España
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Las elecciones del domingo en España fueron observadas de cerca por quienes buscan confirmación para las teorías sobre la dirección de la democracia europea. El resultado inconcluso dejó claro que nadie se equivoca, pero mostró que, en general, el antiguo paradigma político de izquierda-derecha sigue vivo y ambos bandos pueden ganar sobre la base de sus fortalezas tradicionales.

En una elección europea tras otra, la fragmentación política ha hecho difícil gobernar los países y se necesita coaliciones cada vez más complicadas; España fue un ejemplo perfecto de esta tendencia.

Las fuerzas políticas de centro izquierda tuvieron dificultades en todas partes, y los socialistas españoles, liderados por el primer ministro, Pedro Sánchez, no lograron ganar una mayoría, incluso a pesar de las enormes calificaciones negativas que arrastran a su rival histórico, el partido Popular (PP) de centro-izquierda.

El resurgimiento de la extrema derecha populista continuó y hasta en España, donde el sentimiento antiinmigración es más débil que en casi cualquier otra parte de Europa, un partido de extrema derecha, Vox, iba sorprendentemente bien en las encuestas.

Bueno, todo esto resulto cierto. Aunque la participación de los socialistas en el Parlamento creció considerablemente –de 85 puestos en el 2016 a 123–, el partido solo obtuvo 28.7% de los votos. El PP ocupó un segundo lugar distante con 16.7%. La fragmentación implica que será difícil para Sánchez formar rápidamente una mayoría en el gobierno.

Incluso para una minoría podría necesitar la ayuda de los catalanes separatistas, quienes fueron la causa en primer lugar de las elecciones anticipadas al negarse a respaldar la propuesta de presupuesto de Sánchez.

Además, Vox logró llegar al Parlamento, la primera vez para una fuerza de derecha radical desde que el último aliado de Francisco Franco perdió su escaño en el Parlamento en 1982. Sánchez puede estar decidido a retirar los restos de Franco de su fastuoso mausoleo cerca a Madrid, pero el espíritu del dictador seguirá vivo (con algunas restricciones modernas impuestas) a través de los 24 miembros de Vox en la Cámara Baja del Parlamento, con 350 escaños.

Por otra parte, si se quisiera argumentar que los partidos de establecimiento pueden derrotar con éxito a los populistas nacionalistas si adoptan una posición con principios respecto a los asuntos y escogen líderes carismáticos, el desempeño de los socialistas también lo permitiría.

Sánchez, telegénico y persuasivo durante la campaña, se arriesgó al reclamar las elecciones cuando a las fuerzas de derecha combinadas tuvieron más votos que la izquierda y surgió un claro ganador, en parte gracias a la legislación electoral española que recompensa al ganador con escaños extra en el Parlamento.

Vox solamente obtuvo 10.2% de los votos, menos de lo que han obtenido partidos equiparables en otros países de Europa Occidental.

"Es lo que pasa en todas partes: ¡la democracia social es la fuerza contra la derecha!", escribió en Twitter Katarina Barley, ministra de Justicia y candidata líder de los demócratas alemanes a las próximas elecciones europeas, felicitando a Sánchez por su victoria.

Un análisis no partidista del resultado, sin embargo, sugeriría conclusiones ligeramente diferentes. España –como casi todos los demás países– tiene un número similar de votantes de derecha como de izquierda.

Aproximadamente 11.2 millones de españoles apoyaron a los socialistas y a sus probables socios de coalición, la fuerza populista de izquierda Podemos; poco menos de 11.2 millones votaron por el PP, el partido liberal Ciudadanos y Vox, los cuales habrían formado una coalición si hubieran ganado una mayoría combinada.

En el 2016, con menos votantes, 9,5 millones de personas apoyaron a los socialistas y Podemos, mientras que 11 millones votaron por el PP y Ciudadanos.

El rompimiento de los sistemas tradicionales bipartidistas no significa que la división entre la derecha y la izquierda haya desaparecido. Solo implica que los votantes de cada bando tienen un menú más amplio de opciones más precisas.

Ahora, el voto de derecha en España está repartido más equilibradamente entre los liberales, los conservadores y los nacionalistas populistas de lo que estaba cuando el PP era la sombrilla para las tres convicciones. Además, la victoria de Sánchez se ha dado, en gran parte, a costa de Podemos, que perdió 15 escaños.

Aparte del carisma y las habilidades para la campaña del primer ministro, tanto la redistribución como el aumento en el número de votantes podrían explicarse por la generosidad del gobierno de Sánchez: ha incrementado el salario mínimo 22%.

Por ende, el método de los izquierdistas tradicionales de comprar votos con gasto social parece seguir funcionando. Ahora, Sánchez intentará cimentar su victoria con más regalos: aumentos de pensiones y beneficios y un mayor gasto en ciencia y educación.

La actual fragmentación política en Europa solo es un problema cuando los partidos establecidos son renuentes a formar equipos con los populistas en sus bandos e intentan excluirlos de las coaliciones de gobierno.

En Alemania, por ejemplo, el espeluznante nacionalismo de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) lo descarta como socio de la Unión Democrática Cristiana de la canciller Angela Merkel, y la herencia comunista de Die Linke, el partido de extrema izquierda, dificulta a los socialdemócratas hacer equipo con ellos a nivel nacional. El resultado es una incómoda gran coalición entre el centro-derecha y el centro-izquierda.

En España, los partidos tradicionales parecen no tener recelo en forjar alianzas con otras fuerzas en sus bandos. Ese también es el caso en algunos otros países europeos: en Austria y, desde este mes, en Estonia, los partidos de centro derecha establecidos se han asociado con los nacionalistas populistas, y en Portugal, el exitoso gobierno socialista es apoyado en el Parlamento por la extrema izquierda.

Estas alianzas no son necesariamente más estables que las grandes coaliciones de centro, pero, al menos en algunos casos, pueden tener más sentido en lo que respecta a problemas y políticas, precisamente porque la mayoría de los votantes solo cambiará de lealtades dentro de su propio bando, izquierda o derecha.

Una derecha unida habría aplastado al separatismo catalán y habría luchado por ajustar el presupuesto, pero, por ahora, ese no será el caso. Sánchez buscará aliados que lo ayuden a llevar a España por un curso más socialista, tras años de austeridad, y enfriar las tensiones con la secesionista Cataluña, para alivio tanto de los catalanes como de los inversionistas extranjeros.

Por Leonid Bershidsky