La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), una organización que una vez aspiró a convertirse en la respuesta de Sudamérica a la Unión Europea, se desvaneció en silencio el mes pasado. Profundas divisiones por los conflictos en Venezuela y luchas por el liderazgo interno precipitaron su desaparición.
Sin embargo, su real vulnerabilidad provino de algo más profundo: el aislamiento económico de sus miembros. A diferencia de la Unión Europea, los organismos multilaterales de América Latina no han encendido las relaciones comerciales entre sus participantes.
Este desapego económico no solo condenó al Unasur, sino que ha frenado a la región y puede mantenerla marginada en las décadas venideras. Unasur no fue el primer intento de integrar a América Latina.
En la década de 1960, el Acuerdo de Libre Comercio de América Latina de seis países fue víctima del proteccionismo. En la década de 1980, una docena de naciones hicieron un nuevo intento con la Asociación Latinoamericana de Integración, en gran medida sin éxito.
En la década de 1990, el Mercosur acaparó el centro de la atención como un vehículo para unir Sudamérica: su moneda común nunca se materializó y el comercio entre los socios alcanzó su punto máximo poco después, para luego nuevamente decaer.
A pesar de más de una docena de distintas organizaciones multilaterales, las naciones latinoamericanas siguen siendo extraños comerciales. Es cierto, Argentina y Brasil intercambian algunas piezas de automóviles, Colombia y Ecuador tienen un buen comercio de papel y plástico y los chilenos ven telenovelas mexicanas. Pero en general, menos de 20 centavos de cada dólar de exportación va a uno de sus vecinos.
Compare eso con más de la mitad de las ventas internacionales en Europa o Asia. En términos más generales, los acuerdos regionales de América Latina han hecho poco para aumentar la participación de sus miembros en las exportaciones de manufacturas mundiales y su participación en los mercados globales.
Es importante destacar que las naciones de América Latina tienden a no hacer las cosas juntos. Hoy la gran mayoría de los bienes que circulan en el mundo son productos intermedios: piezas y componentes que se envían a otros lugares para ser cosidos, soldados, estampados y ensamblados para producir ropa, autos, computadoras y miles de otros productos.
Este cambio en el comercio refleja el aumento de las cadenas de suministro mundiales a medida que los productos cotidianos se producen cada vez más en numerosas fábricas e incluso países.
Estas cadenas de suministro han reforzado la suerte de muchos mercados emergentes, principalmente cuando trabajaban con sus vecinos.
Las cuatro grandes economías recientemente industrializadas de Asia - Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur – iniciaron sus décadas de crecimiento de cerca de dos dígitos con la externalización e inversión japonesa. Más tarde se beneficiaron del ascenso de China.
Muchas naciones de Europa oriental vieron florecer su base industrial y economías más grandes cuando sus hermanos de Europa occidental invirtieron después de la caída del muro de Berlín. Y los éxitos de México en la fabricación de autos, aviones, equipos médicos y otras manufacturas principalmente han sido gracias a los lazos comerciales nacidos del TLCAN.
En cambio, las naciones latinoamericanas se centran principalmente en la minería de mineral de hierro, litio, cobre y otras materias primas que se usan en la fabricación de acero, baterías y electrónica; o cultivar soja, fruta y café que se procesan y consumen a océanos de distancia.
Excluidas de las partes más dinámicas de las cadenas de fabricación internacionales, las empresas y los trabajadores de América Latina tienen menos probabilidades de obtener acceso a nuevas tecnologías, para desarrollar nuevas habilidades y para avanzar en la escalera de valor agregado a productos de mayor margen y trabajos mejor pagados.
Este aislamiento deja a la región con menos capacidad para competir frente a otras partes del mundo en la fabricación de cosas –sobre todo debido a la aparición de otros centros regionales más exitosos- y menos capaces de atraer consumidores globales a sus marcas locales.
Esto colabora para dejar a tantas naciones confinadas a la trampa del ingreso medio.Sin los lazos comerciales que mantengan las políticas encaminadas, los conflictos diplomáticos a menudo conducen ya sea a conversaciones castradas incapaces de resolver problemas urgentes -se me viene a la mente la respuesta de la Organización de Estados Americanos a Venezuela- o a suspensiones institucionales totales, a la Unasur.
Debido a las distancias involucradas, es poco probable que Sudamérica sea atraída a las órbitas manufactureras de Asia, Europa o América del Norte. Sus naciones deberían, en cambio, recurrir a sus vecinos para nutrir la industria e impulsar el crecimiento económico.
Los mecanismos legales están ahí: más de dos docenas de acuerdos regionales cubren aproximadamente el 80% del comercio. Estos acuerdos podrían expandirse para incluir los sectores más espinosos que quedan, y podrían y deberían consolidarse en unos pocos acuerdos amplios –por ejemplo, expandir la Alianza del Pacífico para racionalizar la actual maraña de reglas y regulaciones.
Los gobiernos también podrían facilitar el proceso de inversión para las empresas internacionales a través de convenios tributarios y de inversiones con sus vecinos. Podrían abordar los descomunales costos de transacción que enfrentan los transportadores por la deplorable infraestructura entre los países.
Y podrían reducir la burocracia excesiva y fortalecer el estado de derecho, atrayendo a inversionistas extranjeros o multinacionales.
Si los emprendedores y las empresas de América Latina miraran al vecino más a menudo, finalmente proporcionarían una base económica más fuerte para la integración más amplia que los políticos han discutido por tanto tiempo, pero nunca han concretado.
Por Shannon O'Neil
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.