Presidentes, crecimiento económico y corrupción
Crecer significa producir más. Este 2019 se espera la economía peruana crezca entre 3% y 4%. En 2018 lo hizo en 3.99%. Tengo claro que es solo un indicador del comportamiento de la economía, pero lo ocurrido en lo que va de este siglo, nos puede dar una idea que la cifra importa poco si es que no se refleja en el bienestar de los ciudadanos, es decir, sino se gobierna bien.
Durante el gobierno de Toledo (2001-06), la economía creció 4.8% como promedio anual. El contexto externo fue muy favorable, debido al boom del precio de los metales asociado al crecimiento de China. El gigante asiático requería producir más para venderle a Estados Unidos y Europa, que son sus principales clientes. Ambos atravesaban un boom crediticio que terminó en la primera crisis financiera internacional del siglo XXI, cuyo estallido fue en 2008.
En el quinquenio del gobierno de Alan García (2006-11), la economía creció, como promedio anual, 6.9%, como resultado de la disciplina macroeconómica interna y la continuación del auge económico externo. Ojo que esa cifra incluye el 0.5% de 2009, año en el que se sintieron los impactos de la crisis. Sin embargo, el Ministerio de Economía y Finanzas supo ahorrar en los años previos (superávit fiscal), dinero que luego fue inyectado a la economía a través de una mayor inversión pública en 2009, lo que permitió la recuperación de 2010.
El gobierno de Humala logró un crecimiento de 4.2% como promedio anual entre 2011 y 2016. Esta cifra es alta si consideramos que el entorno económico externo cambió desde 2011, año en que comenzó la desaceleración económica mundial. Los precios de los metales cayeron y hasta ahora el mundo todavía no encuentra la receta para recuperar los niveles de crecimiento previos a la crisis de 2008.
En 2017 crecimos 2.5% y luego 3.99% en 2018 (PPK + Vizcarra). ¿Qué tuvieron en común los gobiernos mencionados? Varias cosas, pero quiero referirme a cuatro de ellas. En primer lugar, ninguno de ellos pudo colocar un candidato presidencial en la elección siguiente; en segundo lugar, los niveles de aprobación fueron muy bajos. Todo esto a pesar de las cifras de crecimiento mostradas que serían la envidia de cualquier otro país. En tercer lugar, no hicieron reformas (o en todo caso, solo avances muy tímidos) y por eso nació la expresión “piloto automático”. En cuarto lugar, la corrupción fue común a todos.
La estrategia económica tuvo frutos. La pobreza monetaria se redujo de 48.6% de la población en 2004 a 20.5% en 2018. Ciertamente se trata de la pobreza medida solo a partir de la capacidad de gasto de los ciudadanos y no incluye otras dimensiones claves como el acceso a educación y salud de calidad, igualdad de oportunidades, etc. En la misma línea la desigualdad de ingresos se ha reducido, aunque todavía es muy alta. Y se pueden mostrar muchas cifras más. Sin embargo, el ciudadano no vive de las cifras. La gestión de los recursos es clave, es decir, cómo generamos más riqueza y cómo hacemos para que llegue a todos.
Me parece que el problema está en el campo político. Nuestros gobernantes no conectan con la población; los ciudadanos no los sienten cerca y creen cada vez menos en ellos. Tienen claro que son de una manera durante la campaña y de otra una vez que ganan. Por eso es que a muchos les da lo mismo votar por cualquiera. La corrupción casi generalizada ha originado que nadie crea en nadie. Y así es poco lo que se puede hacer.