En este ambiente acogedor, los miembros pueden charlar tomando una copa en el corazón del elegante barrio londinense de Coven Garden. (Foto: AFP)
En este ambiente acogedor, los miembros pueden charlar tomando una copa en el corazón del elegante barrio londinense de Coven Garden. (Foto: AFP)

En la era del #MeToo, ruge una revuelta contra los muy elitistas clubs privados de Londres, instituciones históricas en las que se reúnen ministros, diputados y hombres de negocios, pero que a menudo siguen excluyendo a las mujeres.

Tras su imponente fachada de piedra, el Garrick, un club fundado en 1831, cultiva un encanto muy inglés, desde su biblioteca de madera maciza hasta los sofás de cuero y las grandes mesas de la sala de recepción.

En este ambiente acogedor, los miembros pueden charlar tomando una copa en el corazón del elegante barrio londinense de Coven Garden.

Es exactamente el tipo de lugar que Emily Bendell, empresaria al frente de la marca de lencería Bluebella, buscaba para ampliar su red de contactos.

Antes de darse cuenta de que el Garrick, pese a su imagen “bohemia” por estar inicialmente dedicado a los actores, sigue estando reservado exclusivamente a los hombres, como una docena de otros prestigiosos clubes londinenses.

“No importaría si fuera un pequeño club, pero es una institución en el centro de Londres, que reúne a nuestros políticos, a nuestros jueces y a la gente en la cima de su profesión”, dice Bendell.

En su opinión, “no hay duda de que el progreso profesional de muchas mujeres se ha visto obstaculizado por estos clubes de viejos muchachos”, agrega.

Por eso decidió llevarlos ante la justicia.

Sociabilidad y poder

En el Reino Unido están permitidas las asociaciones reservadas a un único sexo, pero esto no se aplica a los lugares que ofrecen servicios.

Y en eso pretende basarse el abogado de Bendell, porque estos clubs, ninguno de los cuales respondió a la petición de comentarios de la AFP, generalmente tienen un servicio de hotel y un restaurante... donde las mujeres pueden cenar si son invitadas.

Estos lugares de encuentro unisex inicialmente respondieron a “una necesidad muy específica en el siglo XIX”, la edad de oro de los “clubs de caballeros”, explica la historiadora Amy Milne-Smith, de la Universidad Wilfrid Laurier.

En ese momento, la sociabilidad estaba mucho más “dividida por géneros” y estos centros se fundaron como reacción a una sociabilidad femenina muy marcada, que “dominaba el hogar con tés y bailes”.

De hecho, precisa esta experta, las reglas de los clubs a menudo prohíben hablar de negocios.

“Pero ¿cómo se define qué son negocios? En una sociedad patriarcal, es difícil separar la sociabilidad del poder”, subraya.

“Los negocios no se limitan a cerrar contratos. Puede que no hables de trabajo en el club, pero creas relaciones que luego dan fruto en los negocios”, dice Milne-Smith.

“Es muy ingenuo pensar que los miembros mantienen sus vidas profesionales completamente a parte”, dice Bendell, quien cree que siempre es “más probable que apoyes el ascenso” de alguien con quien bebes regularmente.

“Repensar las instituciones”

También existe la contraparte femenina, pero sigue estando mucho menos extendida.

“En 1886, un grupo de mujeres decidió crear su propio club”, explica Alex Maitland, gerente del University Women’s Club, una de las instituciones más antiguas de su tipo.

“En aquel entonces, había sobre todo clubs de hombres y en lugar de luchar contra ello, ellas se dijeron ‘lo haremos mejor’”, explica con orgullo en la acogedora biblioteca del club en el exclusivo barrio de Mayfair.

Pero aunque estas redes de mujeres son “muy importantes” para responder a situaciones de exclusión, según Bendell no son una solución a largo plazo cuando los espacios de poder siguen siendo predominantemente masculinos.

Algunos clubs decidieron abrirse a las mujeres, como el City of London Club en el 2011.

De hecho el Garrick Club organizó una votación en el 2015 sobre la apertura, apoyada por varios miembros eminentes, como el actor Hugh Bonneville, el ministro Michael Gove y varios Lores. Pero sin éxito, por no alcanzar la mayoría de dos tercios requerida.

“A algunas personas, cuyos padres y abuelos ya pertenecían al club, les cuesta ver el problema”, dice Milne-Smith. “La integración de las mujeres cambiará efectivamente las cosas”, considera. “Nuestras sociedades están cambiando, tenemos que repensar nuestras instituciones”.