Con la epidemia, su vida sufrió un vuelco. Empleados fijos o precarios, acomodados o pobres, en el turismo, el sector aéreo o la restauración, todos perdieron sus empleos y viven en la angustia, la vergüenza o, incluso, en la humillación.
Con la crisis causada por la epidemia de COVID-19, el FMI prevé una recesión de 4.9% este año. Según su jefe economista Gita Gopinath, “son las familias de escasos ingresos y con trabajadores poco calificados las que más van a sufrir”. Millones de personas en el mundo están o estarán desempleadas en el 2020.
De París a México, y de Kiev a Madrid, los periodistas de la AFP hablaron con empleados y trabajadores de los sectores más afectados -turismo, transporte aéreo, restauración, digital-, quienes compartieron su día a día de sacrificios, proyectos abortados y miedo al futuro.
Estos son sus testimonios.
Neuilly-sur-Marne (Francia) - “Precariedad” en la restauración
"He caído en la precariedad". Desde hace diez años, Xavier Chergui, un francés de 44 años, cumplía contratos puntuales en la restauración como camarero principal en la región de París. Ganaba entre 1,800 y 2,600 euros por mes (entre US$ 2,000 y US$ 2,900) con máximos a veces de hasta 4,000 euros (US$ 4,500).
“Y ahí llegó el COVID-19, y todo se descalabró. El 13 de marzo me anunciaron: ‘Xavier ya no vienes más, esto se acabó’”, cuenta.
"No he pagado mi alquiler (950 euros) en marzo, en abril, en mayo. Sigo pagando 250 euros del crédito de mi coche, pero no la electricidad desde hace tres meses. Hay que llenar la nevera. Íbamos a irnos de vacaciones 15 días al sudoeste de Francia, pero lo anulamos". "Hemos perdido todo. Psicológicamente, hay que asumirlo", dice.
Con su esposa, que no trabaja, y sus dos hijos, viven con los 875 euros (casi US$ 990) del Ingreso de Solidaridad Activa que garantiza en Francia un mínimo de dinero a las personas sin recursos.
"Mi mujer está deprimida, llora todos los días", dice Xavier. "Yo agacho la espalda, dejo que pase la tormenta. En setiembre la actividad se reanudará y a principios de octubre llegarán los primeros ingresos". "Siempre y cuando no vuelva el virus", agrega.
Medellín (Colombia) - Reconversión forzada
Roger Ordóñez nació en Medellín hace 26 años, es egresado de una escuela técnica estatal y esperaba ser piloto. Ingresó a la compañía colombiana Avianca como asistente de vuelo en el 2017. Antes solo había tenido trabajos informales "con sueldos muy bajos".
"Tu entras a Avianca y te acomodas a cierta vida porque tienes un buen sueldo y puedes viajar", dice Ordóñez, quien como empleado de la aerolínea fue de vacaciones a 6 países y llevó a su familia al exterior por primera vez. "Yo alcancé a conocer México, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y varias ciudades de Estados Unidos".
A finales de marzo Ordóñez accedió a tomar una licencia no remunerada de 15 días por petición de Avianca. Pero el periodo se extendió hasta finales de mayo, cuando Ordóñez recibió una carta en la que la empresa le notificó que su contrato, que vencía el 30 de junio, no sería renovado. Entre tanto, la segunda compañía aérea del país cayó en quiebra.
Su vida y sus proyectos dieron un vuelco. "He estado buscando trabajo, pero está complicado porque mi campo laboral es el turismo y es lo que más se ha visto afectado con el tema del COVID".
Ahora considera volver a estudiar algo "que tenga que ver con administración, comercio o ventas". Aunque Ordóñez no tiene un hogar a su cargo, asegura que su salida de Avianca ha golpeado a su familia ya que sus ingresos, más elevados que los de su padre o de sus hermanos, le permitían ayudar "a pagar algunas cuentas".
Madrid - “La vergüenza” de la ayuda alimentaria
Para llenar la nevera y dar de comer a su hijo estudiante, a su hija y a su nieto, a Sonia Herrera no le queda otra opción que depender de la ayuda alimentaria.
"Me da un poco de vergüenza pedir ayuda". Está la mirada de los demás, la culpabilidad de decirse que "quizás otros lo necesiten más", dice esta hondureña de 52 años.
Empleada doméstica no declarada, ganaba 480 euros por mes (US$ 540). Hasta que los dueños de casa, en el centro de Madrid, prescinden de ella al iniciarse el confinamiento, en marzo. Sin papeles, no tiene derecho a nada, a ninguna protección social.
Su hija Alejandra, de 32 años, cocinera en una guardería por unos 1,000 euros por mes, también ha perdido su empleo con el cierre de los centros educativos durante el confinamiento. Alejandra sí está regularizada, y cobra de desempleo unos 600 euros con los que vive toda la familia.
