Pero los políticos no escuchan a gente como yo, que pensamos diferente”, dice Maria, que acaba de abandonar sus estudios.
Muchos jóvenes de su generación se sienten “traicionados” por el Kremlin, que “se niega a verlos y escucharlos”.
En un minúsculo café del centro de Moscú, María da rienda suelta a sus emociones junto a una amiga que ha llegado desde San Petersburgo.
Mira, que tiene 26 años y trabaja en el sector de la moda, también va a las pequeñas concentraciones diarias contra la guerra que tienen lugar en la antigua capital imperial rusa. Antes de cada manifestación, llena su mochila con “medicamentos, el pasaporte, y un par de calcetines”, por si la detienen.
“Pequeña, invisible”
“Ir a una manifestación es algo que tienes que meditar, dado el riesgo de que te multen, de que te agredan (la policía) o de acabar en prisión”, explica Liza, una estudiante de 20 años.
A menudo, “manifestarse significa echar a perder tu vida”, añade esta joven, que dice sentirse “pequeña e invisible para el sistema”.
“Nunca voté por Putin. Nadie me pidió mi opinión sobre esta guerra que pago con mis impuestos”, señala Liza, que quiere dejar Rusia con su novio, Evgueni. “Ni me respetan ni me escuchan”, añade ella.
“Nunca nada me había dolido como esta guerra”, cuenta Evgueni, para quien “manifestarse se ha vuelto inútil”.
Con miedo por las “sombrías perspectivas que nos esperan a los rusos un pueblo paria”, teme que haya una movilización militar general, por lo que está a punto de irse a Georgia.
Unos temores que también tiene Elizaveta, de 28 años y diplomada de una prestigiosa universidad.
Sobre todo, la abruman “la rabia y el dolor, como si hubiera habido un fallecido en la familia”, declara a la AFP.
Después de la anexión rusa de la península ucraniana de Crimea en el 2014, Elizaveta renunció a trabajar como funcionaria del Estado, y desde entonces es traductora.
“No se escoge el país en el que naces”
Piotr, de 20 años, ya asumió que la carrera cinematográfica con la que sueña se desvanecerá por completo si lo detienen en las manifestaciones contra la guerra a las que acude con su cámara.
“Pero ir es mi deber cívico y profesiones”, cree este joven, quien también se reprocha el no haber protestado por “el asesinato de 15,000 personas por las fuerzas de Kiev” en el conflicto que arrancó en el 2014 en las regiones separatistas prorrusas del este de Ucrania.
En el fondo “el poder nos habla como nuestros padres: ‘sabemos lo que es mejor para vosotros’”, explica con rabia Liza, de 23 años.
“Después de la escasez soviética, nuestros padres empezaban a tener bienes (materiales) y eso cuenta mucho para ellos”. “Pero no se escoge ni el país en el que naces, ni a tus padres”, sentencia.