Por Noah Smith(*) 

La crisis financiera y la Gran Recesión fueron absolutamente devastadoras para el patrimonio de los estadounidenses de ingresos medios y bajos. Un informe del Banco de la Reserva Federal de Mineápolis muestra cuán grande fue el perjuicio para ellos:

El hogar promedio en el 10% superior de la distribución de riqueza actual es casi tres veces más rico que el hogar promedio en el 10% superior de la distribución de 1971. Mientras tanto, el hogar promedio en la mitad inferior es un poco más pobre.

Esta es una sorprendente demostración de la creciente desigualdad, pero también brinda información sobre las últimas décadas de la vida económica estadounidense.

A partir de fines de la década de 1990, la mitad superior de la distribución de la riqueza comenzó a alejarse de la mitad inferior, pero justo antes de la crisis del sector inmobiliario, las tres categorías habían experimentado un aumento sostenido de la riqueza desde 1950.

Si una persona miraba al pasado en julio del 2006, al último medio siglo, podía sentirse razonablemente cómoda de que la mayoría de los estadounidenses todavía estuvieran viviendo el sueño de un patrimonio en constante aumento.

Pero el declive de los precios de las viviendas que comenzó a mediados del 2006 y la cadena de desastres que le siguió destruyeron por completo esa tendencia. Ocho años más tarde, la imagen parece más de divergencia que de ganancias ampliamente compartidas.

¿Por qué? Una razón es que los estadounidenses de ingresos medios y bajos tienden a mantener gran parte de su riqueza en viviendas, mientras que la clase alta tiende a poseer una gran cantidad de acciones.

El informe de la Fed de Mineápolis se basa en un artículo reciente de los economistas Moritz Kuhn, Moritz Schularick y Ulrike Steins, que mide los niveles históricos de riqueza en Estados Unidos utilizando la Encuesta de Finanzas del Consumidor.

Los autores ajustaron cuidadosamente sus datos para el envejecimiento (las personas mayores tienden a haber acumulado más riqueza) y reducción en el tamaño del hogar, y concluyeron que las tendencias generales permanecen firmemente vigentes.

Kuhn y sus colaboradores encontraron grandes diferencias entre los diversos grupos representados arriba. Las familias tanto en el 50% inferior y el 40% medio tienden a tener la mayor parte de su dinero en viviendas (generalmente las propias).

La principal diferencia entre los dos grupos es la deuda, el 50% inferior tiene relativamente mucha más deuda, lo que anula sus activos de vivienda y los deja con muy poco patrimonio neto. El 10% superior, en cambio, tiene la mayor parte de su dinero en el mercado de acciones.

Ese desglose concuerda con lo que otros economistas han señalado:
El colapso inmobiliario, la crisis financiera y la Gran Recesión se concentraron en el sector de la vivienda. En términos reales, los precios de las viviendas cayeron alrededor de 50 por ciento de un máximo hasta el punto más bajo, y aún no se han recuperado.

Mientras tanto, el mercado bursátil cayó más, pero se recuperó mucho más rápidamente, y ahora está cerca de un 50% por encima, en términos ajustados a la inflación, respecto del máximo anterior a la crisis.

Esta es una gran razón por la cual la recuperación ha beneficiado al patrimonio de los que están en el extremo superior en mucho mayor medida que a los que están en la parte inferior; pero no es la única razón.

Las diferencias de ahorro también influyen: los ricos tienden a ahorrar más que los pobres. Otro factor es probablemente la caída en la tasa de propiedad de vivienda.

Durante la burbuja inmobiliaria, una mayor cantidad de estadounidenses poseía casas propias; la tendencia se revirtió en el 2006. Eso significó que incluso cuando los precios de la vivienda se recuperaron parcialmente, aquellos que perdieron sus casas en la crisis no pudieron hacerse parte del repunte.

El fracaso del gobierno en cuanto a rescatar a propietarios endeudados –recordemos que el movimiento de ultraderecha Tea Party se inspiró en la diatriba contra la idea de ayudar a prestatarios de hipotecas en aprietos– fue un error fatal cuyas consecuencias económicas y sociales todavía se sienten.

La desigualdad de la riqueza carcome el núcleo de una sociedad. Pero mientras el patrimonio de las clases media y baja esté creciendo, como ocurrió hasta el 2006, el efecto corrosivo de la desigualdad será limitado.

Para la mitad del país, la crisis inmobiliaria destruyó una historia de 60 años del sueño americano. No es de extrañar que tantas personas estén volcándose al populismo y al socialismo.

Para restaurar ese sueño, la riqueza tendrá que crecer nuevamente para una gama más amplia de estadounidenses. En un país con un lento crecimiento de la productividad y una población que envejece, eso probablemente requeriría la redistribución de la riqueza.

Una opción es un fondo de riqueza social. Si el gobierno usa los ingresos fiscales para comprar acciones en compañías, y luego distribuye los dividendos y las ganancias de capital a los ciudadanos, ayudará a resolver el problema de la concentración de acciones en la parte superior.

Esto podría combinarse con políticas para instar a los trabajadores a aportar más a sus cuentas de jubilación, junto con medidas para reducir las tarifas de administración de dinero. Además, gravar las ganancias de capital e impuestos sobre dividendos como ingresos ordinarios, y distribuir los ingresos a los hogares de menores ingresos, podría comprimir la desigualdad.

Una segunda estrategia es aumentar la propiedad de vivienda. Como lo demostró la burbuja inmobiliaria de la década del 2000, este camino hacia la riqueza puede estar lleno de baches. E inflar más los precios de la vivienda fácilmente puede dejar fuera del mercado a las generaciones posteriores.

Pero como activo, la vivienda también tiene sus ventajas: es relativamente fácil de entender para la mayoría de la gente, y los pagos de las hipotecas empujan a las personas a ahorrar más de sus sueldos.

La mejor forma de generar patrimonio inmobiliario sería crear un valor de vivienda más real. Los gobiernos estatales podrían reubicar los barrios de baja densidad y proporcionar subsidios para ayudar a las personas de bajos ingresos a comprar viviendas en esas áreas.

Algunos propietarios locales se resistirían a una mayor densidad, pero en general, las ciudades más densas y productivas deberían hacer que aumenten los valores de las propiedades y los salarios.

Hay otras opciones para restaurar el patrimonio perdido que deberían analizarse. Pero si no se hace algo, es probable que un gran número de estadounidenses vea hacia atrás a medio siglo de destrucción de riqueza y estancamiento con una mirada cada vez más sesgada.

(*) Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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