El ruso Dmitri Murátov, galardonado este viernes con el premio Nobel de la Paz, es el patriarca de la prensa libre en este país desde la caída de la Unión Soviética como director del periódico “Nóvaya Gazeta”, el último bastión de la crítica independiente al Kremlin.
“Murátov es un gran hombre. No puede haber persona más digna en este país para un Nobel de la Paz. Nadie como él ha defendido, promovido y desarrollado la libertad de expresión en Rusia”, comentó Elena Miláshina, la reportera más laureada del periódico.
Fundación de Nóvaya Gazeta
El nombre de Murátov, que el 30 de octubre cumplirá 60 años, está vinculado estrechamente con “Nóvaya Gazeta”, cabecera que también había sido en varias ocasiones nominada al Nobel.
Murátov encabezó en 1993, dos años después de la desintegración soviética, el grupo de periodistas que abandonó el diario “Komsomólskaya Pravda” con un objetivo claro en mente: hacer un nuevo periodismo en línea con los nuevos vientos democráticos que corrían en el país.
Para ello, contaron con la inestimable ayuda del último dirigente soviético Mijaíl Gorbachov, que compró ocho ordenadores con parte del dinero que recibió como Nobel de la Paz, lo que permitió a Murátov y sus colegas lanzar la primera tirada de mil ejemplares el 1 de abril de 1993.
Después de trabajar como corresponsal de guerra en la primera guerra chechena, en 1995 Murátov fue nombrado director del periódico, cargo que ejerció hasta el día de hoy con la excepción de un paréntesis de dos años (2017-19).
Periodismo de investigación
Con él al frente de la redacción, “Nóvaya Gazeta” se convirtió en el abanderado de un periodismo de investigación que no aceptaba rehenes a la hora de criticar a las autoridades, sea por la corrupción, la represión de las libertades democráticas o los abusos de los derechos humanos.
El hundimiento del submarino atómico Kursk (2000) en el que murieron sus 118 tripulantes fue uno de los primeros encontronazos con el presidente ruso, Vladímir Putin, al que criticaron por no suspender sus vacaciones y por no dirimir responsabilidades entre la plana mayor de la Armada rusa.
Desde entonces, Putin se comportó, en el mejor de los casos, “como si no existiéramos”, según comentaron fuentes del periódico.
Putin volvió a ser la diana de las críticas por las controvertidas operaciones de rescate tras los secuestros terroristas del teatro de Dubrovka (2002) y la escuela de Beslán (2004), que terminaron con cientos de civiles muertos.
Chechenia, un agujero negro para la prensa rusa, fue uno de los temas más tratados por Murátov, quien envió a sus reporteros a cubrir los principales sucesos en la república norcaucásica, desde las dos guerras a los numerosos casos de abusos por parte de los militares rusos.
En la última década, el líder chechén, Ramzán Kadírov, intocable para la prensa generalista, recibió muchas críticas de “Nóvaya Gazeta” por convertir Chechenia en una especie de califato donde no regían las mismas leyes que en el resto del país.
Los últimos reportajes del diario sobre la persecución, violación y el asesinato de los homosexuales en la república y lejos de ella por parte de los servicios de seguridad chechenes recibieron un gran eco en la prensa y televisión de todo el mundo.
Asesinato de Politkóvskaya
Murátov tuvo que dar la cara en innumerables ocasiones ante los tribunales para defender a sus periodistas, continuamente amenazados de muerte por sus críticas a las autoridades locales, especialmente en el Cáucaso, y llevados a juicio por supuestas difamaciones.
Dicho coraje informativo le costó la vida a media docena de sus periodistas y empleados. El caso más sonado fue el de Anna Politkóvskaya, la máxima estrella de “Nóvaya Gazeta” y que fue asesinada por un comando chechén en el portal de su casa el 7 de octubre del 2006.
“El Nobel es merecido y muy oportuno. Lo han concedido cuando se ha declarado una guerra contra la libertad de expresión en Rusia. Hemos recibido la mejor arma en nuestra interminable lucha por la verdad”, sentenció Miláshina.