Thorne y los retos de Zavala
Hace once meses se inauguró el gobierno de PPK en medio de gran expectativa. Hoy se extiende una ola de pesimismo en la que “buscar al culpable” se ha convertido en el deporte nacional. En general, soy de la idea que se dejó de lado un elemento clave: la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta, con características políticas, históricas, culturales, institucionales y externas determinadas. En particular, quiero referirme a la gestión de Thorne y a la “herencia” que le deja a Zavala.
En primer lugar, el gobierno heredó un déficit fiscal de 3.5% del PBI en agosto de 2016; el objetivo fue bajarlo de manera gradual hasta 1% en 2021. Para diciembre del año pasado, la meta era 3.0%. Sin embargo, el resultado fue 2.7%, lo que significa que el ajuste del gasto fue mayor al esperado; a esto le denominan “sobreajuste”. El problema fue que no solo bajó el gasto corriente, sino también el de capital o inversión pública. Y esto nos lleva al segundo punto. Una de las metas de Thorne fue destrabar megaproyectos por un total de 18 mil millones de dólares para impulsar la inversión pública, en especial en infraestructura. No tuvo éxito, algo que el mismo exministro reconoció. Justamente, la proyección oficial de crecimiento económico dependía del anunciado “destrabe”. Por eso, conforme pasaba el tiempo, se aceptaba poco a poco que las metas de reactivación no se alcanzarían y se iban reduciendo las proyecciones.
En tercer lugar, la inversión privada venía en caída libre desde hacía tres años; si en el Perú, la composición de la inversión total es 80% privada y solo 20% pública, se entiende que la llave estaba (y está) en aumentar la inversión privada. A juzgar por las cifras más recientes, ello tampoco se logró, pues la inversión privada sigue cayendo. Como consecuencia de lo anterior, la economía experimentaba un proceso de desaceleración, lo que significaba crecimientos cada vez más lentos del PBI. Se esperaba que la combinación PPK, Zavala y Thorne lograran crear un marco de confianza que despierte a la inversión privada, pero tampoco sucedió.
En esas circunstancias (febrero 2017), es decir, cuando no se revertía la tendencia de casi ningún indicador, ocurrieron dos choques no esperados: por un lado, el niño costero y por otro, el escándalo de Lava Jato. Ambos hechos magnificaron, pero no originaron la tendencia hacia la caída, pues esta comenzó antes de los choques.
Por eso, entre enero y abril de este año, el PBI solo subió 1.58% casi gracias a la pesca, que aumentó 51.1%; los ingresos tributarios cayeron entre enero y abril en 6.1%, mientras que en junio se cumplieron tres meses consecutivos de caída de los precios, debido a la menor demanda; las personas no compran como antes y los precios bajan.
El nuevo ministro de economía, que comparte además la tarea de ser el primer ministro, tiene como objetivo reactivar la economía, el mismo objetivo que tuvo Thorne en agosto de 2016, pero en circunstancias distintas, pues la credibilidad hoy no es la misma que ayer. Y cualquier estudiante de economía sabe que para que una política económica sea efectiva, la credibilidad es fundamental. En su rol de primer ministro deberá tender puentes con el legislativo, con el fin de solucionar la crisis política por la que estamos pasando.
El gabinete ministerial debe conectar con la población. El alto nivel técnico es positivo, pero debe estar acompañado de un manejo político en el mismo nivel. Los ciudadanos tenemos cada vez más problemas y sentimos que cada día la situación es peor. Puede que las estadísticas digan lo contrario, pero la percepción es otra. No se trata de ser pesimista o crítico, que por cierto es la posición más cómoda. El problema es que cada día vemos la situación más complicada, aunque todavía se puede revertir. Ojalá sea así.