Bloomberg.- Las disputas entre México y Estados Unidos por el (TLCAN) no son nada nuevo.

En marzo del 2009, tras años de litigios, el Gobierno estadounidense suspendió abruptamente un programa piloto que permitía a los camioneros mexicanos cruzar la frontera para entregar bienes.

contraatacó imponiendo aranceles de hasta 45% sobre US$ 2,400 millones en bienes estadounidenses (89 productos en total). El impacto punitivo de esos aranceles para las empresas estadounidenses convenció a Washington de repensar su postura, lo que allanó el camino para resolver el conflicto.

Esa experiencia ofrece dos importantes lecciones: la primera es que la pelea no benefició a nadie y afectó a empresas y empleos a ambos lados de la frontera; la segunda, que su resolución exigió que las dos partes negociaran más o menos de igual a igual.

Ahora que se cierne otra guerra arancelaria potencialmente más dañina, lo anterior indica que debería reaccionar con fuerza a la postura agresiva de negociación del presidente estadounidense Donald Trump.

Nuestra solución: México debería apuntar contra los productos provenientes de estados fundamentales para la victoria de Trump en el Colegio Electoral.

Una negociación óptima es aquella en la que ambas partes obtienen lo máximo posible para sus intereses sin perjudicar de forma fundamental la posición del otro.

Aunque los intereses de siguen alineados con una continuación del comercio con Estados Unidos, la retórica no constructiva de Trump hizo más difícil crear un marco en el que todos salgan ganando.

Trump no solo hizo campaña con la idea de que el comercio con México perjudicó la generación de empleos industriales en Estados Unidos, sino que se rehusó a abordar de forma seria temas complejos como el carácter de la globalización, el ritmo del progreso tecnológico y el impacto de la mano de obra sindicalizada sobre los costos de producción.

Ese enfoque ayudó a acumular capital político entre su base más populista, pero pasó por alto los desafíos que plantea desarmar lazos comerciales vigentes hace décadas y empañó toda negociación futura.

De manera más general, los constantes ataques de Trump contra el , sus declaraciones de que Estados Unidos lleva las de ganar cuando negocie con México y sus decretos ejecutivos simultáneos sobre la inmigración son más adecuados para acosar niños en el arenero de la escuela que para negociaciones diplomáticas con muchas partes involucradas.

Para contrarrestar esas poses y nivelar el campo de juego en la negociación, los funcionarios mexicanos deberían preparar una lista de aranceles como retaliación contra los estados que Trump asocia estrechamente a su triunfo electoral. México es el primer o segundo destino de las exportaciones de todos.

Trump se atribuyó haber obligado a empresas como Ford Motor Co., General Motors Co. y Carrier Corp. a conservar algunos miles de puestos de trabajo en Estados Unidos.

Pero los empleos ligados a las exportaciones de esos estados vitales para Trump a ascienden a casi 1.8 millones. Además, muchos son empleos industriales de ésos que Trump tanto quiere crear. Esto podría brindar un fuerte apalancamiento.

Una guerra comercial entre Estados Unidos y México no sería del interés de ningún bando. Pero para que haya una negociación efectiva, ambas partes deben sentirse como iguales a la hora de trabajar en las nuevas condiciones.

Armando esa lista de aranceles, México debería trasmitir una señal clara a la administración de Trump de que jugar este juego con un enfoque de suma cero es riesgoso y que una renegociación frustrada puede ser muy costosa para los intereses de Estados Unidos.