Redacción Gestión

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Por Daniel Goya

Es un día caluroso y en una oficina sin aire acondicionado. Un grupo de hombres debe decidir si un joven de 18 años es culpable de asesinar a su padre o no. Once miembros del jurado creen que el chico es culpable y solo uno encuentra posible una duda razonable. La historia fue escrita en 1954 para una película de televisión que ganó un Emmy y luego llevada al cine y al teatro con bastante éxito. Pero la versión que dirige rescata la actualidad del tema manteniendo los elementos que sitúan la acción en la Nueva York de mediados del siglo pasado.

Una mención especial merece la escenografía, que remite a un pasado gringo citadino tantas veces retratado en las películas de cine negro. Es un logro importante porque ambienta la historia y brinda la sensación de encierro, calor y tensión que aportan muchísimo a la obra.

Tal vez lo más resaltante de la obra, más allá de la actuación de los protagonistas, es que se convierte de alguna manera en un ejercicio para comprender las virtudes de una deliberación moral y ética. Porque el jurado considera que el caso es bastante claro hasta que alguien se opone y se atreve a decir que piensa distinto.

El jurado número ocho es el disidente y la responsabilidad cae en Leonardo Torres, muy solvente en un papel que parece haber estudiado al milímetro. Ante él está un escuadrón que parece imposible de convencer. Están molestos, cada uno tiene sus razones. Pero la principal es que se enfrentan a alguien que no comulga con sus ideas. Los cuestiona y eso los angustia. En la sicología la angustia es una respuesta natural ante la agresión sicológica y el jurado –todos menos el ocho– siente que ir en contra de lo que creen es una afrenta personal. Lo que ellos creen saber se vuelve finalmente en su obsesión.

Puede ser durante un juicio, antes de cerrar un negocio o al mando de una empresa, no importa el escenario, pero lo cierto es que cuando se toma una decisión importante se cree que uno ve las cosas con claridad, que piensa y se enfoca muy bien, que no se deja influenciar por agentes externos. La verdad es que siempre, desde nuestro interior y exterior estamos siendo condicionados.

Puede ser por una tarde calurosa, porque el aire acondicionado no funciona, porque ya no tenemos paciencia o simplemente porque los prejuicios encajan. Nunca tan cierto aquello de que no vemos las cosas como son, sino como somos.Es posible que la parte más débil de la obra esté en los primeros diez minutos, cuando el jurado que parece ser el más difícil de convencer revela un episodio de su pasado que será usado como argumento al final de la obra para convencerlo.

Pero salvo ese detalle, Doce hombres en pugna se convierte en una auténtica crítica de lo que creemos saber y de lo que realmente sabemos, porque el camino a la conclusión socrática de "solo sé que nada sé", parece estar plagado de barredas emocionales y taras sociales.