Política y economía
En el Perú cada vez se cree menos en los políticos que nos gobiernan. La sensación es que “ven” una realidad distinta de la que percibimos los ciudadanos de a pie y que son incapaces de ponerse de acuerdo con temas elementales. Una parte importante de peruanos “no siente” los beneficios de las hasta hace poco tiempo muy buenas cifras económicas. No observan mejoras significativas en educación, salud, seguridad, infraestructura rural, etc. Ante eso, la mayoría señala que hay que cambiar el modelo económico. Sin embargo, sin un Estado que funcione adecuadamente no existe estrategia económica que funcione.
Veamos. ¿Quiénes toman las decisiones económicas y de reformas en sectores básicos como educación y salud? Pues el grupo al que llamamos “la clase política”, es decir, ministros, congresistas, funcionarios públicos, partidos políticos, entre otros. ¿Por qué no toman las decisiones que la ciudadanía considera correctas? ¿Por qué no son autocríticos? ¿Por qué no explican en lenguaje simple lo que quieren hacer, cómo y en cuánto tiempo se verán los resultados? La mala política no puede coexistir con una buena economía. Existe una relación entre ambas.
La relación entre economía y política tiene una doble causalidad; por un lado, si la economía no va bien, los políticos que dirigen el país aparecen como los primeros culpables por que no tomaron decisiones correctas o si lo hicieron, fueron erradas; por otro, si la economía va bien, es natural esperar que vaya “bien” para las grandes mayorías y eso está relacionado con reformas claves en los servicios básicos, como educación y salud. Si las instituciones políticas “no funcionan”, entonces estamos lejos de legislar en torno de reformas claves. Y eso impide avanzar a la economía y a depender solo de la evolución del contexto externo, favorable entre 2002 y 2011 y desfavorable desde 2012. Existen dos escenarios para implementar reformas: a través del consenso o de manera vertical. El primer camino es más largo, pero conduce a resultados más sostenibles y es el mecanismo normal de las democracias representativas. El segundo tiende a ocurrir en gobiernos con características autoritarias.
La democracia es el gobierno del pueblo, pero como todos no pueden gobernar, los ciudadanos eligen a algunos de ellos para que los representen, tanto en el poder ejecutivo como en el congreso. Muchas veces ocurre que la “clase política” olvida dos cosas: por un lado, que “representa” a todos, por lo que no puede decidir lo que se le antoje; por otro, cuando cualquier persona paga impuestos, financia los ingresos de los “representantes”. En otras palabras, los congresistas o representantes son los intermediarios entre la población y quienes deciden. Este escenario ideal funciona mejor cuando existen partidos políticos sólidos, de alcance nacional que canalicen las demandas de los ciudadanos, algo inexistente en el caso peruano. El problema es quecuando no funciona, se abre el camino a regímenes autoritarios.
Ahora bien, ¿se cumple el escenario ideal en el Perú? Mi opinión es que no y una prueba de ello son los bajos niveles de aprobación, tanto de congresistas como clase política en general. En términos simples, los ciudadanos no se sienten representados por quienes eligieron. Lo que observamos es que no saben cómo lograr consensos (cada uno ve su propio interés), promesas sin medir las consecuencias y solo con un afán electoral, escándalos de corrupción que hacen que los congresistas pasen más tiempo fiscalizándose unos a otros que discutiendo leyes a favor del desarrollo del país, etc. Y eso tiene un impacto sobre la economía. Por un lado, no avanzan las reformas pues ni siquiera se discuten y es sabido que un país que no invierte bien en su propio capital humano, no tiene posibilidades de sostener el crecimiento futuro; por otro, la economía “crece menos que lo que podría crecer”, pues la incertidumbre y la sensación de caos generan que se posterguen inversiones nacionales y extranjeras; es muy complejo tener una “buena economía” con una “mala política”, pues no es sostenible la primera sin la segunda. La política no está divorciada de la economía, aunque a veces parezca que sí.