Los empresarios vinícolas de la región francesa de la Champaña están recogiendo esta semana una cosecha de uva extraordinaria, aunque con un retrogusto amargo: el desplome de la demanda de los espumosos por la pandemia de COVID-19 significa que parte de lo recogido irá a la basura.
“Elaboramos el vino de la felicidad y cuando la gente está triste, como ha ocurrido durante el encierro, las ventas de champán tienden a caer”, dijo Vincent Leglantier, un cosechador de 34 años en Bethon, a unos 120 kilómetros al este de París.
En el colectivo vinícola Brun de Neuville, al que pertenece Leglantier, equipos de recolectores con gorras avanzan por las hileras de vides, recogiendo a mano las uvas. La mayoría son trabajadores inmigrantes del este de Europa que vienen cada temporada.
Sin embargo, este año es diferente. Las ventas han bajado con fuerza, ya que las bodas y fiestas -motores de la demanda del champán- están siendo canceladas en todo el mundo.
En respuesta, los productores franceses de champán decidieron este mes poner un límite a la cantidad de uvas que envían para su procesamiento.
Tomaron la decisión porque un exceso de la burbujeante bebida en las bodegas y en las estanterías de los mayoristas haría caer los precios y mancharía el aura de lujo y exclusividad que la industria ha pasado años construyendo.
No obstante, el tope -que limita en 8,000 kilos la cantidad de uvas que pueden ser recogidas por hectárea- implica que habrá que dejar que se pudra toda la recolección sobrante.
“Podría decirse tal vez que es el mejor de los malos acuerdos que podríamos haber alcanzado”, dijo Damien Champy, jefe de la cooperativa Brun de Neuville, en la bodega donde maduran las botellas de champán.