¿Por qué debería importarnos la crisis de Turquía?
No hay duda que ahora es necesario mirar no solo al interior del país sino a lo que pasa afuera. Y es que la crisis turca impactó sobre el resto de economías emergentes a través de aumentos en el tipo de cambio. En el caso del Perú, en las dos primeras semanas de agosto el tipo de cambio subió tanto como lo había hecho entre enero y julio de este año. Partamos de lo siguiente: en primer lugar y como norma general, el temor a que algo pase en alguna economía se manifiesta en una mayor aversión al riesgo y por lo tanto en una corrida hacia el dólar como refugio. Los inversionistas, así como cualquier ciudadano, prefieren comprar dólares como mecanismo de protección y esa mayor demanda eleva su precio.
En segundo lugar, una crisis en cualquier economía emergente de cierta importancia, como Turquía, origina un contagio al resto, es decir, los inversionistas observan a otras economías con indicadores económicos más o menos similares y se gatilla el mismo mecanismo: la compra de dólares. Ahora imagine que algunas de estas otras economías mantienen estrechos lazos comerciales entre sí. Si se piensa que una de ellas puede tener problemas, entonces la tercera sufrirá por las dificultades de su principal socio comercial. Y ocurre lo mismo: mayor compra de dólares y así sucesivamente. Lo que comenzó como una crisis localizada en un país se diseminó a lo largo del mundo.
Más allá de detalles, la crisis turca es una de sobreendeudamiento, siendo los bancos comerciales europeos los más expuestos, en especial los españoles. En términos simples, los bancos le prestaron mucho a Turquía y hoy dudan que pueda pagar. El temor al estallido de una crisis financiera se reflejó en una mayor compra de dólares; entre enero y el 10 de agosto, el precio del dólar en Turquía subió 20%.
¿Qué gatilló la crisis turca? A mediados de julio hubo un intento de golpe de estado al presidente Erdogán. El sospechoso intelectual del hecho fue un religioso turco que vive en los Estados Unidos desde 1999. Trump se negó a extraditarlo y se inició una escaramuza diplomática. Entonces Trump optó por elevar los aranceles al acero y el aluminio procedentes de Turquía en 50% y 20%, respectivamente. La guerra comercial tomaba un nuevo giro. Turquía respondió aumentando aranceles a diferentes productos cuyo origen era Estados Unidos. En paralelo, el manejo económico turco es deficiente. El banco central no es independiente y se espera una inflación no menor a 15% este año, el exceso de importaciones sobre exportaciones es muy alto y en general las autoridades económicas no tienen credibilidad; por ejemplo, se negaron a elevar la tasa de interés para enfrentar el aumento del tipo de cambio. Debe ser el único país cuyo presidente (no del banco central, sino del país) anuncia una bajada en tasas de interés en un contexto de inflación alta y aumento del precio del dólar.
La crisis turca generó un sentimiento de aversión al riesgo en la mayoría de economías emergentes, en especial aquellas con fundamentos económicos débiles. Argentina genera una sensación similar entre los inversionistas quienes optaron por comprar dólares y así se elevó su tipo de cambio. Como el principal socio comercial es Brasil, entonces fue el siguiente país con aumentos del tipo de cambio. En el caso de Perú el impacto fue menor, pero aun así el precio del dólar superó la barrera sicológica de los 3.30. No sabemos la tendencia futura, pero la crisis turca deja dos lecciones:
En primer lugar, es mejor tener una economía con fundamentos sólidos que una con desequilibrios y debilidades. En segundo lugar, debemos ver más lo que ocurre en el exterior, pues la crisis en un país con muy pocos lazos comerciales con otro, puede afectar al segundo por el canal financiero. Un fenómeno parecido se vivió con la crisis rusa hace veinte años.