Lejos de los llamativos rascacielos de Shanghai, Ma Jiale pule un montante de puerta de madera en uno de los inmuebles del barrio histórico de la ciudad. Este ebanista de 57 años es uno de los últimos artesanos que conservan este increíble patrimonio arquitectónico.
La metrópolis china es conocida en todo el mundo por sus inmensas torres de acero y cristal de su barrio financiero, que se reflejan majestuosamente en el río Huangpu.
Pero Shanghai también cuenta con muchas casas que datan de la época de las concesiones acordadas a las potencias coloniales (Francia, Reino Unido, Estados Unidos...), cuando la ciudad era el cruce cosmopolita del comercio mundial, a principios del siglo XX.
Chalés de etilo francés, otras de arquitectura británica eduardiana o inmuebles "Art déco" que lograron sobrevivir a las grúas de la modernización tras la toma del poder por parte de los comunistas en 1949.
Ahora, las autoridades intentan proteger este patrimonio único, en peligro por su escaso mantenimiento. Jiale participa en la hazaña: en su bicicleta, y con sus viejas herramientas atadas al manillar, recorre el distrito de Honkou para efectuar sus trabajos de renovación.
"Si Shanghai solo tuviera rascacielos, no sería Shanghai", comenta, risueño, el carpintero, al que los vecinos del barrio llaman con respeto "Maestro Ma". "No digo que la modernización no esté bien, solo que los edificios históricos deben conservarse".
Algunos son magníficos, con grandes ventanales acristalados, altos techos o chimeneas de azulejos, poco frecuentes en las casas chinas tradicionales.
En un informe del 2002, el Banco Mundial describió esta parte de la ciudad como "uno de los sitios históricos culturales más conocidos de China y de Shanghai".
El Pequeño Tokio
Entre sus antiguos habitantes figuran escritores, un jefe comunista de finales de los años 1920 e, incluso, una exmujer de Mao Zedong, el fundador de la República Popular de China.
Mientras que la lluvia se abate en el exterior, Jiale sustituye el marco de una puerta en una casa centenaria que parece recién importado de la opulenta periferia londinense.
La vivienda estaba ocupada antaño por japoneses, parece ser, cuando al barrio de Hongkou se le apodaba "Pequeño Tokio", a principios del siglo pasado.
El carpintero trabaja sin poder copiar ningún modelo, por lo que se sirve de su instinto para fijar el montante de la puerta con el ambiente interior del apartamento, envejecido.
Jiale solo utiliza herramientas transmitidas por sus predecesores, por temor a crear daños con utensilios demasiado modernos.
"Las cosas hechas con máquinas, son demasiado frías y no tienen el toque humano", explica.
Jiale trabaja para una empresa de gestión inmobiliaria estatal y es miembro del Partido Comunista Chino (PCC).
Tras la llegada al poder de los comunistas hace 70 años, las campañas políticas que instaban a denunciar los símbolos de la China "feudal" condenaron a numerosos edificios de estilo occidental a la decrepitud.
650 euros mensuales
El Ayuntamiento de Shanghai intenta recuperar el tiempo perdido y redobló esfuerzos para la restauración, declaró Jiale. Pero, en un país en el que la gente suele tener miedo a expresarse en público, el ebanista señala que la política de la ciudad le parece, en ocasiones, inadecuada.
"Solo se reparan, de forma general, las ventanas, las puertas, los suelos, los marcos de madera", indica Ma, que preferiría que se dedicara más dinero a la preservación.
"Desde hace décadas, los edificios históricos de Shanghái no están bien protegidos. Las pequeñas reparaciones de las empresas de gestión inmobiliaria no pueden resolver ese problema", lamenta.
A Jiale le preocupa algo más: pronto se jubilará y la gustaría transmitir sus décadas de experiencia a alguien, pero no encuentra candidatos.
¿La razón principal? El bajo salario. Ma gana solo 5,000 yuanes (650 euros) al mes, la mitad del sueldo medio en Shanghai. A modo de comparación, el piso de 50 metros cuadrados que está renovando se vendió hace poco por 5 millones de yuanes (650,000 euros).
"Estoy dispuesto a enseñarle a los jóvenes. Pero es difícil encontrar a alguien que quiera hacer este trabajo", apunta.
"Mi mayor miedo, es que al cabo de tres o cinco años, nadie tenga las capacidades adecuadas y que toda la campaña de protección tenga que suspenderse".