Redacción Gestión

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Los últimos 20 años han sido una era dorada para los capitalistas clientelistas —magnates que tienen inversiones en actividades donde el compadreo con el Gobierno es parte del juego—. Cuando los precios de los commodities y de las propiedades inmobiliarias estuvieron por las nubes, también se disparó el valor de las licencias para instalar minas en China o construir oficinas en São Paulo.

Asimismo, el espectro radioeléctrico asignado por las autoridades de India creó multimillonarios instantáneamente y las garantías estatales implícitas generaron el florecimiento de la banca especulativa en Wall Street y otros mercados.

Muchos temieron una nueva era de los "barones ladrones", similar a la que hubo en Estados Unidos a fines del siglo XIX, y tenían razón: la riqueza de los magnates en sectores donde primaba el clientelismo, en todo el mundo, aumentó 385% en el periodo 2004-14, hasta US$ 2 millones de millones, equivalentes a un tercio de la riqueza total de los multimillonarios. Mucho, aunque no todo, estaba en el mundo emergente.

Ahora la cosa ha cambiado y las fortunas de los clientelistas han caído 16% desde el 2014, de acuerdo con el índice de capitalismo clientelista de The Economist. Una razón de esta reducción es la crisis de los commodities y otra es la reacción en contra de la clase media.

Los escándalos de corrupción han puesto bajo fuego a los gobiernos de Brasil y Malasia. En otros países, la presión viene de arriba: el reformista primer ministro indio, Narendra Modi, está intentando instituir un entorno competitivo en su parcialmente cerrada economía; y el autócrata de China, Xi Jinping, cree que la corrupción es la mayor amenaza para un Gobierno unipartidista y está tratando de eliminarla desde la raíz.

El capitalismo clientelista —los economistas lo llaman "rentismo"— varía desde el uso de influencias hasta el soborno. Buena parte de sus prácticas es legal, pero todo en él es desleal. Es que socava la confianza en el Estado, asigna los recursos de manera ineficiente e impide que los países y los verdaderos emprendedores se enriquezcan.

Es por ello que la acción en contra del clientelismo es bienvenida y para evitar que recupere el tamaño que tenía hasta hace poco, los gobiernos tienen que aprovechar el momento. No obstante, unos cuantos no querrán hacerlo: el clientelismo es crucial en la visión que Vladimir Putin tiene de Rusia, país que se ubica último en nuestro ranking.

Otros, aunque acosados por el enojo popular contra la inequidad y la corrupción, hallarán difícil confrontar los intereses creados entre los capitalistas clientelistas y sus gobiernos. Por ejemplo, el 29 de abril, el Senado mexicano no pudo aprobar un paquete de medidas anticorrupción.

A menudo, la mayor dificultad es saber dónde empezar. Está muy bien exigir un Poder Judicial eficiente, regulaciones justas y terminar con el financiamiento político ilegal. Todo esto es clave, pero es un esfuerzo de largo plazo.

Sin embargo, hay cuatro pasos rápidos en los que los gobiernos deben enfocarse. El primero es prestar mucha atención cuando los recursos públicos pasen a manos privadas. Las privatizaciones en Rusia fueron mal hechas y crearon una oligarquía —y muchos capitalistas clientelistas en otros países—.

México está abriendo su monopolio petrolífero, Arabia Saudita planea hacerlo, y otros países en desarrollo, desde Brasil a India, pasando por China, podrían privatizar empresas para conseguir efectivo y mejorar su eficiencia. Si tales ventas no son justas, emergerá una nueva generación de empresarios clientelistas.

Segundo, los gobiernos deben ejercer mayor control sobre los bancos estatales. En la última década, los booms de crédito estatal en Brasil, India y China han enriquecido a magnates bien conectados con las autoridades —y levantado monta- ñas de mala deuda—. Los gobiernos deben reestructurar el manejo de estos bancos.

El tercer paso es dificultar el traslado al extranjero del dinero obtenido mediante prácticas clientelistas. Los flujos globales de capital han enriquecido al mundo, pero también han facilitado que los clientelistas escondan sus ganancias en paraísos fiscales. Ello se vería dificultado con el registro público de los propietarios de fideicomisos y empresas fantasma. Este tema figura en la agenda de la cumbre anticorrupción que se realizará en Londres esta semana.

Por último, hay que estar preparado pues el clientelismo se adaptará a las nuevas circunstancias. El épico boom industrial de China no se repetirá y los días en que se hacían millones transportando hierro de Goa a Cantón ya terminaron. La nueva frontera del clientelismo sería la tecnología, que está lista para el rentismo: las ganancias son enormes y los monopolios surgen de manera natural.

Los gobiernos no deben buscar que las firmas tecnológicas sean diminutas, pero sí tienen que presionar con fuerza para que en el sector exista competencia y transparencia.

Los originales barones ladrones de Estados Unidos provocaron una reacción que condujo a la era progresista. A principios del siglo XX, se aprobaron leyes antimonopolio y la corrupción se redujo. Ese país se volvió más rico y fuerte, y políticamente más estable.

Los países emergentes tienen ante sí un momento similar y no deberían desperdiciarlo.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez © The Economist Newspaper Ltd, London, 2016