Después del MUS, el MUR y el FUR
Santiago Fernández de LisEconomista Jefe de Sistemas Financieros y Regulación del BBVA Research
Con el año nuevo entró en vigor el Mecanismo Único de Resolución (MUR), que viene a seguir con pocas semanas de diferencia la puesta en marcha del Mecanismo Único de Supervisión (MUS), el 4 de noviembre de 2014.
Dentro de la sopa de letras en que se ha convertido la unión bancaria, el MUS y el MUR son sus dos pilares básicos. La lógica de un supervisor único para asegurar un terreno de juego equilibrado en Europa tiene como corolario una única autoridad de resolución: si el BCE supervisa, en caso de problemas el banco debe ser resuelto por una autoridad también europea.
Visto con perspectiva, el avance hacia los dos pilares de la Unión Bancaria ha sido extraordinariamente rápido. En poco más de dos años se ha completado un proceso de gran complejidad; si bien los resultados no son ideales, el diseño final es el mejor que permitía los delicados equilibrios nacionales, legales e institucionales.
El MUR es un cuerpo de bomberos diseñado para no usarse. Toda la regulación bancaria aprobada en Europa a raíz de la crisis está encaminada a reducir la probabilidad de crisis y, en caso de que éstas se presenten, minimizar la probabilidad de uso de dinero de los contribuyentes.
Entre otras medidas, se han aumentado significativamente los requisitos de capital, se han establecido nuevas exigencias de liquidez, se ha endurecido notablemente la regulación de las entidades sistémicas y se ha reforzado la seguridad de los mercados de derivados.
En el ámbito de la gestión de crisis bancarias se ha establecido el principio de "bail-in", según el cual tras los accionistas serán los acreedores bancarios los que soportarán el coste de la crisis, en lugar de los contribuyentes. Se regulará un colchón mínimo de fondos sometidos a absorción de pérdidas y se crearán Fondos de Resolución dotados por la propia industria por si ese colchón resultara insuficiente.
El esquema aprobado es complejo y requiere un elevado grado de coordinación entre diversas autoridades, que incluyen al supervisor (responsable de la solvencia), el banco central (que suministra la liquidez de última instancia), la autoridad macroprudencial (que debe velar por evitar el riesgo sistémico) y la autoridad de resolución.
Y todo ello con dos niveles: nacional y europeo, a lo que en España hemos añadido la peculiaridad de una autoridad de resolución bicéfala, preventiva y ejecutiva. La toma de decisiones en el famoso "fin de semana de resolución" involucra a numerosos actores, con la responsabilidad última en la Comisión y en el Consejo europeos. Es un esquema que no es idóneo, pero seguramente el único posible.
El MUR vendrá acompañado de un Fondo Único de Resolución (FUR), posiblemente el eslabón más difícil de las negociaciones, porque implica una mutualización de las posibles pérdidas entre los países europeos, un germen de unión fiscal.
Esa mutualización será gradual, de manera que en los primeros años de la unión bancaria las crisis serán financiadas con recursos principalmente nacionales (siempre de los propios bancos, nunca de los contribuyentes), pero serán plenamente europeos al cabo de ocho años. La verdadera prueba de fuego de la unión bancaria será la próxima crisis, donde se observará si se aplican los compromisos de no utilización de dinero público.
La puesta en marcha del MUS y del MUR ha servido para reducir la fragmentación financiera en la Eurozona, que amenazaba con poner en peligro la moneda única.
Según cálculos del BBVA Research, el índice de fragmentación de la zona se ha reducido en un 70% desde los máximos alcanzados en el verano de 2012, gracias en parte a la unión bancaria y en parte al compromiso del BCE de hacer "lo que sea necesario" por evitar la ruptura del euro.
Pero quedan cosas por hacer: por un lado, un único Fondo de Garantía de Depósitos es el complemento natural de una supervisión y una resolución únicas; por otro lado, un soporte soberano único sería el complemento natural de un único Fondo de Resolución. Pero ambos elementos suponen pasos mucho más decisivos hacia la unión fiscal, que seguramente requerirán una reforma del Tratado. Como todo en Europa, cabe confiar en que vendrán en su momento.