Desde los 2,400 metros sobre el nivel del mar, la piel de las uvas se engrosa por las bajas temperaturas y el intenso sol del Desierto de Atacama en Chile, el más árido del mundo, lo que otorga un color vivo y una textura a los vinos que producen los herederos de pueblos nativos de la zona.
En medio de cumbres altiplánicas de vegetación baja, las parras soportan fuertes cambios de temperatura en el viñedo Caracoles, el más alto del país a 3,600 metros sobre el mar, donde por seis años Cecilia Cruz ha debido enfrentar la caída de nieve en cepas como el syrah.
“Para mí no es difícil porque estoy criada en la tierra. Este es el futuro para mis hijos también para más adelante, cuando yo no esté, para ellos. Estoy muy orgullosa”, afirmó la mujer de 67 años.
Sin embargo, la “Checha” -como la conocen en la zona- reconoció que tiene dificultad con el crecimiento de las uvas, lo que cree podría resolver un especialista que visite su plantación de un millar de parras.
En medio del desierto y relativamente cerca a la turística San Pedro de Atacama, los descendientes atacameños han buscado la forma para desarrollar estos vinos de altura, que han recibido reconocimientos internacionales.
Ayllú es el nombre del vino hecho por los 18 productores unidos en la cooperativa campesina Lickanantay, que genera unas 12,500 botellas anuales.
El enólogo de Ayllú, Fabián Muñoz, explicó que la zona tiene condiciones muy distintas a las acostumbradas en la industria vitivinícola.
“Tenemos 360 días de sol, radiación ultravioleta, tenemos noches muy frías, esto hace que nuestras uvas tintas generen una piel más gruesa”, detalló.
“Por ende, de forma natural del lugar, tenemos vinos tintos con muy buen color, con muy buen tanino, aroma muy versátil que hace que nuestros vinos sean bien complejos, tengan muchos aromas, tenga muchos sabores”, agregó.