Podía entender que mi abuela, siendo una anciana que rodeaba los noventa, haya utilizado la güija y no el WhatsApp para comunicarse con sus amigas. Pero, de ahí a que ella misma afirmara que con una barajada de cartas del Tarot era capaz de ver el futuro o adivinarle a uno la talla y el color de los calzoncillos que usaba, me parecía una reverenda barbaridad. Y, sin embargo, la matusalénica mujer creía si o si en sus sobrenaturales poderes tal cual usted y yo creemos en el día y la noche.
Lo cierto es que, pitonisa o no, la nona vaticinó su propia muerte –cosa que tampoco era muy difícil de pronosticar tomando en consideración que, por su avanzadísima edad, la tecla hacía rato que estaba jugando el tiempo extra.
Resulta que la noche anterior a que cuelgue oficialmente los tenis -y subrayo “oficialmente”, porque la nonagenaria ya había hecho unos veinte amagos preliminares que habían terminado en la sala de emergencias del hospital del pueblo- soñó que moría. Claro, hasta este punto de la historia podríamos afirmar que la abuela tenía algo de sangre de bruja en las venas. Sin embargo, está narración pecaría de incompleta si yo no mencionara un pequeño detalle: la jurásica anciana tuvo este mismo sueño en forma recurrente los tres últimos años de su vida hasta que ¡bingo! finalmente acertó al premio mayor. Nada más normal que haya estirado la pata. Lo anormal hubiera sido que viva unos diez o quince años más lo que sin duda le hubiera otorgado la condición de fósil viviente con todo y entrega de papiro certificando oficialmente el hecho.
Pese a que muchos ya hablan de una nueva normalidad, ésta aún no llega. Sería insensato afirmar lo contrario. La RAE define la normalidad como la condición de normal y, de hecho, ¡nada más opuesto a ‘normal’ que la situación por la que estamos atravesando!
Entonces, que no lo engañen. La normalidad está aún lejos de suceder. Ni mi abuela, ni los expertos pudieron, pueden o podrán ver el futuro. La normalidad llegará solo cuando usted se sienta cómodo y normal en el nuevo escenario (de ahí su nombre) aunque, es posible que nunca más vuelva a sentir el mundo como estaba acostumbrado a percibirlo y sean las nuevas generaciones las que gocen de esa nueva normalidad mientras que la nuestra solo sea la que haga la transición.
Ahora bien, lo que estamos viviendo no es esa nueva normalidad sino una etapa intermedia y no deseada llamada CRISIS, que es el límite natural entre una antigua normalidad y una nueva (ver extracto de mi nuevo libro Pensando Fuera de la Curva). La crisis es un estado netamente temporal y anormal caracterizado por la gran incertidumbre y frustración que se vive dentro de ella. ¿Cuánto durará? Pues, nadie puede saberlo, nadie puede adivinarlo, justamente esto es lo que las hace tan inciertas.
Igual ocurre con la nueva normalidad, ésta no comenzará por decreto. Ninguna ley o gobierno controla su fecha de inicio o ¿acaso cree que abrir los aeropuertos hará que las aerolíneas vuelvan a su normalidad? Lo interesante es que cada industria y no todas a la vez entrará a su propio tiempo en su propia normalidad. Algunas tardarán más que otras en recuperarse. Claro, también habrá de aquellas que nunca logren salir de su antigua normalidad y sucumban con ella sin pena ni gloria.
Las crisis y no la nueva normalidad (ni tampoco los concursos tipo Great Place to Work) son las que usualmente desnudan o muestras realmente el “who is who” de las industrias. Disney, el lugar más feliz del mundo (al menos para los turistas), despidió a más de 75% de su fuerza laboral -cuyos salarios bordean el mínimo de 15 dólares por hora- manteniendo en su nómina a su groseramente bien pagada alta dirección. Cirque du Soleil, redundante, aburrido y sobrevaluado ejemplo de creatividad en libros y escritos académicos, no soportó su primera tormenta y está al borde de la quiebra esperando que algún inversionista le tienda una red de salvación. Es que lo que funciona en aguas calmadas nunca lo hace en las tormentas, no usando los mismos capitanes, no usando las mismas rutas de navegación.
Aerolíneas, hoteles, cines, centros comerciales y demás industrias están sufriendo los efectos de la ruptura de la cadena de pagos, pero esto es solo el principio. Aunque, cualquier economista novato puede predecir la recesión que se avecina, de ahí a vaticinar cómo será la nueva normalidad es todo un disparate.
Algunas industrias sufren, adicionalmente a la deserción de sus clientes, las consecuencias de una deficiente definición de sus propios negocios. Las universidades son un ejemplo de esto último. Muchas de ellas creyeron que estaban en el negocio de transmisión de conocimientos y planearon en coherencia. Pero, esto no es exacto, si lo fuera hubieran competido contra bibliotecas, librerías y el Discovery Channel. Es que estas instituciones no se dieron cuenta que su verdadero negocio es el de “reducir la incertidumbre”, es decir, disminuir el riesgo que sentimos todos sobre nuestro incierto futuro sembrando en nuestra cabeza la idea que solo ellas pueden en el futuro vestirnos de traje y hacer posible que compremos el auto del año para conducir a la oficina y ocupar nuestro cargo en alguna gerencia. Por esta razón son tan valorados sus diplomas, porque nos prometen una tajada del futuro mercado laboral. Harvard si lo sabe y mientras que la mayoría de universidades reciben y aceptan presiones sin tener otra opción que bajar sus tarifas, la bostoniana institución no ha reducido en un centavo el pago por concepto de escolaridad (ni piensa hacerlo).
Otra antigua decisión que hoy tiene grandes repercusiones fue inspirada por las viejas teorías de Porter que ellas mismas enseñaban en sus aulas. Cuando apareció el Internet e hicieron su estreno los cursos y capacitaciones en línea, las universidades fabricaron el paradigma del diferencial de calidad que, se supone, existe entre la educación presencial y la virtual y para reforzarlo lanzaron cursos en línea con precios inferiores a los que utilizaban sus aulas de ladrillo y cemento que terminaron siendo utilizadas como barreras de ingreso y fieles protectoras de sus feudos. Hoy que se han visto obligadas a ofrecer enseñanza virtual no pueden ni podrán sacar de la mente de sus alumnos la vieja idea del diferencial de calidad que ellas mismos les sembraron.
Ahora bien, lo único que sí es seguro en estos tiempos en los que nada lo es, es que NADIE sabe cómo será esta nueva normalidad. Ergo, ningún gurú, experto, adivino, encantador de serpientes o vendedor de humo profesional de turno puede darle consejos acerca de ella porque ninguno de ellos conoce cuál y cómo será nuestro destino final. Sino que le pregunten a mi abuela (a ver si les responde).
Si le gustó este mensaje pueden dejarme su comentario en el link que se muestra en la parte inferior de este párrafo. Estoy sorteando mis diplomas universitarios entre los participantes. ahora bien, si no le gustó, también puede dejarme sus insultos y ofensas en el mismo link. En cualquiera de estos los dos casos, prometo responder.
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AVISO PARROQUIAL: Voy a dictar un Webinar auspiciado por PanAmerican Business School el día martes 16 de junio con el irreverente título: El porqué el Design Thinking no funciona (absolutamente) para innovar. El enlace para las inscripciones lo encontrarán en el primer comentario del link que he puesto en el párrafo anterior. El webinar es GRATUITO pero los espacios disponibles son realmente limitados. Esta actividad no es aconsejable para expertos y/o gerentes de innovación porque puede afectar susceptibilidades.
Hermanos y hermanas, el artículo ha terminado, podéis ir en paz.