Con sus pequeños ahorros, "apenas" pueden pagar las facturas y el alquiler. Pero nada más. "Antes podíamos salir a comer fuera, de vez en cuando, un heladito... Ahora ya no".
"Las fines de mes me dan más miedo que el virus. Uno tiene que comer", dice Sonia Herrera.
Kiev - “Conmoción” para una privilegiada
Natalia Murashko, informática ucraniana de 39 años, iba a obtener un ascenso. Desde hace cuatro años trabajaba como ingeniera de control de calidad para el grupo estadounidense de viaje Fareportal.
Cuando llegó la epidemia, la compañía despidió el 31 de marzo a una quincena de empleados. Ella creía que se iba a librar, ya que sus jefes la tranquilizaron al respecto. Pero al día siguiente, recibió un preaviso de dos semanas. "Primero creí que era una broma de mal gusto", cuenta. "Fue una conmoción total".
Natalia Murashko forma parte de esa casta de informáticos que en Ucrania pueden ganar varios miles de euros al mes, mientras que el salario medio apenas supera los 300 euros.
Hasta entonces, con su cómodo sueldo (del que prefiere no decir el monto), tenía una empleada doméstica, iba al salón de belleza y se compraba ropa.
De un día para otro, su situación cambió. Vive de sus ahorros y de pequeños trabajos. El mes pasado, la joven, que tiene a su cargo a dos adolescentes y a su madre, de 73 años, ganó 600 euros.
Sus búsquedas de empleo no han dado frutos: en su sector, las ofertas en el mercado ucraniano han bajado mucho.
Ahora, se limita a gastar "lo estrictamente necesario". "Lo que no he interrumpido es mi psicoterapeuta", comenta. Desde que fue despedida, padece problemas de insomnio y ansiedad.
París - Angustiada por si la despiden
Marie Cédile, una francesa de 54 años, espera con nerviosismo saber si formará parte de los trabajadores que serán despedidos por parte de la firma de calzados André, que se declaró en quiebra el 21 de marzo, al comienzo del confinamiento, antes de ser declarada en concurso de acreedores.
La única oferta de vuelta al trabajo que hay sobre la mesa implica sólo a la mitad de los cerca de 450 empleados.
"He hecho toda mi carrera en André y ya ve, con 54 años así estoy, con el salario mínimo y quizá en la calle", lamenta. "Si tuviera 20 años no diría nada, pero ahora esto puede ser complicado".
Ya tuvo miedo hace dos años, cuando el portal web Spartoo compró André. Su tienda cerró, pero a ella la relocalizaron. Aun así, nunca intentó cambiar de oficio.
"Sabe, cuando pasas 30 años en una empresa, aunque te paguen el sueldo mínimo, ¡es porque te gusta! ¡Tengo clientes a los que he calzado cuando eran pequeños y que hoy vienen a calzar a sus hijos!", explica.
"Mi hija de 29 años murió de un cáncer de cerebro el año pasado, es duro... Afortunadamente, tenía mi trabajo, el vínculo con los clientes. Eso ayuda".
Marie Cédile gana 1,250 euros, su esposo está sin empleo, y tienen otra hija de 24 años. No tienen préstamos que pagar pero sí "un alquiler bastante alto, 1,040 euros" por su apartamento de Morangis, un suburbio de París.
"Hacen falta dos sueldos para llegar (a fin de mes). Mi marido está desempleado pero es más joven que yo, debería encontrar trabajo. Yo, haré cualquier cosa si me despiden, aunque sea limpiando casas, algo encontraré".
México - El viejo guía de turismo ha “tocado fondo”
Desde hace varios días, Jesús Yépez, guía turístico en México, duerme en un albergue para indigentes. A principios de julio fue desalojado del cuarto que alquilaba en el centro histórico.
"Nací en colchón de plumas, en (el barrio capitalino de) Coyoacán, pero la vida me ha arrastrado", dice afuera del refugio este hombre de 65 años al borde del llanto.
Antes de la crisis, cobraba 500 pesos (unos US$ 22) por recorridos de una hora. Pero con la epidemia, los museos y galerías de México cerraron a finales de marzo, justo cuando empezaba la temporada alta, y él se quedó sin empleo, como tantos otros que viven del turismo en el país, un sector que representa el 8.7% del PBI mexicano.
Al principio, Jesús tenía algunos ahorros. Pero se han terminado: ya no hay turistas ni tampoco nada que hacer visitar. Sus diplomas en arquitectura, relaciones internacionales, inglés y francés de poco le sirven ahora.
Su ropa está muy gastada y “no tiene dónde ir”. “Lo que yo estoy buscando es irme de aquí a un asilo de ancianos, tener una vejez digna. No estoy postrado o que tenga achaques, pero ya estoy cansado de la vida, de alguna manera. Me siento solo”, afirma con amargura.