Mientras diferentes países estudiaban cómo reactivar sus economías paralizadas por el virus, las primeras experiencias en China y partes de Europa indicaban que no sería tarea fácil.
Los trabajadores que volvían al trabajo tenían miedo de gastar demasiado o de salir. Los clientes se mantenían alejados de las pocas tiendas que reabrían.
Las mascarillas y las medidas de distanciamiento social seguían presentes. Y había un temor generalizado a que el coronavirus pudiera volver si las cuarentenas que pretendían frenarlo se suavizaban demasiado o demasiado pronto.
Aun así, los gobiernos estaban ansiosos por reabrir fábricas, escuelas y comercios y reparar el daño económico de la pandemia que se ha cobrado más de 137,000 vidas, de las más de dos millones de personas infectadas.
Algunas ciudades chinas intentaron tranquilizar a los consumidores mostrando imágenes de autoridades locales comiendo en restaurantes. En Estados Unidos, la gente empezó a recibir los cheques de asistencia para ayudarles a pagar facturas.
Las calles de Roma se veían casi desiertas pese a la reapertura de algunas tiendas. En Viena, Marie Froehlich, propietaria de una tienda de ropa, dijo que su personal estaba contento de estar de vuelta tras pasar semanas recluidos en casa.
Pero dependían en gran parte del turismo y ella estimaba que el negocio tardaría meses en volver a la normalidad. “Hasta entonces, estamos en modo de crisis”, dijo.
El vendedor de camiones Zhang Hu en Zhengzhou, China, había vuelto al trabajo, pero sus ingresos se desplomaron porque poca gente compraba vehículos de 20 toneladas. “No tengo ni idea de cuánto mejorará la situación”, dijo.
En Estados Unidos, tras el cierre de muchas fábricas, la producción industrial se encogió en marzo y registró su mayor declive desde la desmovilización del país en 1946 tras la II Guerra Mundial. Las ventas minoristas cayeron en 8.7% sin precedentes, y se esperaba que abril fuera peor.
El presidente, Donald Trump, dijo haber preparado nuevas recomendaciones para suavizar el distanciamiento social, a pesar de que líderes empresariales le dijeron que primero era crucial contar con más pruebas del virus y equipos de protección individual.
Datos preocupantes indicaban que en muchas partes del mundo, lo peor podría estar aún por llegar.
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, instó a redoblar los esfuerzos para preparar a África, indicando que el continente “podría terminar sufriendo el mayor impacto”.
El brote en Singapur se disparó en más de 1,100 casos desde el lunes. Aunque el país parecía haber tenido éxito conteniendo una primera oleada de infecciones, los nuevos casos se estaban dando entre trabajadores de países asiáticos más pobres, que viven en habitaciones comunales abarrotadas y trabajan en el diminuto estado, muy dependiente del comercio.
En Brasil había una guerra dialéctica en torno a la tibia actitud mostrada hacia el virus por el presidente, Jair Bolsonaro.
“Luchamos contra el coronavirus y contra el ‘Bolsonarovirus’”, dijo el gobernador de Sao Paulo, João Doria, en una entrevista con The Associated Press, añadiendo que cree que el presidente ha adoptado “posiciones incorrectas, irresponsables”.
Estados Unidos empezó a distribuir esta semana los pagos puntuales a decenas de millones de personas dentro de su paquete de ayuda de US$ 2.2 billones.
Pero otra parte del paquete de estímulos, un programa de protección de US$ 350,000 millones dirigido a pequeños negocios, se estaba agotando tras apenas unos días abierto. Se estaban acelerando las negociaciones en Washington en torno a una solicitud de ayuda de US$ 250,000 millones.
Estados Unidos ha registrado más de 30,000 muertes, el número más alto del mundo, y más de 600,000 infecciones confirmadas, según el conteo de la Universidad Johns Hopkins.
Aun así, los escenarios más pesimistas que auguraban una cifra mucho mayor de muertos y hospitalizados no parecían estar cumpliéndose, lo que aumentó las esperanzas en todo el país y reforzó las peticiones de que se suavizaran las restricciones.
Por su parte, varios mandatarios salieron en defensa de la Organización Mundial de la Salud después de que Trump prometiera suspender los pagos de Estados Unidos a la agencia de Naciones Unidas por no haber dado la alarma antes sobre el virus.
El jefe de exteriores de la UE, Josep Borrell, dijo que la agencia de salud de la ONU es "más necesaria que nunca" para combatir la pandemia.
“Sólo si unimos nuestras fuerzas podremos superar esta crisis que no conoce fronteras”, aseguró.