América Latina y el Caribe cuenta con un “enorme potencial” de cara a los bonos azules, un novedoso instrumento financiero relacionado con los océanos o el agua, dada su biodiversidad y las grandes necesidades económicas que afronta para encarar el cambio climático y la pandemia, indicó James Scriven, gerente de BID Invest.
Los bonos azules son parte de la nueva ola de bonos temáticos, como los verdes vinculados a energías renovables o eficiencia energética, surgidos recientemente en los mercados de capitales globales.
Scriven destacó en entrevista con Efe que el propósito de estos instrumentos de deuda es “conectar” a los inversores con los objetivos de desarrollo sostenible por lo que cuentan con un “enorme potencial”.
“Tradicionalmente, a los gestores les importaba solo los retornos. Ahora a los nuevos inversores, sobre todo a las generaciones jóvenes, les interesa mucho más: saber si están invirtiendo en tabaco, en carbón, o su impacto en el desarrollo”, indicó.
Como consecuencia de ello, el jefe de BID Invest señaló que se está “movilizando” a los gestores y a los mercados de capital a “producir activos de desarrollo” algo que, subrayó, “no había pasado antes”.
Ante esta demanda, apuntó Scriven, se crean los bonos azules y el papel de los organismos multilaterales es el de “dar confianza” al inversor, al garantizar que “en lo que está invirtiendo es lo que realmente quiere”.
De momento, solo hay cuatro emisiones a nivel global en China, Finlandia y las islas Seychelles, pero el recorrido en la región es sumamente amplio.
El mar representa el 60 % del territorio soberano de 22 países de de Latinoamérica, y el 25 % de la población vive en la costa, porcentaje que sube casi al 100 % en el Caribe.
A ello se suma que, tras la crisis económica provocada por la pandemia, se ha tensado aún más la capacidad fiscal de los gobiernos y que la mayoría de los países latinoamericanos “hayan ido para atrás” en sus niveles de desarrollo.
Las estimaciones recientes apuntan a que los mercados emergentes necesitarán 20 billones de dólares hasta 2030 para afrontar los desafíos que supone el cambio climático, de los que los Gobiernos solo podrán aportar un 25 %.
Scriven citó como ejemplos de lugares atractivos para los bonos azules a los países más pequeños de la región, especialmente en Centroamérica y el Caribe, que han sido “constantemente atacados” por la naturaleza, sobre todo huracanes, y en los que muchas infraestructuras esenciales son vulnerables como aeropuertos, puertos, carreteras o enclaves del sector turístico.
“Concentrarnos en ayudar a reconstruir la infraestructura, o adaptarla al cambio climático, es parte de los bonos azules”, afirmó.
Por eso, destacó que “la sostenibilidad está estrechamente relacionada con la rentabilidad” puesto que “si yo no construyo bien un puente, si no asumo que puede haber un huracán o un maremoto, ese puente va a quedar bajo el agua y no se van a poder cobrar peajes”.
BID Invest, brazo para el sector privado del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha sido uno de los pioneros en la introducción de estos bonos temáticos en la región, y desde 2017 ha participado en un total de veinte emisiones valoradas en 1,3 billones de dólares.