Expectativas: los optimistas y los pesimistas
Las expectativas son una visión personal de lo que creemos será el futuro. Existen personas optimistas y pesimistas. Cada grupo tiene sus argumentos, válidos o no; más aún en cada grupo hay diferentes grados, un subgrupo que ve todo mal y sin solución y otro, que siendo pesimista señala que si cambiaran ciertas cosas, el entorno se vería mejor. Lo mismo ocurre en la vereda opuesta.
¿Qué sucede cuando un gobierno comienza su mandato con expectativas muy optimistas? Pues que se espera mucho, de manera que todo se solucione en un abrir y cerrar de ojos. Conforme pasa el tiempo y no se logra lo que se esperaba, entonces las expectativas positivas se tornan negativas. Y eso es peligroso, porque es fácil decir “que se vayan todos”, sin pensar que lo que viene puede ser peor. En esta parte los pesimistas dirán que nada puede ser peor. El punto es que nadie puede leer el futuro; podemos imaginarlo mejor, pero solo eso, imaginarlo.
Retrocedamos un poco en el tiempo. En lo que va del siglo, todos los gobiernos han comenzado con bastantes esperanzas para la población, para luego caer en un descrédito, cuando no en actos de corrupción. La población se harta. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Volver a creer en otro político que nos ofrece el oro y el moro para después, probablemente engrosar la larga lista de intentos fallidos? Las soluciones extremas no son la salida. Miren el caso de Venezuela. En 1998 llegó al poder Hugo Chávez porque la gente estaba harta de los mismos políticos que no lograban nada más que para ellos mismos. Y observen cómo está ahora.
No estoy justificando ni sosteniendo que debemos quedarnos como estamos. Tenemos que cambiar y mejorar, pero eso pasa por un cambio de expectativas. Y para que esto ocurra requerimos resultados concretos de alto impacto sobre el común de los ciudadanos, como usted y yo, quienes queremos vivir mejor. Es decir, el gobierno necesita mostrar resultados tangibles, como por ejemplo, una reducción drástica de la inseguridad ciudadana, mejorías ostensibles en los servicios básicos (educación, salud, etc.) para todos sin excepción, etc. En términos simples, el gobierno debe mejorar en su conexión con la población, pero no a través de medidas populistas, como la remuneración mínima vital, que no resisten el menor análisis. Me refiero a aliviar el problema de las colas en el Instituto de Salud del Niño, por ejemplo. ¿Es acaso que nadie puede poner orden? Lo mismo ocurre con las colas en algunos colegios públicos en los que los padres de familia se amanecen para encontrar una vacante. ¿Cómo puede ser posible?
Nuestra sociedad está crispada y nadie soporta a nadie. Se ha perdido toda tolerancia, pues no vemos luz al final del túnel. Entonces, nuestra frustración encuentra una salida en los insultos a los que no piensan como nosotros, al margen que seamos optimistas o pesimistas. Las redes sociales son el campo ideal de batalla. Todos creen tener la razón y se esconden con seudónimos. Una sociedad en la que se perdió la tolerancia no tiene futuro.
Mirar el futuro que no conocemos, pero esperamos sea mejor, significa tener expectativas mesuradas. A veces, como en las clasificatorias al mundial de futbol, es mejor esperar muy poco, de modo que el logro de alcanzar el mundial se sienta como tocar el cielo.