Perfumes y cinturones, pero también vajillas, despertadores y muebles: a lo largo de estas décadas, Pierre Cardin multiplicó excesivamente los acuerdos de licencia, al punto de diluir la marca que llevaba su nombre.
“Es muy difícil tener un nombre en la moda. Por eso, cuando tenemos uno, hay que aprovecharlo”, aseguraba en mayo del 2019 el célebre costurero en una entrevista con la AFP.
Había afirmado varias veces que su marca valía “1,000 millones de euros (US$ 1,225 millones)”. “Está la línea (costura), pero también 800 productos y si uno pide mínimo un millón por cada producto, eso da ya 800 millones de euros (US$ 980 millones)”, explicó en el 2011.
Pierre Cardin, fallecido el martes 29 de diciembre, fue uno de los pioneros de la moda en lanzarse, desde los años 1960, a los nichos de las licencias (el derecho otorgado por una marca a un fabricante o distribuidor de colocar su nombre en su producto a cambio de regalías).
El modisto y hombre de negocios comenzó por las corbatas y construyó con el paso de los años un imperio que expandió su nombre hacia el infinito: camisas, sábanas, agua mineral, kits de costura, sitios culturales, diseños, llegando inclusive hasta los productos del restaurante Maxim’s, del cual era propietario.
“Me extendí por todos los dominios y mi nombre inundó el mundo entero gracias a mis licencias que aseguran una verdadera solidez a la empresa”, indicó.
En mayo del 2019, reunió 350 “licenciatarios” en su célebre Palacio de Bulles, cerca de Cannes, una residencia futurista y curvilínea, y les presentó en un desfile una nueva colección de 150 modelos.
“China, Argentina, Brasil, México, Australia y Corea: los licenciatarios venían del mundo entero porque estamos por todas partes. Puede parecer raro, pero yo los conozco a todos”, dijo unos días antes.
Caso de estudio
Precursor de la globalización, Cardin apostó muy temprano por Asia para desarrollar sus licencias: puso un pie en China en 1978, convirtiéndose en uno de los primeros inversores extranjeros en establecerse en este mercado y también en el primer modisto occidental en desfilar en Pekín en 1979.
En el 2009, la marca había vendido una parte de su imperio a China (treinta licencias textiles y de accesorios) a socios locales por 200 millones de euros (US$ 245 millones).
“La ubicuidad mató el interés por la marca. Con esta multiplicación infinita de licencias, el valor de la calidad se vio afectado. Era posible encontrar Cardin en cualquier producto y en cualquier parte del mundo”, resume Eric Briones, cofundador de la escuela de moda París School of Luxury.
Briones se refiere a “una dimensión esquizofrénica: el creador Cardin había sido vanguardista y modernista y en el mundo de las licencias el estilo era burgués, tranquilizador, lejos de sus experimentos de alta costura”.
Su modelo de licencias llevado hasta el extremo se convirtió en un caso de estudio en las escuelas de Marketing, bajo el neologismo de “cardinización”.
En el 2018, la fortuna de Pierre Cardin estaba valuada en 600 millones de euros (US$ 735 millones), de acuerdo con el ranking anual de la revista Forbes.
“Siempre fui independiente, siempre fui el dueño de mi marca. Era libre. Los otros eran Arnault, Pinault. Yo soy un ‘self made’ desde el principio”, destacó en el 2019.