La diferencia entre ir a la Luna y estar en la Luna: Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación
¿Cuál es la “utilidad” de la cola de los
pavos reales? Es la misma que tiene comprarse un Ferrari o escribir un poema o
aprender a tocar la flauta o escribir un libro. Es un “desperdicio” desde el
punto de vista evolutivo. Precisamente por ser un desperdicio, es una señal de
superioridad genética, que genera atractivo para convertirse en la pareja
sexual de alguien. Solo el que tiene cubierto lo básico, puede darse el lujo de
desperdiciar. Entonces, desperdiciar, es una señal muy directa que indica:
“tengo cubierto lo básico, aparéate conmigo” (más sobre esto en “Compradicción”
de Martin Lindstrom).
El equivalente a la cola del pavo o el
Ferrari, para un Gobierno, es llegar a la Luna. Es una muestra de poderío, en
este caso, para desalentar ataques de potencias extranjeras. Siendo esto así,
¿se justifica la creación de un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación?
La pregunta relevante
para nosotros no es si queremos tener un Ferrari o si Perú debería llegar a la
Luna (o sus equivalentes), sino si tenemos las condiciones para darnos ese tipo
de lujo. La respuesta, claramente, es que no. Tal como ha sido destacado
por Juan José Garrido
“Nuestro
país carece de casi todas las precondiciones necesarias: carecemos de
instituciones que protejan el conocimiento generado; no contamos con una mínima
masa crítica de técnicos y profesionales; necesitamos de instrumentos, equipos
y laboratorios capaces de producir prototipos; asimismo, no existen mecanismos
de coordinación entre la I&D pública y el sector privado; entre otras
falencias.
Vistas
así las cosas, no tiene mucho sentido crear un aparato burocrático sin tener en
consideración las tareas pendientes”.
Este punto también ha sido destacado
por Gustavo Rodríguez, haciendo referencia a la teoría del profesor Robert
Cooter (quien estará en la Universidad del Pacífico desde el 12 de Noviembre,
para dictar una conferencia magistral y ser nombrado profesor honorario):
“(…)La
decisión de innovar depende de una serie de consideraciones que el innovador
pondera y que lo obligan a pactar con quienes podrían convertirse en
compradores de la innovación. Esta idea general no es otra que la del “dilema
de la doble confianza” que describen Robert Cooter y Hans-Bernd Schaeffer en su
libro “Salomon´s Knot”: un sujeto tiene una idea innovadora pero necesita
capital para ponerla en práctica, quien tiene capital no tiene la idea
innovadora que le puede generar grandes beneficios. Ninguna de las partes
colaborará con la otra sin tener seguridad de que la contraparte se encontrará
obligada a respetar su parte del acuerdo. El sistema legal fomenta conductas
cooperativas de formas diversas, fundamentalmente, haciendo prevalecer los
acuerdos voluntarios de los individuos.
Esta
dinámica se verifica de forma sistemática en incontables momentos y lugares.
Naturalmente, estos acuerdos se forjan sobre la base de una pretensión
individual de los sujetos involucrados: su interés por maximizar sus beneficios.
De esta manera, la innovación es un proceso espontáneo. Las personas innovan en
función a una serie de consideraciones. Si se equivocan, el mercado los
castigará. En cualquier caso, los individuos involucrados en el proceso de
innovación tienen buena información respecto de aquello que harán y de cómo
pretenden hacerlo”.
Eso no quiere decir que la innovación no
sea importante. Los temas en discusión, desde mi punto de vista, son: (i) qué
tipo de innovación queremos; y (ii) qué debemos hacer para llevarla a cabo.
Sobre el primer punto, diré que no
necesitamos el tipo de innovación que hace androides o nos lleva a Marte, que
sería lo único por lo cual yo crearía un Ministerio como el propuesto.
Necesitamos las innovaciones del día a día: cómo sembrar mejor; cómo mejorar
nuestros transporte; cómo hacer a nuestro Estado o empresas más eficientes. La
innovación no significa (sola o principalmente) cohetes en el espacio, sino
pequeños cambios que permiten adaptarse al entorno cambiante, mejorar y competir
en una Economía abierta. Desde mi humilde posición, creo que Cooter comete el
error de enfocarse en las innovaciones “patentables” o que son grandes secretos
(susceptibles de contratación), cuando en realidad la innovación ocurre espontánea
y constantemente, como producto de la competencia; y es automáticamente
copiada, en la gran mayoría de los casos. Esas innovaciones, en el agregado,
son las que llevan a un país al estadio en el que se puede dar el lujo de ir a
la Luna o tener 8 universidades en el top 10 de las mejores universidades del
Mundo. No sucede al revés.
Luego, ¿cómo proteger esas innovaciones?
Aquí las instituciones, es decir, el respeto de las reglas legales como la
propiedad o los contratos, tienen un rol central. En esto nos falta mucho y no
hay mucho que inventar: el problema está planteado hace decenas de años, si no
desde el nacimiento de nuestra República. Querer saltar etapas y querer
convertirnos en un tigre de la tecnología de la noche a la mañana es una idea
tentadora y seductora, pero irreal.
Por otro lado, como menciona el mismo
Garrido, la tecnología que necesitamos, ya existe. Sería lo mismo, desde el
punto de vista pragmático, importar esa tecnología o desarrollar nuestro
capital humano llevando a peruanos a las universidades donde esa tecnología (en
el sentido amplio del termino, puede ser tecnología de Derecho, Economía,
Biología o Física) se crea, para que la repliquen en Perú. No es una casualidad
que mi clase de Derecho en Berkeley, de 50 personas, tuviera veinticinco chinos.
Para los chinos era eso o crear su propio Berkeley, una universidad top 10 del Mundo, donde
China no tiene ninguna en el top 200 y solo una en el top 500. Perú no tiene
ninguna en el top 500, y quizá ninguna en el top 1000. ¿Creamos nuestros
Harvard, Berkeley, MIT, etc. o mejor le pagamos becas a los peruanos que pueden
ir a esas universidades y sobrevivir? En estas cosas, aunque suene duro, ser
realista y pragmático, paga más que ser idealista.
La copia es una servidora de la
competencia, al igual que la innovación: cualquier empresario con los pies en
la tierra lo sabe. También saben que, para alardear, primero hay que tener
cubierto lo básico.